Thalía Kontos
Cuando escuché a la madre de Zachary decir lo que había dicho el médico, no pude evitar salir corriendo a su habitación, el miedo me atenazaba por dentro, el dolor y la tristeza se alojaban en mi interior como huéspedes no deseados, tenía que hablar con él, no podía rendirse y dejarme sola, él era mi fuerza, mi valentía.
Corrí hasta la UCI, sabía cuál era el procedimiento, mientras estaba desinfectándome para entrar, una de las enfermeras me encontró.
—¿Qué hace? —me preguntó.
—Yo necesito entrar… a hablar con él, por favor —expresé en tono suplicante.
—Lo siento señorita, pero no puede pasar —dijo con firmeza, y de mala manera la enfermera mirándome con hostilidad.
Sin embargo, no estaba dispuesta a ceder, me paré frente a ella con las manos en la cintura sin dejar de mirarla.
—¿Por qué no puedo… pasar? —inquirí con firmeza.
—Las visitas para él de cualquier persona están restringidas por instrucciones del médico, por eso no puedo dejarla entrar —declaró la enfermera con firmeza.
—El médico dijo que podíamos pasar a hablar con él… para despedirnos —respondí y la mujer hizo una mueca de fastidio.
—Ese derecho solo lo tienen sus padres, ni los hermanos… —se detuvo y me recorrió de pies a cabeza con la mirada—, ni las novias.
—Pues, permítame informarle… que yo no estoy en esa categoría, yo soy su esposa… y la madre de su hijo, así que voy a entrar, quieras o no —aseguré con seguridad.
—Si lo hace voy a llamar a los guardias de seguridad para que la saque —articuló altanera.
—Vaya, yo los espero, pero nadie va a impedir… que yo entre a ver a mi marido —sentencié.
Así que mientras ella salía a buscar a los guardias para que me echaran del lugar, yo entraba a la habitación de Zachary decidida a encontrarme y hablar con él, porque no estaba dispuesta a aceptar la palabra de ese médico.
Entré y dirigí mi mirada a la cama donde estaba el hombre que amaba, luchando por su vida, su rostro pálido y cansado, conectado a varios cables y monitores. Su respiración era tranquila, pero el aspecto general de su cuerpo me llenó de angustia. Me acerqué rápidamente a su lado, lo observé con ganas de gritarle tantas cosas, de insultarlo y al mismo tiempo decirle que lo amaba, y al final ganó mi rabia, me lancé contra él.
Debía sacar ese dolor que me laceraba y destrozaba por dentro como filosos puñales, tomé su mano entre las mías.
—¿Por qué Zachary? ¿Por qué me estás haciendo esto? ¿Por qué me hiciste creer que jamás estaría sola? ¿Qué tú te enfrentarías en miles de batallas al mismo diablo por mí? ¡¡¡Y todo fue mentira, no eres más que un charlatán, me engañaste!!! —grité histérica—, porque no te importo, ni mi hijo ¿Por qué me mostraste el cielo para después dejarme en la puerta del infierno?
Las lágrimas caían copiosamente de mis ojos, bañando mi rostro.
—No quiero estar sola, no deseo crear un hijo sin padre —murmuré, apretando su mano suavemente—, ¡Maldita sea despierta!
Sin embargo, por más que intentaba despertarlo, no obtenía respuesta de Zachary. Su rostro tranquilo yacía imperturbable, ajeno a mis palabras llenas de desesperación. Sentí que mi pecho se oprimía y el dolor se intensificaba. No podía perderlo, no así, no ahora.
—No hagas eso, ¿Acaso no ves lo destrozada que está ella? Ten compasión con ella ¿Qué harías tú en el lugar de ella? —la mujer no esperó respuesta y siguió hablando—, uno debe ponerse en el lugar de los otros, ella está sufriendo.
—¡No me interesa! Ella debe irse y punto, a mí no me pagan por tener piedad de nadie. ¡Agárrenla y échenla! —volvió a ordenar.
Enseguida dos hombres se acercaron y cada uno me tomó por un brazo, mientras yo intentaba resistirme.
—¡Suéltenme! ¡No pueden alejarme de él! —grité, pero nada los conmovía, aunque yo opuse resistencia.
En medio de mi forcejeo con los hombres que intentaban apartarme, sentí un leve movimiento en la mano de Zachary. Sus dedos se cerraron con suavidad alrededor de la muñeca de uno de los hombres que me sujetaban.
—Suelten… a mí… esposa —susurró Zachary con voz entrecortada, pero decidida, abriendo lentamente los ojos.
La sorpresa se apoderó de todos en la habitación, incluida yo misma. Los hombres que me retenían soltaron un poco la presión, sorprendidos por la repentina reacción de Zachary. La enfermera que me había defendido anteriormente parecía incrédula.
—¿Qué dijo? —preguntó uno de los hombres, mirando a Zachary confundido.
Zachary, con un esfuerzo evidente, repitió su demanda con más firmeza: —que Suelten a mi esposa.
La enfermera que me defendió se acercó rápidamente y les indicó a los hombres que me soltaran. Al parecer, la autoridad que emanaba de Zachary era suficiente para cambiar la situación y mis súplicas para hacerlo volver.
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