Alexis Kontos
No sé si eso era la mayor locura que estaba cometiendo en mi vida, pero no podía dejar que ese desgraciado tuviera a mi familia de rodillas.
Ver la preocupación en el rostro de Tarah por su hermano, y el dolor de mi hija por ver al hombre que ama entre la vida y la muerte, no es una situación que quiero repetir en mi vida, por eso cuando recibí el resultado de la investigación, no dudé en ir a enfrentar a mi enemigo.
Pese a ello, no sabía qué vínculo los unía a todos, para que toda esa gente quisiera lastimarnos. Conduje en silencio, ni siquiera quise poner la música en el reproductor del auto, concentrado como estaba en resolver de una vez por todas esta situación.
Cuando llegué al edificio donde residía el responsable, aunque no el autor principal, estacioné el auto y me tomé unos segundos para recobrar la compostura, porque debía estar sereno, por mucha rabia que tuviera debía actuar con sangre fría.
Respiré profundamente, saqué el arma de la guantera del auto y me aseguré de ajustarme en vendaje de mi herida.
Hice una mueca al ver el imponente edificio, para un hombre que no había trabajado en su vida, era demasiado.
Caminé hacia la entrada con determinación y con tanta autoridad que ni siquiera los guardias de seguridad se atrevieron a detenerme.
Al llegar al ascensor, pulsé el botón y observé mi reflejo en las puertas cerradas. Los segundos se sintieron como minutos mientras ascendía hacia el piso donde se encontraba el departamento del hombre, que habia servido de marioneta para quienes habían intentado arruinar nuestras vidas, porque ahora sabía que no había sido obra solo suya, había un titiritero detrás de él.
Cuando llegué como quería dar el factor sorpresa, saqué una especie de ganchillo, y lo introduje en la cerradura, segundos después la puerta se había abierto.
Entré de manera sigilosa, todo estaba decorado elegantemente, pero no presté atención en los detalles, sino no que fui recorriendo cada área lentamente, abriendo las puertas con sigilo, pero en ninguna encontré a nadie, hasta llegar a una especie de despacho con grandes ventanales, la voz de un hombre hablando por teléfono, mirando hacia los jardines del edificio y de espaldas a la puerta donde había entrado.
Mientras caminaba al interior, sólo esperaba que no pudiera afectar el factor sorpresa.
Dos cosas sucedieron al mismo tiempo, el hombre miró mi reflejo en el cristal, justo cuando llegué a su lado y le coloqué la pistola cerca.
—Dame una sola razón para no disparar —pronuncié y el hombre se giró hacia mí por completo pálido.
—Señor Kontos, ¿Cómo entró a mi casa?
—Por donde entra la gente por la puerta, Anthony, vine a arreglar cuentas contigo y hacerte unas preguntas, si las respondes bien, quizás podría reconsiderar lo que voy a hacer contigo, aunque por la forma en que has tratado a mi hija, no creo que te lo merezcas.
—Yo no le hice nada —dijo el hombre tragando grueso, y yo me sonreí—, yo la amo.
Me carcajeé en su cara.
—Amor, Anthony, no es lo que le tienes a mi hija. ¿Sabes lo que es amor? Porque te aseguro que lo que sientes por ella dista mucho de ser eso. Tienes una idea retorcida de lo que significa amar a alguien. Y déjame decirte que si intentas justificar tus acciones con esa palabra, estás más loco de lo que pensaba, por lo menos a estas alturas ya pensé que nos habíamos quitado las máscaras y mostrarías por fin tu verdadero rostro.
—Yo había conocido personas cara duras, pero lo tuyo no tiene remedio, es tu ex esposa, porque aquí tienes la sentencia de divorcio —pronuncié lanzándole los documentos en su regazo.
—Ahora, tenemos algo más de qué hablar ¿Para quién trabajas? Porque no me creo que estés solo en esto —pronuncié con determinación, mientras él me miraba con el rostro tan pálido como el de un fantasma.
—No sé de qué habla… no trabajo para nadie… —habló con titubeo, evidentemente nervioso.
—Sabes, Anthony, hasta ahora tengo motivos suficientes para dejarte en el suelo con una bala en la cabeza, así que no me des otros. Así que más te vale que respondas con la verdad ¿Quién está detrás de todo esto?
Sin embargo, y a pesar de mi petición, él se mantenía nervioso, pero sin hablar, así que decidí estimularlo.
Apunté mejor en su cabeza con una sonrisa malvada.
—Tienes diez segundos para que me digas quien o quienes son tus cómplices, porque de lo contrario, el arma se me puede disparar accidentalmente —señalé con firmeza.
Y de pronto vi como de la silla donde estaba sentado Anthony comenzó a caer agua en el piso, fruncí el ceño desconcertado sin poder creerlo.
—¿Te orinaste? Bueno ahora te vas a chorrear en los pantalones —pronuncié con una carcajada y seguidamente quité el botón de seguridad del arma, mientras comenzaba a contar.
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