Emma Leyton.
Sorprendida por la presencia inesperada de mi tía y mi prima en el despacho de mi padre, me quedé paralizada frente a la puerta, observando con desconcierto cómo revisaban meticulosamente los documentos y los cajones del escritorio.
A pesar de mi pregunta, se mantuvieron en silencio sin darle respuesta a mi pregunta.
—¿Acaso no me escucharon? Les hice una pregunta ¿Qué hacen revisando las cosas de mi padre? —pregunté, tratando de contener el enojo en mi voz.
Mi tía Lila se enderezó con una expresión de sorpresa y, al mismo tiempo, de intriga en su rostro.
—Emma, creo que dada las circunstancias, te estás tomando atribuciones que no tienes —pronunció tratando con su ataque de evadir mi pregunta.
—¿Atribuciones que no tengo? ¿Acaso se te olvida que soy la hija de Ilan Leyton? —respondí indignada—, así que no trates de hacerme creer que no tengo derecho sobre las cosas de mi padre, así que me haces el favor y te sales de aquí antes de que te denuncie por allanamiento de morada.
Frente a mis palabras, mi tía se paró frente a mí con una sonrisa siniestra que me hizo estremecer del temor, sin embargo, no estaba dispuesta a ceder frente a ella.
—¿No te has puesto a pensar que es muy probable que no seas hija de mi hermano, sino de alguno de los amantes de tu madre? —inquirió y sus palabras tuvieron un impacto en mí, semejante a un fuerte golpe en el estómago.
Pese a ello conté hasta diez mentalmente, la conocía bien para saber que su maldad se alimentaba del miedo y no estaba dispuesta a demostrarle ni siquiera un ápice de temor.
—¿Crees eso? —inquirí, aunque no esperé respuesta y seguí hablando—, independientemente que ese sea el caso, no puedes hacer nada porque si como tú dices no soy su hija biológica, lo soy legalmente y como tal tengo derecho a todo sobre él, por eso, no las quiero aquí. En cambio, ninguna de ustedes tiene derecho a andar revisando las cosas de mi padre sin mi autorización. Y menos aún a esconder información —protesté, sintiendo un creciente malestar ante la situación.
Sin dar ninguna otra explicación, la tomé a ambas del brazo y las llevé hacia afuera.
—¡Largo de aquí! No las quiero en esta casa, no son bien recibidas —expresé.
Ambas me miraron con recelo, como si quisieran debatir mis palabras, pero al final no les quedó otra alternativa, sino echarme un vistazo por un segundo más y salir de allí, mientras yo me dejaba caer en el sofá, colocando mi mano en la cabeza, sintiéndome impotente y sin tener idea de cómo resolver mi situación.
Lissa Kempless
Nunca me había subido en un autobús, porque no había tenido necesidad de hacerlo, toda mi vida había estado llena de lujos, viajes en aviones privados, raras veces en vuelos comerciales de primera clase, aunque nunca había tenido libertad.
A mi madre, nunca la conocí, porque murió cuando nací, quizás eso podría explicar la sobre protección de mi padre hacia mí.
Vi el reloj y me di cuenta de que estaba llegando a mi destino, lo bueno es que solo cargaba un morral y no tenía que esperar equipaje, lo cual me hacía sentir aliviada porque mientras más me tardara en la terminal, más posibilidades había de ser encontrada.
Cuando el autobús se estacionó en el andén de llegada, tomé mi bolso y caminé hacia la puerta de salida, apenas me bajé vi a mi tía esperándome, tenía años que no la veía, aunque siempre manteníamos el contacto, aunque ella no era familia biológica, había sido la mejor amiga de mi madre, y era lo más cercano que había tenido a una madre.
Apenas me vio, abrió los brazos de par en par y caminó hacia mí.
—¡Tía Marieh!
—¡Mi muñeca! ¡Qué alegría verte! No puedo creer que te tenga frente a mí. Eres tan parecida a tu madre —pronunció con la voz notablemente emocionada.
Yo abracé a mi tía con fuerza, sintiendo una oleada de emoción y alivio al reencontrarme con ella después de tanto tiempo. Los ojos de Marieh brillaban con la emoción y el afecto que sentía por mí.
—Ha pasado tanto tiempo, Lissa. Estoy tan feliz de que estés aquí. Tu madre estaría tan orgullosa de la persona en la que te has convertido, estoy segura que le habría gustado tenerte a su lado —me dijo con una sonrisa emocionada y los ojos humedecidos, apartándose para mirarme con una expresión de cariño.
—Gracias, tía Marieh. Significa mucho para mí estar aquí, especialmente ahora que… —me interrumpí, dudando por un momento si debía compartir mis preocupaciones.
Cuando llegamos a la casa, me invitó a pasar. No era la primera vez que iba a su casa, había ido un par de veces mientras estaba pequeña.
—Voy a dejarte en la habitación que era de tu madre.
Yo asentí, me guio y me quedé estática, mientras veía todo con curiosidad, nunca había entrado allí porque siempre había sido una especie de santuario para mi tía.
—¿Estás segura de que deseas que me quede aquí? Digo porque sé cuánto ha significado mi madre y este lugar para ti —expresé y ella solo sonrió.
—Eres su hija, y qué mejor huésped que tú.
Yo asentí, ella se retiró y me quedé mirando el lugar con curiosidad.
Enseguida abrí mi morral y empecé a revisar mi bolso, cuando lo hice no me acordaba de que había colocado unas monedas en el uno de los bolsillos, y estas se cayeron rodando por todo el piso, suspiré con impotencia y comencé a recogerlas, unas habían caído debajo de la cama, así que me tiré en el suelo y comencé a reptar debajo para recogerlas, cuando de pronto vi un libro tirado, la curiosidad pudo conmigo, y lo tomé, me levanté, me senté en la cama y lo revisé.
Antes de que pudiera ver las fotos, se cayó una carta, la vi con recelo y la abrí, al hacerlo me di cuenta de que era la letra de mi madre.
“Querido Massimo,
No tienes idea con cuánta ansiedad, espero tu llegada y la de tu pequeño, sé que me voy a ganar su cariño, y lo amaré como si fuera mi propio hijo, el amor que tengo por ti, alcanza para amar a todos a quienes amas, quiero ser pronto tu esposa, y tener todos los hijos que deseamos. Te amo con el alma.
Siempre tuya. Emerith”.
Me quedé viendo la carta, no tenía duda de que era de mi madre, pero lo extraño, es que no estaba dirigida a mi padre, sino a un tal Massimo ¿Quién era él? Pensé dándome cuenta de que toda la vida, el tema de madre, había sido un misterio.
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