Todos se quedaron sorprendidos ante la reacción de Isabella, verla marcharse tan afectada, con los ojos cristalizados por las lágrimas, lloraba por personas a las que ni conocía.
-Bueno. . . - El Príncipe, fue el primero en hablar- eso me ha dejado realmente sorprendido.
-Es una mujer con un corazón noble y hermoso- intervino Hayffa- es capaz de sentir empatía por los demás, es una virtud poco hallada en las mujeres hoy en día. La mayoría suele preocuparse solo por ellas mismas.
-Evidentemente la señorita Isabella, no es así.
-No- concordó su madre- sería una gran soberana- sus oscuros ojos permanecieron fijos en los del Jeque.
-Sin duda alguna - dijo Zahir- había pensado en acercarme más a ella- inmediatamente el Jeque frunció el ceño- pero evidentemente su Excelencia, parece interesado- Zabdiel no dijo nada, solo frunció los labios- y coincido con madre, será una Soberana magnífica.
Ya su familia daba por sentado que Isabella le gustara y peor aún, daban por sentado que ella aceptaría un matrimonio con él. Ella no era del oriente, sus costumbres eran totalmente diferentes, y lo más lamentable era que se escandalizaba de la forma en que vivían en Norusakistan, aunque a decir verdad, ¿ quién no se escandalizaría?, no era una vida muy parecida a la que ellos llevaban en el occidente.
Zabdiel, pensó que sería muy difícil acoplar dos estilos de vida diferente, aunque Isabella Stone, tuviese muchas de las características necesarias para ser una buena soberana, no significa que querría serlo. Es más, ni siquiera podría asegurar que él le gustase o le atrajese físicamente.
-Piénsalo hijo- le instó su madre- nada pierdes con intentarlo, ella podría ser la indicada.
-Me retiraré a mis aposentos- dijo firme- me daré una ducha, madre pide que me lleven allí la cena. Buenas noches.
No quería tener aquella conversación, y lo mejor de ser Soberano, es que sus deseos eran respetados y no se cuestionaban. Si no quería hablar, ni aun su madre se atrevería a obligarlo.
Caminó a través de los anchos pasillos decorados con magnificencia y exquisitez. Pasó junto a la puerta de las recámaras donde estaba la señorita Stone, sin siquiera mirar allá. Luego se detuvo y caminó de regreso hasta quedar junto a la enorme puerta. No sabía si llamar o no. Esa extraña mezcla de sentimientos en su pecho le confundían.
¿Qué le diría?
¿Por qué sentía la necesidad de justificarse ante ella?
Sin pensarlo ni un minuto más, llamó a la puerta, al inicio hubo un largo silencio, pero después un débil; Adelante se escuchó.
Isabella, se hallaba sobre la cama, aferrada a un par de almohadas.
Era horrible la manera en que tenían que vivir las chicas allí, estar con el miedo constante de que en cualquier momento la puerta de tu casa podría abrirse para darle paso a una banda de bárbaros dispuestos a raptarte y alejarle de los tuyos, arrancándole toda posibilidad de un buen futuro.
Se sentía triste. Ella había fotografiado muchos lugares inhóspitos, algunas chozas indígenas a lo largo del mundo, ellos vivían con carencias, pero al menos parecían felices. Estar sola y sin familia, la había hecho una joven sensible en cuanto a algunos temas.
Fue dada en adopción cuando era sólo una bebé, nunca conoció a sus padres biológicos, y sus padres adoptivos quienes no podían tener hijos, la adoptaron y centraron en ella su amor, pero apenas había cumplido dieciocho años sus padres adoptivos habían muerto en un viaje al caribe.
Algunas estadísticas decían que de cien aviones, se desploma uno, que es más factible morir en carretera que durante un vuelo, lo irónico es que sus padres hubiesen abordado precisamente el único avión de cien que se desplomaría, la dejaron sola, heredera de una fortuna considerable. Pago sus estudios universitarios y se obligó a ser fuerte, pero lo cierto era que saber que alguien más era infeliz o sufría abría viejas heridas en ella. Era algo tonto porque mucha gente sufre, pero ella no podía cambiar eso, por más que quisiera, no podía.
Mientras las lágrimas surcaban sus mejillas, un llamado a la puerta la sobresaltó, de seguro sería Naiara, para saber si quería que la ayudara a prepararse para dormir.
Suspiró cansada y dispuesta a despedirla.
-Adelante- dijo débilmente, mientras sentía que su alma pesaba un millón de toneladas.
El Jeque, entró a la habitación y caminó con la intensión de ubicarla, ella estaba sobre la cama y débiles sollozos escapaban de ella.
Era sorprendente la bondad que había en su corazón, no solo era inteligente y hermosa, sino que poseía un gran corazón.
-Isabella- susurró su nombre- Isabella...
Ella giró su rostro hacia él, estaba sorprendida de que El Jeque, la llamase por su nombre de pila, sus hermosos ojos verdes, reflejaban una profunda tristeza. Inmediatamente se sentó sobre la cama y lo miró fijamente.
-Excelencia... si le he disgustado porque he salido sin desp...
-No- dijo interrumpiéndola- no he venido a recrimínarte nada, ¿puedo acercarme?
-Por supuesto- se limpió las lágrimas- está usted en su casa, Majestad.
-Pero estas, son tús habitaciones- le dijo serio- se sentó en la cama a una distancia prudencial de ella. La miraba fijamente sin saber exactamente qué decir.
Sus bocas se movieron en un arduo compás, mientras sus lenguas chocaban y exploraban la boca del otro.
Después de lo que pareció una eternidad, poco a poco El Jeque fue disminuyendo la pasión, dio por terminado el beso, a la vez que succionaba el labio inferior de Isabella, y un escalofrío le recorría la espina dorsal. Él, unió sus frentes y se quedaron así por algunos minutos.
-Isabella...- susurró El Jeque con los ojos cerrados.
-Excelencia. . . - dijo ella sin atreverse a llamarle por su nombre.
-Yo lo sien... -comenzó él.
-No... no se disculpe, no se disculpe Majestad...no lo haga, yo no me arrepiento- su voz era agitada.
-Ni yo- le confesó mientras observaba aquellos ojos verde, sintiendo que podría perderse en aquellas profundidades jade- pero debo marcharme.
-Comprendo- le dijo temblando internamente, no deseaba que se marchara, lo que más anhelaba en ese preciso instante, era que se quedara con ella, que la siguiera besando de esa forma.
El Jeque, se puso en pie, batallando con la necesidad de quedarse, de seguir besando aquellos carnosos labios.
-Buenas noches, Isabella- dijo con voz ronca.
-Buenas noches, Majestad.
Isabella, se quedó allí con la respiración agitada y el corazón latiendo como si hubiese corrido un maratón. Se dejó caer sobre la cama, mientras miraba el techo de su cama de cuatro postes.
¿En serio había besado al Jeque?
¿En realidad había sucedido?
Por supuesto que había sucedido, el calor de aquellos labios aún estaba sobre los de ella. Sonrió como una tonta al descubrir que había sido el mejor beso que había recibido jamás
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: (COMPLETO) EL CALOR DEL ORIENTE