El Jeque, se encontraba sobre su amplia cama, mirando a un punto fijo, recordando la suavidad de aquellos labios que se habían entregado sin reserva, él había estado ansioso por beber de ella, se había recriminado aquel impulso durante los primeros segundos, pero al sentir como ella cedía bajo sus labios, sus recriminaciones y autocontrol se habían ido a la nada.
Isabella, era realmente hermosa. Sus grandes ojos color Jade, lo estaban amenazando con robarle la cordura, aquella mirada se debatía entre el deseo y la inocencia, entre la picardía y la pureza. Ese hermoso cabello dorado con reflejos rojizos, caían hermosamente sobre sus hombros, su exquisito cuerpo se veía perfecto sin importar lo que llevase puesto.
Bien pudiera ser un corriente pantalón lleno de la arena del desierto de Norusakistan, una hermosa túnica jade o aquellos sensuales pantalones. Todo, absolutamente todo, revelaba una silueta sensual y provocadora. Aunque aparentemente ella no se fijaba en eso, no parecía percatarse de la sensualidad cargada de inocencia que irradiaba.
Comenzaba a considerar las insinuaciones de su madre y su hermano, quizás Isabella Stone, fuese la más indicada para ser la Soberana de Norusakistan; hermosa, elegante, empática y capaz de llorar por Norusakistanes que no conoce, carismática, decidida y valiente.
Isabella Stone, parecía llenar las expectativas necesarias y además de eso, despertaba en él una pasión que poco a poco amenazaba con salirse de control.
Sería fácil imaginarse casado con ella, viviendo a su lado...durmiendo a su lado... despertando a su lado.
En aquel preciso instante deseaba correr a su lado, aunque solo fuese para verla dormir. La pasión corría a través de las venas del Jeque. Los Norusakistanes, eran conocidos en el mundo por ser amantes tan ardientes, como el mismo desierto, estar en sus brazos era como sentir las abrasadoras llamas del calor del oriente, y lo único que deseaba en aquel preciso momento, era mostrarle a Isabella su ardiente pasión.
Quizás si El Jeque Zabdiel, la comparaba con algunas mujeres, debería parecerle sosa. Su piel era blanca, muy blanca y delicada, su cabello llamativo, según había entendido eso no era bueno, su cabello no era largo, lacio y precioso, no poseía la piel bronceada y menos contaba con aquella exquisita apariencia seductora, misteriosa y atrayente que tenían las mujeres del oriente.
Seguramente si se detenía un momento a compararlas, estaría en clara desventaja. Quizás había sido tonto emocionarse solo por un beso, por muy ardiente que hubiese sido, bien decía la frase: "Los Norusakistanes, llevan el calor del desierto en la piel y la pasión liquida en las venas"
Seguramente aquel beso solo había sido un arrebato.
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