(COMPLETO) EL CALOR DEL ORIENTE romance Capítulo 25

El corazón de Isabella, se agitó con violencia y comenzó a respirar con dificultad. , ¿este hombre hablaba en serio?, ¡por supuesto que sí!, pensó sintiendo que su corazón se encogía.

Se quedó viéndolo con ojos enormes, sintiéndose incapaz de protestar, aunque internamente gritaba muchos improperios.

¡No era un mueble, un cuadro o una túnica para que quisieran comprarla!

-Lo siento, Samarck- le respondió Maishelah, cruzándose de brazos- no está a la venta.

-Vamos, vamos mi querido Maishelah, podemos llegar a un acuerdo, seguro que tengo suficiente oro como para pagarte esa belleza-Isabella, se estremeció nuevamente.

-No está a la venta y es mi última palabra- le dijo firme.

-Cuarenta piezas de oro- ofreció- es muchísimo más de lo que nunca he pagado por una mujer.

-Y es una oferta tentadora, Samarck, pero no la venderé. Es mejor que te marches para evitar enfrentamientos entre nuestros clanes. Mis hombres saben que no pueden tocarla, pero no estoy seguro de que tus hombres respeten el trato, así que lo mejor será que busques donde acampar, lejos de nosotros.

-¡Cincuenta piezas!- declaró firme y se escuchó un murmullo en todo el campamento, era una oferta que solo un loco rechazaría- creo que esos ojos, ese cabello y ese cuerpo lo valen. Cincuenta piezas Maishelah, yo me voy con la mujer y tú disfrutas de tu oro.

-¡No está a la venta!- repitió exasperado- y espero no tener que repetirlo Samarck.

-Vamos Maishelah, hace poco te vendí una buena mercancía, joven y hermosa. Ahora soy yo quien necesita. . . buena compañía.

-Lo siento, amigo. Quisiera poder recompensarte, pero no será posible. Al menos, no está vez.

-Bien. . . sabes que bien podría llevármela a la fuerza.

-Pero no lo harás- le dijo amenazante.

-Pudiera hacerlo y nadie me recriminaría nada, ya sabes la ley del desierto; "Mientras lo que robes, sea robado, Alá te habrá perdonado"

-Sería imposible que salieras de aquí cargando esta mujer, triplicamos el número de tus hombres.

-Es cierto. Es por ello que propongo la solución viable.

-No- se negó a retroceder Maishelah- no quiero estropear nuestros acuerdos. Te pido que te marches, Samarck.

Se miraron en silencio como retándose en silencio por lo que parecieron largos minutos.

-Bien- Samarck, fue el primero en hablar- me marcharé Maishelah, solo un consejo; cuida bien esa mercancía, buen amigo.

Dicho aquello dio media vuelta y le hizo señas a sus hombres para que se retiraran. Isabella, respiró con dificultad, no se había dado cuenta hasta ese momento que sostenía la respiración.

-Quiero al menos la mitad de los hombres vigilando el resto de la noche, lo haremos en dos rondas y partiremos a primera hora de la mañana. Conozco a Samarck y sé que intentará robarse a la rosa inglesa.

Aquella declaración no hizo más que alterar los nervios de Isabella, quién comenzó a mirar a todos lados. Los hombres se organizaban para cumplir las órdenes que su jefe había dado. Vio como Maishelah, se acercó a ella con rostro sereno.

-Tranquila rosa, vuelve a dormir.

-¡Debe ser una broma!, ¿qué vuelva a dormir?, no podría aunque quisiera, no podré hacerlo sabiendo que ese hombre de las cavernas piensa raptarme. Bueno, ya estoy raptada ¿no?, pero aparentemente puede ser peor- comenzó a desvariar nerviosa, hablando rápidamente- al menos usted no ha dejado clara cuáles son sus intenciones, pero creo que no es venderme, ¡porque cincuenta piezas de oro es un gran precio!, yo no quiero que me vendan, no quiero quedarme en el desierto, no quiero estar aquí, quiero volver a palacio, quiero estar con Za. . .

-¡Basta!- gritó Maishelah, mirándola mientras la sacudía de los hombros para sacarla de su estado de shock. Isabella, lo miró con ojos enormes cargados de lágrimas. Siempre se había jactado de ser una mujer fuerte, pero en esos momentos sentía que se estaba desmoronando- intente descansar, nosotros la cuidaremos rosa inglesa. Nada malo le ocurrirá.

Ella lo miró con ojos enormes y sin decir nada volvió a la posición en la que dormía anteriormente, mientras silenciosas lágrimas brotaban de ella, resbalando sigilosas por sus mejillas y cayendo sobre la arena.

Aquello no podía estarle ocurriendo.

Contuvo un sollozo, mientras cerraba los ojos con fuerza, lo único que quería era volver junto a Zabdiel

La noche fue terriblemente mala. No pudo dormir, ni descansar un poco. Muy temprano le informaron que emprenderían la marcha y diez minutos después estaba sobre el caballo con Maishelah. Él la llevaba custodiándola de las curiosas mirada de sus hombres.

-No durmió nada, ¿cierto?- le preguntó.

-Cierto. Tengo los nervios crispado, temí toda la noche que esos hombres entraran al campamento y me llevaran con ellos.

-Samarck, suele ser muy insistente y es evidente que se fue enfadado, pero puedo vivir con ello. Además nuestros hombres eran más que los de él, no se atrevería a intentar algo. Pero podría jurar que está por allí vigilando de cerca. Debemos apresurarnos en llegar.

-¿A dónde vamos?- preguntó angustiada.

-A nuestras cuevas. Si logramos llegar hasta allá, estará usted segura rosa inglesa, lo peor que podría suceder es tener que pasar otra noche bajo las estrellas, seguramente Samarck, no dejaría pasar esa oportunidad.

Obviamente debía llamar la atención.

Llegaron a un espacio muy pequeño. Con algunas mantas sobre el suelo, unas velas, y muchas telas que reconoció como túnicas. Seguramente de las que generalmente robaban a sus hermanos Norusakistanes. El lugar era rustico, húmedo y nada cómodo.

-Te traeré un poco de agua para que te asees- le dijo Aishell- la vida aquí es dura- le regaló una gran sonrisa- pero después de un tiempo te acostumbras- entonces, ella también había sido robada.

-¿Cómo llegaste hasta aquí?- le preguntó llena de curiosidad.

-Igual que todas, fui raptada mientras viajaba por el desierto. Obviamente andaba en compañía pero nos atacaron muchos hombres y como vez terminé aquí. Uno de los del clan, me reclamó y desde entonces este se convirtió en mi hogar. Tengo tres hijos, son mi adoración, y aunque llegué a este lugar en condiciones terribles, le agradezco a Alá, por mis hijos. Valen más de lo que podría decir. Desafortunadamente tengo una hija. . . - dijo triste.

-¿Desafortunadamente?- preguntó Isabella, con ojos enormes.

-Si- asintió- nadie me asegura que termine cerca de mí. Quizás la rapte algún clan amigo, o enemigo y termine viviendo lejos de mí. Con mis hijos es diferente, siempre permanecerán al clan.

Isabella, pensó en que aquella gente vivía muy mal, no solo tenían que vivir en aquellas terribles condiciones, sino que tenían que soportar las separaciones de sus familia.

Definitivamente Norusakistan, debería cambiar. . . y mucho.

-¡Zabdiel!- le dijo su hermano muy cerca. Se habían detenido a descansar y El Jeque, estaba con el ceño fruncido- debemos volver.

-¡No!- lo miró con ojos enormes, que amenazaban con cristalizarse-¡No volveré sin ella, Zahir. No lo haré!- se negó.

-Por favor, hermano. Llevamos cuatro días cabalgando, hemos recorrido medio desierto, nuestros hombres no han dormido, comido o bebido bien- argumentó- se han acabado las provisiones, los hombres se caen de agotamiento. Debemos volver- lo tomó del antebrazo- hay que darle noticias a nuestra madre.

-Por favor- le dijo con voz temblorosa- no me pidas que regrese, no puedo hacerlo. . . Zahir, la amo, la amo y no puedo dejarla a merced de esos hombres- Zahir, se sorprendió de las palabras de su hermano. Era más que evidente que la amaba, pero que lo admitiera en voz alta, y con los ojos cargados de angustia, realmente lo sorprendía y lo conmovía en sobremanera, su hermano siempre había sabido ocultar sus sentimientos, pero ahora se los dejaba ver y eso enternecia una parte de su corazón.

El actual Jeque de Norusakistan, nunca había sido un hombre expresivo, no mostraba sus sentimientos, y parecía mantener la calma en todo momento, pero esa dulce rosa inglesa se había robado el ardiente corazón del Soberano.

-Hermano- lo tomó de ambos hombros- solo piénsalo con cabeza fría- ya no tenemos agua, ni alimentos, no pasaremos de esta noche sin que los hombres comiencen a caer deshidratados ante nuestras narices. Volvamos, descansemos y tomemos nuevas fuerzas, luego podremos retomar la búsqueda con más provisiones, comenzaremos por el lado Norte y así recorreremos las tierras que aún no hemos explorado.

-Me niego a volver sin ella- gimió al borde de las lágrimas.

-Es por el propio bien de Isabella. Hazme caso hermano- después de muchos minutos, divagando en las opciones que tenía pensó que sí, que lo más sensato era volver. Cuatro días. . . habían pasado cuatro días desde que esos hombres se habían llevado a Isabella. Cuatro días de angustia, de dolor, de contener el llanto, cuatro días de cabalgatas con poco descanso, sin casi alimentos, sin agua. Debían volver o morirían en el desierto. Necesitaban descansar para retomar la búsqueda con mayor ahínco.

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