-De acuerdo Rosa Inglesa, te desataré- le dijo- solo recuerda que somos muchos, que jamás lograrías escapar de nosotros, que si lo intentas no habrás llegado muy lejos antes de morir y que si sales de mi alcance, no podré protegerte de las. . . necesidades de estos hombres- Isabella, se estremeció ante sus palabras. No sabía que le aguardaba en el futuro, solo deseaba que Dios, o Alá, como ellos le llamaban, tuviera compasión de su vida y le permitiera regresar junto al hombre que amaba.
El hombre la desató y se giró hacia aquel grupo de hombres que le seguían.
-Bien- dijo en un semi grito- acamparemos aquí. Pongamos manos a la obra, necesitamos fuego urgentemente o no sobreviviremos esta noche.
Zabdiel. . .
La angustia me abate y siento que mi corazón está oprimido por la pena llevamos horas cabalgando y no he visto rastro de Isabella, ni de los hombres que se la llevaron. Quisiera poder llorar y desahogar este terrible dolor que siento, pero no hay tiempo para lágrimas, necesito hallar a mi amada lo más rápido posible. No me puedo ni imaginar qué cosas pudiera estar viviendo, solo rogaba porque no se hubiesen atrevido a tocarla, sería una marca espantosa para ella y seguramente querría salir huyendo de Norusakistan, a penas pudiese.
Aunque después de esto no estaba seguro si ella quisiera seguir adelante con su compromiso, era egoísta pero deseaba fervientemente que Isabella no deseara romper el compromiso, porque si no con ello rompería también su corazón.
Saberse expuesta a este tipo de situaciones era espantoso, y saber que él no pudo protegerla lo estaba consumiendo. Quería gritar de frustración.
-Excelencia. . . Excelencia. . . - la voz de su hermano lo trajo de vuelta.
-Si- le dijo frunciendo el ceño, intentando ajustar el galope de su caballo, al de su hermano.
-Si no vamos a volver a Palacio, deberíamos acampar.
-No- dijo firme- no descansaremos hasta encontrarla, no volveré a Palacio sin ella- dijo mirando los grises ojos de su hermano, tan similares a los de su padre- no acamparé, nadie descansará hasta que la encuentre.
-Majestad. . . sé la preocupación que debe sentir. . .
-¡Ni la imaginas!- respondió con vehemencia mientras fruncía el ceño.
-Puedo imaginarlo por la turbación en sus ojos pero, los caballos y los hombres necesitan descansar, Señor. Además, sabe perfectamente que no podemos pasar la noche cabalgando, moriríamos. Piénselo Majestad.
Zabdiel, maldijo internamente. Su hermano tenía razón, deberían detenerse, la noche comenzaba a caer, pronto no verían absolutamente nada, la temperatura comenzaría a descender y los animales nocturnos harían acto de presencia.
Con mucho pesar en su corazón, dio la orden de detenerse y acampar.
Isabella. . .
Isabella, se quedó observando el contenido de aquella vieja cacerola, no era nada apetitoso pero, su estómago comenzaba a resentir la falta de alimento.
Observó a aquel hombre, al que todos llamaban Maishelah, mostraban gran respeto hacia él. Era un hombre sumamente atractivo, como lo era aparentemente todos los Norusakistanies, obviamente no tenía nada que hacer frente al Jeque, pero tenía su encanto. A pesar de ser un Bárbaro que la había secuestrado se mostraba amable y parecía no querer estar en aquella situación.
-Es mejor que coma- le dijo él, sobresaltándola- sabe aún peor cuándo se enfría- Inmediatamente ella comenzó a comer, él tenía razón, no era un buen sabor. Todos esos hombres se encontraban alrededor de la gran fogata y comían ansiosos su porción del alimento, algunos le dedicaban unas miradas que la hacían estremecer.
Si tan solo pudiese cerrar los ojos y despertar de aquella horrenda pesadilla.
Se llevó un segundo bocado de aquello, cuando la susurrante voz de Maishelah, la sobresaltó.
-No se mueva. . .
-Porqu. . .
-Hágame caso Rosa Inglesa- le dijo- no mueva ni un solo musculo.
Se acercó a ella con sumo cuidado, extendió su mano directamente hacia su pierna. Isabella, tuvo la necesidad de retraerse. . . ¿qué pretendía aquel hombre?
-No se mueva. . . - le repitió y ella cerró los ojos para abrirlos nuevamente. Cuándo vio lo que él iba a tomar, quiso gritar; un horrible escorpión, caminaba sobre su pierna. Isabella, ahogó un grito. Maishelah, lo tomó con sumo cuidado y luego en un rápido movimiento lo arrojó a la fogata.
-¡Santo Dios!- gimió ella, dejando caer la cacerola de sus manos.
Suspiró entristecido, las lágrimas acudieron a sus ojos para nublarlos, pero parpadeó inmediatamente, no lloraría. Isabella, no estaba muerta y él la recuperaría aunque le fuera la vida en ello.
Isabella. . .
Se despertó sobresaltada al escuchar una conversación.
-Es mejor que te vayas, Samarck. . .- le decía Maishelah, a un hombre alto que estaba frente a él.
-Pero por Alá, Maishelah, hemos sido buenos el uno con el otro siempre, no sería la primera vez que acampáramos juntos. Seriamos más y podriamos protegernos mejor, los unos a los otros, sólo somos diez de mis hombres y yo.
-No, esta vez no podrá ser, Samarck- le negó rotundamente.
-¡¿Por qué?! Solo buscamos solidaridad, compañía y un buen fuego.
Isabella se sentó mirando angustiada la escena. ¿Quiénes eran aquellos hombres?, ¿le permitiría Maishelah, quedarse con ellos?
De pronto aquel fuerte hombre giró su mirada hacia ella, Isabella supuso, que por el movimiento que había hecho.
Unos oscuros y llameantes ojos se fijaron en el ella, luego su boca se curvó en una cínica sonrisa.
-Ya veo por qué no quieres recibirnos Maishelah, bonita mercancía. Sería una excelente compañía esta noche. Te la compro- le propuso mientras la miraba fijamente.
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