-Buenas noches- dijo y los dos hombres presentes se giraron hacia ella. El Jeque y El Príncipe eran tan semejantes como el día y la noche, aunque si en algo coincidían era en esa belleza masculina y poderosa que aparentaba ser solo suyas.
-Buenas noches, señorita Stone- le respondió el Jeque.
-Oh Señorita Isabella, que bien se ve usted- le halagó El Príncipe, sonrió agradecida pero algo decepcionada de no recibir aquellos halagos de parte del Jeque- Esa túnica es perfecta para usted, hace resaltar sus ojos.
-Gracias, Alteza- respondió caminando hasta ellos- y gracias a usted su Majestad, ha sido un hermoso detalle.
El Jeque la miró directamente a los ojos y luego la recorrió con la mirada.
-Ha sido un placer, Señorita Stone- le dedicó una inclinación del rostro.
Aquella mujer se veía endiabladamente bien. Qué Alá, le perdonara por ese pensamiento pero no podía expresarlo de otra manera. Sus delicadas curvas se insinuaban con sutileza bajo la tela, sus ojos parecían más verdes e intensos, y ese perfecto cabello caía en cascada sobre sus hombros. Estaba perfecta, hubiese querido ser el primero en alabar su belleza, en ese momento apretó los dientes con fuerza.
¿Por qué tenía Zahir que adelantarse siempre?
-Sin duda alguna, Su Majestad no se ha equivocado- la voz de su hermano menor le impidió seguir cavilando sobre la situación. Contuvo unas palabras cuando ella le sonrió sincera y abiertamente a Zahir- Jamil, señorita Isabella.
Ella frunció el ceño al no comprender lo que él quería decirle. El Jeque quiso maldecir al escuchar que su hermano le llamaba; hermosa.
¿Qué derecho tenía?, sin duda alguna el mismo derecho que tenía él de enfadarse; ninguno.
La vió abrir la boca para responder cuando su madre entró en la habitación, enfundada en una hermosa túnica dorada con bordes rojos.
-Buenas noches- los tres se giraron hacia ella- oh- exclamó la mujer- tú debes ser, Isabella Stone- le sonrió- no podía aguantar un minuto más para conocerle- Isabella sonrió nerviosa sin saber qué decir o cómo llamarle, sabía que aquella mujer era la madre del Jeque y El Príncipe, solo que pensó que aunque en fotos era realmente hermosa, le hacían poca justicia. A su avanzada edad, resultaba ser una mujer increíblemente bella, sin duda alguna eso le había transmitido a sus hijo- Puedes llamarme Hayffa.
-Es un placer- Isabella le dedicó una tímida sonrisa.
-El placer es mío querida, eres realmente hermosa, que cabello tan peculiar.
-Muchas gracias- Isabella se acarició el cabello nerviosa, al parecer era tal y como había dicho el Jeque; era un cabello sumamente llamativo.
-¿Puedo llamarte Isabella?- preguntó.
-Por supuesto.
-Qué ojos tan hermosos Isabella, son como piedras de Jade, son como dos profundos pozos de Jade- Ella se ruborizó ante el cumplido, sintió que todo su cuerpo se ruborizaba de ser posible, la personalidad de la esposa del antiguo Jeque, era bastante alegre, y aunque en sus ojos se notaba la tristeza, era evidente que tenía mucha chispa y eso le evitaba entregarse al dolor- Oh qué dulce Isabella, te has ruborizado- le tocó una mejilla con ternura.
-Madre- la voz del Jeque era firme y serena- estás avergonzando a nuestra invitada.
-No lo creo, su Excelencia- odiaba que hasta su madre le llamase así.
-Me temo que su Majestad tiene razón madre- la voz del Príncipe era risueña- no hagas que se arrepienta por haber aceptado nuestro ofrecimientos.
-Para nada, hijos míos- les sonrió- presiento que Isabella y yo seremos grandes amigas- respondió guiñándoles un ojo a lo que Isabella volvió a ruborizarse.
La cena fue animada, ya que Hayffa se encargaba de llenar el espacio con buena conversación, además de contar muchas anécdotas de Norusakistan. Los ojos de Isabella, se desviaban inconscientemente hacia El Jeque, quien comía en silencio y solo asentía o sonreía de vez en cuando.
-¿Es usted consiente de lo que me pide, Señorita Stone?
-Lo soy, Excelencia- lo miró sin desviar la mirada.
-El Palacio no ha sido fotografiado antes- parecía sereno.
-Lo sé Majestad, sería lo mejor, ser la primera en hacerlo. Sería todo un privilegio.
El Jeque guardó silencio nuevamente, parecía considerar los pro y los contras de la situación. Isabella, imitó su gesto cuando él frunció el ceño, luego lo vio relajarse.
-De acuerdo, señorita Stone. Puede fotografiar la casa real.-concedió.
-Gracias, Excelencia- le dedicó una tímida sonrisa.
-Sólo le pediré un favor.
-Usted dirá- le miró a la expectativa.
-Si desea fotografiar el desierto o los al rededores de Palacio, que le acompañen, no sería prudente que lo haga sola.
Fue el turno de Isabella de fruncir el ceño, para relajarse a los minutos.
-De acuerdo, su Majestad.
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