La noche fue increíblemente buena, durmió como un tronco nada más tocar las almohadas. La cama era muy confortable, suave y delicada, con esas sábanas de seda color azul rey, era increíble la sensación que producían, era como dormir en una nube, obviamente aquello era el cielo comparado con dormir en una carpa en mitad del desierto.
Se sorprendió al despertar y descubrir que sus sueños estuvieron llenos de unos hermosos ojos oscuros.
Suspiró sintiéndose frustrada, El Soberano de Norusakistan, era un hombre bastante extraño, durante la cena, descubrió más de una vez, que esos hermosos y profundos ojos, estaban fijos en ella, como escudriñándola, como queriendo descubrir sus más íntimos secretos.
Tenía una mirada bastante seria, unos ojos profundos, un rostro inescrutable y una personalidad indescifrable.
Isabella, supuso que todo eso se debía al hecho que de pronto se encontrara con que había adquirido tanta responsabilidad.
El Príncipe, por el contrario de Su Majestad, era alegre, juguetón, relajado y bromista, además de muy halagador, no perdía oportunidad para elogiar sus ojos, su cabello, su sonrisa, su personalidad o su independencia, decía admirar que ella fuese capaz de ir a Norusakistan sola, con la finalidad de cumplir lo que se había propuesto. Sintió sus palabras muy sinceras, aunque era obvio que al Príncipe Zahir le gustaba coquetear y hacerse de la atención femenina, no era extraño para Isabella, la prensa siempre se había encargado de resaltar ese detalle, frente al mundo, él era un mujeriego en construcción de su propio Harem.
Despertó muy temprano, se duchó y se vistió con pantalones jeans, unos botines rústicos y una camisa manga larga, necesitaba cubrirse bien, pues pensaba pedirle al Jeque que alguien de la casa le acompañara a fotografíar los alrededores del Palacio.
Salía del baño cuando la dulce voz de Naiara la sobresaltó.
-Buen día, señorita Isabella.
-Buen día Naiara, me has dado un susto de muerte- se llevó una mano al pecho- ¿Cómo amaneces?
-Disculpe, señorita- le dedicó una tímida sonrisa- Alá nos ha bendecido con un nuevo día, eso es suficiente para amanecer bien.
Aquellas palabras calaron en Isabella, aquella gente era tan agradecida con los pequeños detalles. Quizás, si todos aprendiésemos a agradecer lo poco o lo mucho que tenemos, el mundo fuese distinto, mejor, más cálido, más humano y menos competitivo.
-Comprendo- fue lo único que dijo y lo acompañó con una gran sonrisa.
-Su Excelencia, pidió que se le informara que el desayuno será servido en veinte minutos, a menos que usted decida desayunar sola, o en su habitación.
-Desayunaré con ellos, muchas gracias.
Al llegar al desayunador, estaban El Príncipe, Hayffa; la madre, pero no había rastros del Jeque por ningún lado. Isabella, se sorprendió, ¿habría sucedido algo?
-Buenos días- saludó sintiéndose de pronto algo tímida.
-Buen día, Isabella- le respondió El Príncipe.
-Querida. . . - Hayffa se puso en pie- acércate- le hizo señas- que agradable que hayas llegado. ¿Cómo dormiste?
-Como en el cielo- responde Isabella, con sinceridad- en Palacio- tienen camas formidables.- Dice sonriendo mientras llega a la mesa y Zahir, le indica la silla para que tome asiento, luego se sienta junto a ella.
-Así será, Excelencia.
Todo volvió al silencio absoluto, hasta Hayffa, que solía hablar mucho parecía absorta en sus cavilaciones, mientras su mirada iba a los tres comensales que le acompañaban durante el desayuno. Después de unos diez minutos, Haimir llegó hasta el salón y se inclinó en una perfecta reverencia.
-Excelencia, lamento interrumpirle pero, ha sucedido algo que requiere de su atención.- informó con voz seria, Isabella se puso nerviosa, ¿Qué podría estar ocurriendo?
-Acércate Haimir- le pidió El Jeque y el hombre obedeció- ¿Qué tan urgente es?
-Muy urgente, mi señor- le respondió- necesitamos instrucciones suyas. Quizás. . . quiera conversarlo en privado.
-Si es urgente será mejor que me informes en este momento para tomar las medidas necesarias, sin perder tiempo en protocolos y formalismos.
-Son los bárbaros señor. . .
-¿Qué sucede?- preguntó con voz firme, su ceño fruncido, pero con la preocupación reflejada en sus ojos.
-Han entrado a la casa de Raffá- dijo nervioso.
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