Después de dejar a Sam en casa de sus padres, el camino a casa de Nick fue bastante silencioso. Ninguno de los dos dijo palabra alguna en todo el trayecto y se empezaba a tornar incómodo el ambiente.
–Lo siento.
Digo finalmente.
–Sé que lo haces por qué te preocupas pero...estás sobre protegiéndome.
–Yo también lo siento.
Dice al fin.
–Tienes razón, no eres de porcelana y te estoy tratando como una niña que no sabe lo que quiere cuando ya eres toda una adulta, te estoy quitando tu voz y no es justo.
Le sonrío y tomo su mano izquierda que está sobre la palanca de velocidades para entrelazar nuestros dedos. Él las alza y deja un beso sobre mis nudillos, dedicándome una preciosa sonrisa después.
–¿Quieres salir a cenar?
–Claro, ¿deberíamos regresar por Sam e invitarla?
–Para nada. Ya te compartí con ella toda la tarde, es mi turno de tenerte solo para mi.
Río nuevamente y recargo mi cabeza contra su hombro.
–Eres un egoísta.
–Siempre cuando se trate de ti. Nunca tendré suficiente.
Gira y deposita un beso en mi coronilla, para luego volver su vista al camino.
–¿Te apetece comida italiana?
Me giro a mirarlo pensativa.
–Mmmm no, ¿y si mejor comemos en casa?
–Lo que tú ordenes, preciosa.
Da la vuelta en la siguiente glorieta y toma el camino que nos llevará a su casa. Después de diez minutos estaciona el auto a un costado de su casa y Christine sale a nuestro encuentro con una sonrisa amable.
–¿Que tal su día en la playa?
Nos pregunta y ambos le sonreímos.
–Bastante bueno.
Dice Nick.
–Señor, ¿gusta que les prepare algo de cenar?
–No.
Digo adelantándome y ambos me miran raro.
–No es necesario Christine.
Le sonrío nerviosa y Nick se ríe.
–Sí ya terminaste puedes retirarte, Christine.
–Ah, de...de acuerdo. Iré por mi bolso.
Los tres nos adentramos en la casa, Christine se dirige a la cocina y nosotros a la sala. Nick se sienta en el sillón de dos plazas y yo junto a él, pero toma mis piernas por el pliegue de mis rodillas y las coloca cobre las suyas, tira mis sandalias al piso y comienza a masajear mis pies pero me quejo cuando toca un punto al parecer sensible.
Levanta la planta de mi pie a la altura de su vista y lo examina.
–Tienes una herida.
–Pise una roca que estaba dentro del agua, no la vi.
Bajo la cabeza y miro mis piernas cruzadas.
Le digo y corto un pedazo de pollo para llevarlo a mi boca, instantáneamente mis ojos se abren completamente perplejos.
–Diablos Nick, está delicioso.
Él voltea a verme con cara de "te lo dije" y yo ruedo los ojos.
–¿Acabas de poner los ojos en blanco?
Su mirada se ha oscurecido y un escalofrío recorre mi espina.
–Para nada.
Digo rápido.
–A mi me pareció que sí.
–Pues te pareció mal. Haz de haber tomado agua del mar, dicen que hace estragos en la mente.
Me río nerviosa cuando él se levanta de su taburete y camina hacia mi como lo hace un león a punto de abalanzarse contra su presa.
–¿Ahora estoy loco?
Dice serio y su mirada me da escalofríos.
–Yo no he dicho eso.
Cuando llega frente a mi, abre mis piernas y se coloca en el medio, luego lleva una de sus manos a mi trasero y lo aprieta mientras que su otra mano va a la parte de atrás de mi cabeza y agarra mi cabello desde la raíz, hace mi cabeza a un lado y mete su rostro en el hueco de mi cuello.
–Me pusiste los ojos en blanco, así que te voy a castigar.
Se aleja de mi, dejándome ver la perversión y malicia en sus ojos.
Madre mía.
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