Todos, a excepción de Jazmine, están sorprendidos ante lo que acaba de decir Ares.
Adriana se acerca a él totalmente desconcertada.
—¿Qué acaba de decir?
—Lo que escuchaste. Vine a pedirle a Isaías la mano de su hija, Aurora.
Adriana se gira de inmediato hacia su hermana, que está pálida, y temblorosa, pues no solo los ojos de Adriana están sobre ella, también los de Eloise, que la mira con desprecio, mientras su padre camina de un lado a otro sin entender la situación. Sin saber qué hacer…
—Jazmine, tú fuiste clara cuando dijiste que sería Adriana la que se casaría con Ares. —Le dice Isaías, a la señora Walton, que le da un sorbo a su té, y lo ignora.
—¡No le pueden hacer esto a mi hija! —Grita enojada Eloise, que está que se hala de los cabellos. —¡Esto es depravado!, ¡es una monja por Dios!, ¿cómo pretenden que sea tomada en matrimonio? ¡Es insensato!
No para de gritar Eloise
—No lo es. Aurora es solamente una novicia. Aún no ha decidido ser monja, y eso mi madre no lo sabía, por eso había sugerido a Adriana, pero Aurora está en plena libertad de rechazar los votos y casarse. —Ares muestra media sonrisa, qué molesta a Eloise
Adriana se gira y va en busca de Aurora.
—¿Tú lo sabías? —Le pregunta muy triste, con las lágrimas a punto de desbordarse de sus ojos.
Aurora no sabe qué decir, y cuando quiere emular palabra. Eloise se va contra ella.
—¡Maldita mojigata!, ¿para eso volviste? ¿Para arruinar la vida de mi hija? —Sacude con fuerza a Aurora de los brazos, lastimándola con su agarre.
Ares no puede creer el circo en el que se ha convertido su propuesta; sin embargo, solo observa, y no interviene, curioso de lo que serán capaces de hacer madre e hija.
Isaías, al ver a su esposa, interviene de inmediato.
—Suéltala mujer. ¿Qué crees que haces?
Rápidamente suelta a Aurora, quien agradece tener que cubrir su rostro, para que no vean lo asustada y angustiada que está, llorando sin parar.
—¿No ves lo que está pasando? Esta chiquilla está arruinando la vida de Adrianita, le está robando a su novio.
—Aurora no le está robando nada a nadie. Este matrimonio inicialmente fue orquestado por Jazmine, y debe ser ella quien nos aclare esta situación.
Jazmine le da un último sorbo a su té, y deja la taza sobre la mesita de centro que está frente a ella.
Se levanta, toma su bolso, lo abre y saca un sobre que le entrega a Isaías.
—Aurora se casará con Ares, es eso o mañana mismo deberán irse de esta casa.
Isaías abre los ojos de par en par, y revisa el sobre, observa el comprobante del banco y las escrituras de la casa a nombre de Jazmine.
—¡No puedes hacernos esto! —Le dice preocupado, pero ella ni siquiera se inmuta.
Eloise se acerca rápidamente a su esposo y le arrebata los papeles que tiene en las manos.
—¡Usted es una bruja!, primero juega con los sentimientos de mi hija y ahora pretende echarnos de nuestra casa.
—¡Mida sus palabras, señora! —Interviene por primera vez Ares, defendiendo a su madre.
—¿Bruja? ¡Tal vez!, pero soy una bruja con todo el dinero que tú deseas. Y si Aurora se casa con mi hijo, no solo pagaré sus deudas, como dije que lo haría cuando propuse que fuera Adriana, la esposa de Ares. También restauraré sus empresas y podrán gozar del dinero a manos llenas del que en una época gozaron.
Escuchar estas palabras a Eloise le abrieron la vena de la avaricia. Ella amaba a su hija, pero la oferta era demasiado tentadora para rechazarla y el amor era tan efímero que creía fielmente en que su hija se olvidaría de Ares y se volvería a enamorar en el futuro.
—¿Y cuándo sería la boda? —Pregunta con descaro Eloise, causando sorpresa en su hija, su hijastra y su esposo.
—¿Pero qué rayos dices mujer?, ¿acaso crees que nuestras hijas son algún tipo de mercancía? —La toma del brazo Isaías, furioso por su actuar.
—¿Y entonces qué hacemos?, ¿prefieres que nos quedemos en la calle, mientras todos nos morimos de hambre? ¿Ese es el futuro que esperas para ellas?
—Prefiero eso a obligarlas a algo. Con Adriana accedí porque dijo estar enamorada de Ares. Pero Aurora es una novicia, que posiblemente se convierta en monja. ¿Cómo podría ir en contra de sus deseos?
—¡No es así! —Dice Ares muy seguro, llamando la atención de todos. —Su esposa la obligó a internarse en ese convento.
—¿¡Que!? —Isaías mira a su esposa que niega con la mirada, y luego observa a Aurora, que no sabe qué hacer ante esta situación.
—Aun así, joven. Aurora es quien tiene que decidir si quiere o no casarse con usted. —Se mantiene en su posición Isaías, y todos desvían la mirada hacia la temerosa Aurora, que no deja de temblar, al ver que todos esperan una respuesta.
—¿Por qué lo dudas?, ¿por qué no dices que no? —Le pregunta su hermana, quien al ver la duda en sus ojos, sale corriendo hacia su habitación, y Aurora deja a todos expectantes, pues las piernas solo le responden para seguir a Adriana.
—¡Esto es inconcebible! Jamás creí que pudieras jugar con los sentimientos de mis hijas, de esa manera Jazmine. Pensé que nos tenías aprecio. —Comenta Isaías.
—Por qué te lo tengo es que lo hago. Y precisamente por los sentimientos de tus hijas es que te propongo esto. No sería justo que Adriana, teniendo sentimientos por Ares, se vea involucrada en este trato comercial. Ni siquiera puede emular palabra cuando está cerca a él. Es mejor que se desilusione ahora a que se vea envuelta en algo que jamás podrá obtener. Fue mi culpa pensar premeditadamente y por eso me disculpo.
—¿Y Aurora que tiene que ver?
—Ares tiene razón. Tu esposa la obligó a entrar al convento. Acabas de ver incluso cómo la maltrató frente a todos, pero no dudó en cederla como carne de cañón para recuperar su posición económica. No permitiré que hagan de la vida de Aurora algo que ella no quiere. Si se casa con Ares, le daré estudios, posición social, y la posibilidad de divorciarse en 5 años si así lo desea. Aún será joven, y yo me encargaré de protegerla. Sabes que la quiero como si fuera mi propia hija. Haré de ella una mujer preparada para que no desperdicie su vida en un convento, ni tampoco vuelva a dejarse humillar de mujeres cómo está señora. —Mira con desprecio a Eloise que se esconde tras su esposo, mientras él baja la cabeza, avergonzado por darse cuenta de que no ha protegido a su hija lo suficiente. Convencido de las palabras de Jazmine, accede.
—Está bien, convenceré a mi querida hija Aurora de que se case con Ares, pero solo con una condición.
—¿Cuál?
—Todo aquello que prometiste darnos, incluso esta casa, estarán a nombre de Aurora.
—¿¡Que!? —Se escandaliza Eloise ante la petición de su esposo, quien la calla con una mirada fría.
—Después de todo es ella quien se casará con tu hijo. Si decide darnos algo será por qué ella así lo quiere.
Ares entiende la lección que el señor Hermswort le quiere dar a su esposa, y lo admira por eso.
—Así será Isaías… —Sonríe maquiavélicamente Jazmine, que disfruta la cara de decepción de Eloise.
***
—¡Hermana, por favor ábreme! —Pide sin descanso Aurora afuera de la habitación de Adriana que está encerrada, llorando desconsolada.
—¡Por favor Adriana!, no sé que pretendan Ares y la señora Jazmine, pero yo no planeo casarme con él.
Casi al instante Adriana abre la puerta mostrando su cara manchada de negro por el rímel corrido de sus pestañas.
—¿En serio?
—No lo dudes. Mi intención no es casarme con nadie. Y aunque lo fuera, no podría casarme con alguien a quien tú amas. Eres mi hermana, antes prefiero tomar los hábitos.
Ante las palabras de Aurora, Adriana la abraza con agradecimiento.
—¡Gracias! ¡Gracias hermana!
—Tranquila, todo estará bien…
—¡No lo creo!… Mamá… ¿Viste su expresión? —Dice con vergüenza Adriana, que aún no puede creer que su madre prefiera el dinero a su hija.
—¿Y qué?, así me mate, no me casaré. El único que puede forzarme a aceptar ese matrimonio es mi padre, y estoy segura de que él jamás me obligaría a nada.
—¡Es cierto!, papá es diferente.
Irrumpe su madre en la habitación, cortando el bello momento padre e hija…
—¡Mi amor, no sabes cuánto me duele verte así! —Le dice Eloise e intenta abrazarla, pero se levanta de inmediato, rechazándola.
—Papá, vamos… te ayudaré a convencer a Aurora.
—¡Gracias, hija! —Salen los dos, dejando a Eloise que se le rompe el corazón al sentir el rechazo de su hija. Y todo para ella es culpa de Aurora, porque si no hubiera aparecido, Ares se habría casado con su hija, y jamás habría tenido que escoger entre Adriana o el dinero.
…
Aurora, muy triste, arma la maleta que hace tan poco desempaco.
—Parece que al fin de cuentas mi destino es servirle a Dios eternamente.
Desesperada por tener que tomar una decisión obligada por las circunstancias, se echa a llorar, apartando de su rostro la toca que en este momento siente que odia más que nada. Pues ni siquiera ese trozo de tela la hizo ocultarse de Ares y su madre.
De pronto tocan a su puerta, y olvidándose del trozo de usar la toca que va en su cara, abre la puerta, y su padre se sorprende gratamente al ver la belleza de su hija, que le recuerda a su amada esposa fallecida.
—Mi niña. ¡Te pareces tanto a tu madre! —La abraza dejando escapar una lágrima que de inmediato limpia para que su hija no note su tristeza.
Aurora toca su rostro, y se da cuenta de que no lleva la toca. Su padre se aparta, y ella busca el trozo de tela par ponerlo en su rostro, pero su hermana la detiene.
—Ya no será necesario que la uses.
—¿De qué hablas?
Adriana mira a su padre, y este le da una respuesta.
—Aurora, he dado mi palabra de que te casarás con Ares Walton. Mañana mismo vendrán a verte para decidir la fecha de la boda.
—¿¡Qué!?, pero Adriana… tú…
—No te preocupes por mí. Yo ya he aceptado tu matrimonio.
—Pero es que…
—Mírate, eres tan hermosa. —Adriana toma un cepillo del tocador y se pone tras Aurora y retira el velo, soltando su hermoso y largo cabello castaño, y empieza a peinarlo. —Ya no tendrás que obligarte a tomar los hábitos, ni por mi madre, ni por mí, ni por nadie.
Peina el cabello de su hermana con tanto amor, que Aurora se siente tranquila y relajada, e Isaías se siente tan feliz de ver que en sus hijas prima sobre todo el amor de hermanas.
—Hija. Lamento obligarte a esto, pero solo quiero que tengas la oportunidad de ser alguien, y Jazmine prometió terminar de pagar tus estudios, y todo aquello que juró darnos a nosotros estará a tu nombre. Será tu decisión si quieres ayudarnos o mantenernos en esta casa…
—Yo jamás podría quitarles algo… pero es que, papá… Ares es un hombre muy extraño.
—No te preocupes, en 5 años podrás separarte y la señora Jazmine prometido cuidarte. —Comenta Adriana mientras sigue cepillando el cabello de su hermana, con una profunda tristeza que quiere ocultar, pero jamás podría sentir rencor por Aurora, ni por su padre.
—Es que… yo… ¿Puedo negarme?
—Lo siento hija, ya he dado mi palabra. —Isaías le da un último abrazo a sus dos hijas y sale dejándolas solas, con la esperanza de que la decisión que acaba de tomar sea la correcta.
—¿Sabes?… quiero que sepas que yo estoy bien. Piensa en que esto lo harás por la familia, y por ti, para lograr los sueños que dejaste inconclusos cuando mi mamá te obligó a recluirte en el convento. Si no hubieras dejado tus estudios de seguro estarías a punto de convertirte en una excelente abogada.
Aurora se derrumba en llanto, y si hermana la abraza fuertemente.
—Es qué... no quiero casarme, y menos con Ares Walton. ¡Me da miedo!
Y era así, Aurora estaba completamente aterrada de casarse con Ares, pero el miedo que creía Adriana que ella tenía, era distinto al que Aurora se refería. Adriana pensó que su hermana le temía, a Ares, en el sentido de sentirse amenazada o en peligro, pero para Aurora el miedo se debía a la reacción de su cuerpo y su corazón cada vez que lo tenía cerca. Y eso la hacían sentir como una mala novicia y una mala hermana. Tenía miedo, miedo de perder la cabeza por ese hombre, que era un pecado, y era un pecado que sabía que no podía cometer.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: DE MONJA A ESPOSA