El Alfa romance Capítulo 66

El mero roce de su piel con la de ella la calmó como ninguna otra cosa podría hacerlo. Sonrió, y su delicada sonrisa contuvo las acuciantes ganas que tenía Dave de devorarla.

'No es nada importante, mi alfa', musitó con tristeza, tratando infructuosamente de ocultar el temblor de su voz.

Dave frunció el ceño al tiempo que sus ojos se empeñaban en hallar alguna señal arcana en el semblante de ella.

'No me gusta que me ocultes cosas, Amaris. ¿Por qué no te abres conmigo?'.

'Porque no hay nada que contar, Dave'. En su fuero interno, Amaris se autocensuró, y se esforzó por disfrazar su dolor y controlar sus emociones.

Exhaló un suspiro mientras se apartaba de él y se sentaba. Oprimió la sábana contra su pecho, colgó las piernas, por un lado, de la cama y se puso de pie.

'¿Adónde vas?', preguntó Dave con un pequeño dejo de pánico en la voz. ¿Habría hecho algo malo? ¿Lo iba a dejar?

Amaris se rio entre dientes, se giró y le sonrió.

'Voy a darme una ducha. No puedo ir a trabajar con este olor a se*o, ¿no te parece?'.

Dave torció el gesto, lo que la hizo reír más fuerte.

'¿En serio, Dave? ¿No es suficiente con llevar tu marca?'.

'No tiene nada de malo ser envuelto por el aroma de tu pareja', refunfuñó en voz baja mientras Amaris se alejaba riendo por lo bajo, y entraba al baño.

Dave, malhumorado, se quedó mirando la puerta cerrada y se sorprendió, al darse cuenta de que había vuelto a caer en lo mismo.

Cada vez que pensaba en ella, parecía olvidársele que ella era su pareja en virtud de un contrato. Sin embargo, a medida que aumentaba la intimidad entre ellos, más él sentía que se enamoraba de ella.

Para él, que ella llevara su marca y ver está en su hermosa piel, solo hacía parecer el apareamiento más real. Sentía que ella estaba en sus pensamientos cada segundo de las veinticuatro horas del día.

¿Y si ella realmente tenía un suplente en algún lugar y este se la arrebataba?

Esta era la única vez, hasta donde él recordaba, que se sentía verdaderamente en paz.

A ella no le había resultado difícil poner fin a su comportamiento glacial, y él apenas recordaba cómo era la vida antes de su llegada. Amaris era todo lo que él siempre había querido en una pareja.

La idea de perderla le oprimió el pecho, y sintió como si este fuera a estallar en una abrasadora lluvia de fuego y furia.

No. Eso nunca sucedería... Imposible.

Fuera o no el resultado de un convenio, ella era su luna, su pareja, y no dejaría que nadie se la quitara.

Su cavilación fue interrumpida por la puerta del baño, abierta por Amaris, que salió relajada, sin apuro y dejando tras sí algunas gotas de agua.

'Soy tuya, Dave. Solo tuya', se apresuró a decir, con un deje de pánico en la voz, cuando Dave apoyó la frente sobre la de ella y la abrazó con fuerza, aferrándose a su cuerpo desnudo como si su vida dependiera de ello.

'No me dejes solo, Amaris...', dijo en un susurro en tanto ella levantaba las manos para, con sus dedos, acariciarle suavemente toda su musculosa espalda.

'Soy tuya, Dave... siempre tuya..., y lo seré mientras me quieras...'.

'¿Siempre?', preguntó apartándose de ella y buscando en sus ojos respuestas que ella no tenía.

En ese momento parecía un niño asustado, y eso le rompió el corazón a Amaris.

'Siempre, mi alfa', cuchicheó cuando los labios de él chocaron con los de ella, en lo que representaba el cuarto acto de reivindicación de Dave esa mañana.

Cuando salieron de su dormitorio y bajaron las escaleras, ambos habían renunciado a la idea de ir a trabajar, ese día Amaris ya había llamado con antelación y reprogramado las citas que tenía previstas, pidiendo reiteradas disculpas, aunque sin explicar sus razones.

No era que tuviera que hacerlo, por supuesto, ya que se había ganado la suficiente reputación entre su clientela como para comprender que, si cancelaba a última hora, debía de ser por algo urgente.

No tenía idea de lo que le había pasado a Dave, pero él era demasiado protector, al punto de ser obsesivo, y quería estar siempre cerca de ella y tocarla y sentirla cada vez que tuviera una oportunidad.

Para ser honesta, estaba empezando a sentirse un poco agobiada por todo eso, pero al mismo tiempo, su apego la tranquilizaba.

Al menos ya no se sentía como una estúpida adolescente que padecía de mal de amores, porque le parecía muy obvio que a Dave lo atormentaban las mismas dudas que parecían asaltarla de manera inoportuna.

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