En el hospital.
'¿Y bien?' Preguntó Amanda con insistencia, de pie en el pasillo, frente a la habitación privada de su hija.
El especialista encargado del cuidado de su hija frunció el ceño y se aclaró la garganta antes de hablar. No me extraña que las parteras no quisieran ocuparse de ella, su arrogancia era agobiante.
'Todo parece estar bien con el bebé, su alteza. Sin embargo no podemos precisar el origen de la sangre, ya que no había signos de hemorragia interna'. Dijo el médico con firmeza, mirando con desconfianza a Amanda por encima del hombro y hacia la habitación donde Jess estaba recostada en la cama.
Frunció ligeramente el ceño al ver a Jess mirar el teléfono como si nada, esbozando una extraña sonrisa mientras se tapaba la boca con la mano y reía.
'¿Está seguro? ¿No hay más pruebas que pueda hacer para comprobarlo?'
'Se lo aseguro, alteza, las imágenes obtenidas en la ecografía son muy claras. El bebé, y su hija, por lo visto, gozan de perfecto estado de salud. A excepción del pequeño corte en la cabeza'. Respondió, intentando no apretar la mandíbula por la frustración.
Aquella mujer le ponía la piel de gallina. Ahora que estaban seguros de que el bebé y su hija estaban bien, pronto saldrían de su pabellón y del hospital, lo cual era genial.
Amanda le hizo un gesto despectivo con la mano, indicándole que se marchara y, aunque se sintió molesto por su arrogancia, se dio la vuelta y se fue, apretando con fuerza la caja registradora electrónica que llevaba en la mano.
Amanda cerró los ojos y resopló con fuerza, contando hasta diez en su cabeza mientras pensaba en todas las formas en que su hija había saboteado sus planes.
Su reputación dentro del aquelarre estaba arruinada y si no lo arreglaba pronto, podría pagar con su vida.
Este pacto de paz había sido un último intento para conseguir que Amaris no se entrometiera demasiado en los asuntos de su padre.
Sabía que si ella descubría cualquier cosa de lo que Amanda había hecho todos aquellos años y que continuaba haciendo a diario, Amaris no se detendría ante nada hasta obligarla a abandonar el palacio.
Jess era un fracaso en todos los sentidos, y no solo para ella, sino para todos los demás. Era una decepción total.
Amanda se preguntaba con frecuencia lo fácil que habría sido su vida si Jess hubiera tenido algún parecido con Amaris.
Todos los días sufría por mantener bajo control a su hija. Cada discusión o drama que tenía con ella era tan... lamentable e irrelevante que Amanda llegó a querer matarla en numerosas ocasiones.
Pero tuvo que contenerse. Si hubiera cedido a sus impulsos sádicos y vengativos, habría arruinado por completo sus planes.
Jess debió casarse con alfa Nocturne cuando alcanzó la mayoría de edad, y asegurarse así el poder no solo del linaje real y el poder militar que comandaban a través del matrimonio de Amanda, sino también de las fuerzas de la manada de la luna oscura de alfa Nocturne.
Lideraba la manada más poderosa del reino, sin contar la del rey alfa. La combinación de sus fuerzas habría sido imparable y una ventaja incalculable para el objetivo del aquelarre durante tanto tiempo.
Jess fingió una expresión de sorpresa y ofensa mientras se tapaba la boca con las manos, pero Amanda no le creyó. Frunció el ceño y la fulminó con la mirada, mientras ella tenía cara de culpabilidad.
'Deja de actuar, niñita est*pida. Sé lo que te traes entre manos'. Amanda se enfureció y la miró con desdén.
Jess intentó refugiarse con su almohada, pero no pudo escapar de la furia de su madre ni de su mirada penetrante.
'¿No te lo advertí cuando hiciste tu pequeño y est*pido numerito en el banquete? ¿Has olvidado lo que está en juego?' Dijo Amanda con un tono amenazador, el cual aterrorizó a Jess.
Ella negó con la cabeza y se mordió el labio mientras miraba a su madre preocupada.
'No, madre. No lo he olvidado'. Susurró Jess con voz temblorosa.
'¡Entonces dime porque sigues desobedeciéndome!' Gritó Amanda mientras golpeaba la cama con los puños y se inclinaba sobre ella de forma imponente.
Jess se sobresaltó y cerró los ojos mientras contenía la respiración, pues esperaba el fuerte golpe de la mano de su madre, pero este no llegó.
Ella abrió un ojo con cautela y suspiró al ver el rostro de su madre a escasos centímetros del suyo.
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