Héctor la saludó con cortesía:
-Delia, hoy no es fin de semana. ¿Qué te hizo venir para acá? ¡Incluso trajiste una gran maleta contigo!
Heriberto Fernández tomó una silla y se la acercó a Delia para que se sentara a descansar. Samuel Manzanares, quien usaba unas gafas de bisel negro y tenía un aspecto de chico tranquilo y estudioso, le sirvió un vaso de agua fría a la chica.
-Delia, toma un poco de agua.
—¡Gracias! —Delia tomó el vaso de agua y se sentó mientras sonreía. Ella escaneó todo el cuarto con sus ojos y preguntó—: ¿Mayito no está aquí?
En cuanto la chica mencionó a Mario, los tres muchachos se miraron los unos a los otros. Luego de un momento, Héctor le respondió con una sonrisa: -Él fue a estudiar un poco por su cuenta.
-¡s... Sí! -añadió Heriberto con un grito.
Samuel frunció el ceño, pero se mantuvo en silencio. Por algún motivo, Delia sintió que ellos le estaban ocultando algo, así que sacó su móvil del bolso. Sin embargo, antes de que ella pudiera llamar a Mario, Samuel fue hacia ella y le arrebató el móvil de la mano.
-No tienes que llamarlo. Yo te llevaré a donde él está -dijo Samuel en un tono frío.
De inmediato, Héctor y Heriberto levantaron sus cejas mientras miraban a Samuel para insinuarle que no debía entrometerse. Este último los miró, pero luego los ignoró y le devolvió el móvil a Delia antes de decirle:
—Delia, ven conmigo.
Al terminar de hablar, el muchacho salió solo del dormitorio. Delia les pidió a los otros dos chicos que cuidaran su equipaje y luego tomó su bolso para seguir a Samuel de inmediato. Héctor y Heriberto se quedaron en la habitación mirándose el uno al otro.
Cuando Delia alcanzó a Samuel, notó que él parecía estar muy ansioso. Ella no pudo evitar fruncir sus labios y preguntarle con preocupación:
—¿Qué sucede, Samuel?
-Prométeme que no llorarás cuando veas a Mario -le respondió Samuel con seriedad mientras seguía caminando.
En realidad, este asunto era solo entre Mario y Delia. ¿Por qué él tenía que entrometerse? Sin embargo... Samuel frunció el ceño mientras pensaba en eso.
Delia pensó que le había ocurrido algo malo a Mario y su voz comenzó a sonar ronca por la ansiedad.
—¿Le ha sucedido algo a Mayito? ¿Él está bien?
-Sí, está bien. De hecho, está muy bien -dijo Samuel con frialdad.
Durante el resto del camino, sin importar cuánto ella le preguntara, el chico solo le decía: «Cuando llegues lo sabrás». Así evitaba tener que responderle sus preguntas. Por tanto, Delia no tuvo más remedio que dejar de preguntar y guardar silencio. Ambos se dirigieron a la entrada trasera de la universidad. Afuera había una amplia carretera y del otro lado se veían dos edificios de apartamentos residenciales de cinco o seis pisos y un punto de venta de comida.
Samuel llevó a Delia por un callejón. Luego de doblar una esquina y caminar unos diez metros, llegaron a una reja de acero inoxidable. Todos los que entraban y salían eran parejas de jóvenes. Poco a poco, Delia comenzó a darse cuenta de algo, pero ella no se atrevía a creer lo que presentía. Samuel abrió la reja de acero inoxidable y entró, mientras que Delia bajó su cabeza despacio y lo siguió en silencio. Ellos subieron al tercer piso y se detuvieron frente a una puerta a prueba de ladrones de color verde oscuro. Entonces, el chico sacó una llave de su bolsillo, abrió la puerta y entró. Delia entró detrás de él y se encontró con un local de cuatro habitaciones que tenía una sala de estar, un balcón, un comedor y una cocina; el lugar era tres veces más grande que el pequeño apartamento que ella y Mariana habían rentado juntas. Samuel caminó recto hacia la puerta del extremo izquierdo y la golpeó con
suavidad.
La voz de Mario resonó desde el interior de la habitación.
-¿Quién es?
-¡Soy yo! -respondió Samuel.
-¡Ella es mi prima que vive en las afueras de la ciudad! -dijo Mario con una sonrisa.
En ese momento, el insoportable dolor que Delia sintió en su corazón impidió que las lágrimas brotaran de sus ojos y solo le temblaban sus labios.
-Sí, tu prima llegó de repente a visitarte, así que la traje aquí -repitió Samuel con frialdad.
Mario ladeó un poco su cuerpo y le dijo con ternura a
Raquel: -Raquel, voy a llevar a mi prima a cenar. Cuando la haya ayudado a acomodarse, volveré para hacerte compañía. Ella hizo un largo viaje en autobús desde su pueblo en las afueras de la ciudad, así que no debe haber cenado aún.
-Está bien. De todas formas, ya se me habían quitado las ganas de salir, así que no iré con ustedes dos -dijo Raquel mientras hacía pucheros. Luego de hacer una pausa, ella volvió a mirar a Delia y sonrió—. Fue un gusto conocerte, prima de Mario. Yo soy la novia de tu primo, Raquel Lezcano.
—¿Ha... Hace cuánto... que... están juntos? —Delia intentó no ahogarse en sus sollozos.
Raquel sonrió con timidez y tomó la mano de Mario con cariño antes de decir:
-¡Hace ya casi un año! ¿No es así, Mayito?
—No hablemos de eso ahora. Primero llevaré a mi prima a cenar. -Mario intentó cambiar el tema.
Raquel asintió con la cabeza y soltó la mano de Mario.
Cuando el chico salió de la habitación y cerró la puerta, su expresión se transformó de repente y miró a Samuel con cara de pocos amigos. Delia no dijo ni una palabra más y se dio la vuelta para marcharse. Como por instinto, la chica comenzó a correr y Mario la siguió de inmediato.
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