—Mariana, ¿qué te pasa exactamente? —Delia estaba desconcertada.
-No pasa nada. Solo que no vuelvas a llamarme y no le digas a nadie que soy tu amiga —resopló Mariana de repente.
—¿Te metiste en algún problema? Por favor, cuéntamelo para que pueda ayudarte -preguntó Delia con preocupación.
—Estoy bien, así que no lo pienses demasiado. Además, no voy a volver a la casa que alquilamos y tampoco a esa pésima empresa. No vuelvas a llamarme porque es muy molesto. Voy a colgar —respondió Mariana impaciente.
Bip...
Solo después de escuchar a Mariana, Delia recordó el contenido de los mensajes que recibió mientras trabajaba durante el día. Se llevó una mano a la frente en señal de frustración. Estaba tan ocupada que no solo se había olvidado por completo de lo que le había dicho Mariana, sino que incluso había intentado ser agradable con ella, pero al final esta la había despreciado.
A juzgar por lo arrogante que sonaba Mariana, Delia temía que realmente fuera a terminar su amistad con ella. Sonrió con amargura. Era inevitable que los amigos se separaran tarde o temprano por diversas razones, por muy unidos que estuvieran. Por lo tanto, Delia no se tomó en serio lo ocurrido entre ella y Mariana.
Como Mariana no iba a volver, tenía que buscar a otra persona para compartir el alquiler.
Mientras se estiraba, volvió a su habitación, tomó algo de ropa y entró en el baño para darse una ducha. Cuando tomó la vasija para bañarse, vio en el cubo el vestido empapado de sangre que se había quitado por la mañana y se dio cuenta de que aún no lo había lavado. Eso la hizo pensar de inmediato en el hombre de la noche anterior. Se preguntó si la herida de su abdomen habría mejorado y esperó que no se le hubiera infectado. Al pensar en eso, sacudió la cabeza y se preguntaba por qué seguía pensando en ese hombre. Tomó un poco de detergente y
lo echó en el cubo, sin darse cuenta de que el colgante de jade que había tirado por la mañana había desaparecido.
Cuando Mariana llegó a la Mansión Colina de la Familia Larramendi, ya tenía una idea aproximada de la identidad secreta del señor, por todas las medallas brillantes y premios que colgaban de la pared.
-¿El señor es un soldado? -Mariana no pudo evitar preguntar al Señor López con preocupación.
Con una leve sonrisa, el Señor López asintió, pero negó con la cabeza inmediatamente después. Él pensaba que era un honor ser el mayordomo del señor.
Sin embargo, Mariana lo miró con angustia. «¿Eso significa que podría convertirme en viuda en el futuro ya que el hombre con el que me casaré es un soldado?».
Los soldados por lo general pasaban la mayor parte de su tiempo en la base militar o luchando contra los criminales No importaba lo rico que fuera el hombre, no servía de nada, puesto que era alguien que ni siquiera podía controlar su propio destino. Si lo hubiera sabido antes, no se habría hecho pasar por Delia.
Al arrepentirse un poco de lo que había hecho, el brillo de sus ojos se atenuó. El Señor López pudo leer sus pensamientos con una sola mirada y, por eso, añadió:
-No se preocupe Señorita Mariana, el señor se retirará del ejército este año. ¡Sustituirá al patrón y se hará cargo del Grupo Larramendi!
—¿En serio? -Al instante, los ojos de Mariana se iluminaron con esperanza.
El Señor López asintió a secas con la cabeza; pero, en el fondo, se preguntaba por qué el señor estaba interesado en una chica tan materialista.
-Señorita Mariana, ¿de verdad quiere casarse con el señor? Todavía tiene tiempo de volver si de repente se arrepiente de su decisión de venir aquí —le recordó el Señor López con una sonrisa.
»¡No dude en decirme todo lo que le gustaría tener, señorita! —añadió el mayordomo. El Señor Larramendi le había indicado de antemano que se asegurara de que su futura esposa tuviera una vida agradable y placentera en casa.
-Ja, ja, ja... -Al escuchar lo que el mayordomo le decía, Mariana reía extasiada; estaba mareada de alegría.
Esta era exactamente la vida lujosa de esposa de un hombre rico que ella había anhelado. Sin embargo, esa vida estaba, en realidad, destinada a Delia. La verdad eso no paraba de darle vueltas en la cabeza.
A la hora de la cena, Mariana se sentó en la larga y exquisita mesa del comedor de la Mansión Colina con un par de cubiertos de plata en las manos y los ojos brillantes de emoción. Al contemplar el suntuoso despliegue de todo tipo de comida gourmet ante ella, se le hizo la boca agua y no tenía ni idea de por dónde empezar.
Mientras tanto, en la casa alquilada, Delia solo preparó un sencillo plato casero para ella. Sentada en la mesa de la cocina, masticaba despacio, con un plato de arroz en las manos.
Cuando vivía con Mariana, esta nunca comía en casa porque había muchos hombres dispuestos siempre a invitarla a cenar. Aunque Delia nunca se metía en la vida privada de su amiga, ella también era lo bastante considerada como para no llevar a ningún hombre a casa a pasar la noche.
La mayoría de las veces, Delia era quien cuidaba a Mariana. Cada vez que se sentía mal, tenía fiebre o sufría dolores menstruales, Delia iba a la farmacia a comprarle medicinas con su propio dinero y la atendía, aunque fuera en plena noche. Sin embargo, Mariana nunca valoraba lo que Delia hacía por ella. Como Delia procedía de un pueblo pobre, Mariana pensaba que debía ser un honor para ella tener su compañía en esa gran ciudad, y estaba por tanto obligada a cuidarla.
Ser poco agradecido era el rasgo más espantoso que podía tener una persona. Delia nunca se esforzó por comprender qué clase de persona era en realidad su mejor amiga. Como Mariana le sonreía todos los días, pensaba que su amistad no tenía problemas. Lo que no sabía era que detrás de esas sonrisas, Mariana tenía un corazón despiadado; su verdadero ser estaba oculto en el rincón más profundo de su corazón.
Después de cenar, Delia limpió la cocina, tomó su bolso y salió.
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