El clímax de un millonario romance Capítulo 10

CAPÍTULO 10 

Su rostro está muy cerca del mío. Me vibran las piernas, me tiembla el corazón y no sé porque aquel hombre me pone el cuerpo hecho una locura, procurando que todos mis sentidos se vean vencidos por su cercanía. 

—Busca en la literatura herramientas donde pueda conseguir cómo se siente ser besada y tocada. Cada sensación, cada explosión expresada en palabras —Matt acaricia su nariz con la mía, logrando que aquel gesto sea algo embriagador—. Busca la verosimilitud en hechos que podrían faltarle al respeto a eso que no se pueden explicar con letras. 

—¿Y qué pretende que haga con lo que escribo? ¿Acaso pierden validez mis relatos por no haber experimentado el sexo? —susurro, y contraigo mis labios lo más alejados de él, ya que, si saco un poco más, podría besarlo —No puede controlar mis escritos. Los libros que leo son suficiente como para darme una idea de lo que es el sexo y el erotismo. 

Sus ojos suben y baja a cada momento a mis labios y luego a mis ojos. Y así, incontables veces. 

—No. 

—¿Qué? 

De sus labios veo una media sonrisa y se acerca más a mí, apretujándome contra la pared. De pronto sube la temperatura y no me explico por qué. 

Una de sus manos viaja hacia mi rostro, y con la yema de sus dedos me acaricia la mejilla. Me quedo hipnotizada en su repentino contacto. En su terrible caricia inesperada. Terrible porque no me animo a decirle que no se detenga. 

Su dedo pulgas se posa en mi labio inferior y lo traza con él, con suavidad, causando un cosquilleo que repercute en mi entrepierna. 

—Déjeme demostrarle lo que es el sexo y el erotismo, señorita Steele. 

Mis replicas quedan en silencio cuando se abalanza sin más, acallándome. Me besa sin más preámbulos, tratando de impedir palabras que puedan interferir en nuestras decisiones. Que puedan interferir en nuestro intento de cercanía desesperada. 

Palabras inútiles que se difuminaron en el aire, que ya no cobraban sentido. Pasaron a ser historia. 

Cierro los ojos dejándome llevar por aquel intenso beso de quien parece ansioso por nuestro contacto. Se escapa un gemido de lo más profundo de mi garganta al sentir su entrepierna en mi vientre. Mis brazos se entrelazan en su nuca, atrayéndolo más a mí. 

Sus manos fuertes, firmes, me sujetan como si temiera que me apartara. Oh señor Voelklein, eso no ocurriría nunca. 

Se arremolinaba en mi cabeza cada sucio pensamiento al verme arrinconada y que no había escapatoria. Pensamientos lujuriosos que sólo había leído en novelas literarias y hoy podrían llegar a tener sentido. Un sentido victorioso. Abre paso a su lengua, una invitación que no puedo rechazar. Que no quiero rechazar. 

Movía lentamente mis caderas sobre su miembro, endureciendo cada centímetro con mi clítoris. Mi acción causa una respuesta en él cuando muerde mi labio inferior con un deseo incontrolable. 

—Demuéstreme que todo lo que conozco sobre posibles sensaciones volcadas en mis escritos son una burla a la literatura erótica —murmuro entre besos, con un calor inexplicable en mi vientre que aumenta a cada segundo. 

—Le demostraré incluso cómo suena mi nombre en sus labios, señorita Steele. 

Me levanta del suelo y sin dejar de besarnos rodeo con mis piernas su cintura. Comienza a caminar, apurado y no sé a dónde vamos. Ni me importa. Me pierdo en su romanticismo inesperado que me deja en blanco. 

Cuando me doy cuenta, me deposita en la cama, recostándome en ella. No para da besarme y quiero tenerlo. Pretendo desabrocharle la camisa, liberarme de aquella tela que me impide tocarle la piel. 

Pero mi intento nervioso y estúpido de sacársela me delata y él me caza las muñecas con su mano. Deja de besarme. Estoy aturdida. 

—A la que voy a desnudar es a usted —su voz suena ronca, dominante y potente. 

Con una media sonrisa me libera de mi sudadera, mis botas y me quedó únicamente con mis vaqueros. Me ruborizo y aparto la mirada hacia un costado para evadir sus ojos lujuriosos. No llevo sostén. Así que tengo los pechos descubiertos ante él y la luz del sol me quema la piel mientras ingresa por la ventanilla. Tengo el cabello castaño como un abanico sobre el colchón y mis brazos algo entreabiertos. 

Puedo verme la palma de mi mano. 

Sensación de incertidumbre y exposición. Eso es lo que soy. 

—Míreme. 

Trago con fuerza ante su petición y me atrevo. Me animo. Lo miro con la barbilla levantada, como si estuviera desafiando algo de lo que él es ajeno. 

—Eres hermosa Amy Steele —susurra y se inclina para darme el más cálido de los besos. 

Mis dedos viajan a su cabello, mientras recuerdo sus palabras embozo una vergonzosa sonrisa. Soy tímida para los halagos. Y ese en particular ha logrado una cierta seguridad en mi apariencia. 

Sus labios comienzan a bajar y mis músculos se contraen con cada contacto suyo, propagando un escalofrío en donde sus besos han sido depositados con calidez. 

Sus besos llegan a mi cuello. Cierro los ojos, mis labios se separan mientras mi espalda se arquea un poco. Presiono la cabeza contra la cama, dispuesta a recibir lo que él tiene ganas de dar. 

Su vello facial, el que invade su mandíbula y la comisura de sus labios, me arrebatan un gemido ausente en cuanto rozan uno de mis pechos. 

—¿Qué sientes? ¿Qué sensaciones provoco en ti? —me pregunta Matt, en un murmuro. 

—No...no sé —logro decir. 

Dios, es difícil hablar así. 

—¿Y ahora? 

Sin darme tiempo a formular palabra, su lengua, traviesa y decide pasa a través de mi pezón derecho, humedeciéndolo. Gimo involuntariamente. Mis uñas se clavan en el edredón. No soy capaz de abrir los ojos. 

—¿Qué sientes? —vuelve a susurrar, insistente, autoritario. 

—¡Yo...!—jadeo —¡Sigue, por favor! 

Percibo que emboza una sonrisa contra mi pezón y vuelve a embestirlo con su lengua. Traza círculos en él y yo me estremezco, deseosa. 

—Dilo, Amy...dime qué sientes. Estamos trabajando ¿no lo recuerdas? —suelta él. 

Sigue. Sigue. Aumenta el ritmo. Succiona. Chupa. Lame con la punta. Me dejo llevar. Creo que voy a estallar. 

—Mi vientre...se prende fuego —logro decir, jadeante —. Mi pecho, es un cosquilleo inexplicable, que repercute por alguna razón en mi...Dios mío —me muerdo en labio inferior mientras él sigue jugando. 

No sabía que esa parte fuera tan sensible, tan delicada. 

—Matt... —musito, queriendo más. 

Me atrevo a mirarlo. Me remojo los labios y no sé cómo responder a eso. Me olvido cómo hacer simples cosas cuando me encuentro cerca de él. 

Sus ojos grises me atraviesan, me carcomen y mis sentidos se disipan. Me quedo perpleja ante su disposición. 

Inclina su rostro hacia el mío, con su cinturón puesto y posa su mano en mi mejilla. 

¿Cómo se respira? 

—Pídamelo y seré completamente suyo. 

—¿En qué sentido? —susurro, hipnotizada por su belleza masculina. 

—En un sentido que la haré sentir lo que escribe. No saldremos de nuestro acuerdo. 

Aunque aquella propuesta me deja en las nubes. Me ha dicho en otras palabras que no tiene intenciones de tener una relación amorosa conmigo.  

Asiento con lentitud. Su gesto se relaja y me sonríe, cálido. 

Sé lo mucho que dolerá si empiezo a sentir cosas por él. Pero me es imposible apartarme de él. 

—Hasta otro relato, señor Voelklein —me despido, con profesionalidad y salgo del coche con mi cartera de mano. 

Me alejo, no miro hacia atrás y sé que es el comienzo de una propuesta que me romperá el corazón en mil pedazos. 

----- 

La visita de su padre biológico lo despierta en el medio de la noche lujuriosa y oscura. Se despierta sudando, el rostro empapado y los ojos dilatados. Respira con dificultad y pega un grito de muerte al ver a Hades a los pies de la cama, sentado con un saco negro y sosteniendo su bastón con ambas manos. 

Lleva el cabello canoso y cara está repleta de arrugas por el pasar de los años. Está de espaldas hacia él y sólo lo observa de costado. 

Siempre le realiza visitas inesperadas, de esas que lo dejan helados hasta que lo reconoce. 

—¿Qué haces aquí? —carraspea Matt, saliendo de su cama y apartándose de él, atónito. 

—He perdido a mi hijo Max, un hermano tuyo que se enamoró de la hija de una diosa, por culpa de un amor estúpido —la voz del viejo es rasposa y sin vida—. No voy a permitir que tú te equivoques, hijo. 

—¡Yo no soy tu hijo! —le grita Matt, sacado de quicio y llevándose las manos al cabello, exasperado —¡Largo de aquí!¡Vete!¡Por favor vete! 

Está a punto de tener un ataque de pánico al ver al asesino de sus padres terrenales. Todas sus pesadillas vuelven a florecer.  

 El hijo de Hades se pega contra la pared, sudoroso y con cada parte de sus extremidades temblándole al borde de doler. 

—¡Aléjate de la hija de la diosa Artemisa o veras las consecuencias! 

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El clímax de un millonario