El clímax de un millonario romance Capítulo 11

CAPÍTULO 11.

El comienzo de la semana me resulta espantoso. Empecé a trabajar más temprano en el Blue Moon y estamos atascados de clientes. Ya me voy quemando con café por tercera vez en las muñecas. Estoy a toda prisa, atendiendo, tomando pedidos y cobrando en caja. Cambio. Vuelvo a atender, me olvido de lo que me piden y les pido por favor que me lo repitan. La clientela está difícil. En mi mente sólo merodea el nombre Matt Voelklein y con él todas las imágenes placenteras del fin de semana.

Él comprando el club nocturno Zinza, él en mis relatos contra un ventanal y sobre todo en mi pecho. Jugueteando. Me tenso. Lo recuerdo. Me ruborizo y meneo la cabeza. Las hormonas, son las hormonas.

No he recibido ningún mensaje suyo y no es que me preocupe. Somos un equipo de trabajo. Sí, así puedo decirlo. Eso me da tranquilidad. Decir que es mi musa me tensa, me provoca un revoltijo nervioso en el estómago. Él es todo lo que quiero. Pero no me ve como algo más y lo entiendo. Lo comprendo como un adulto que ha tomado el control de sus sentimientos y no se siente descolocada por sus decisiones.

¿Quién demonios se fijaría en mí?¡Mierda! Vuelco café en el suelo. Estoy tan despistada. Maldito seas Voelklein.

—¿Otra vez pensando en él? —se burla Patrick, acomodando una bandeja con servilletas y tazas de café para cuatro personas.

Había tenido la oportunidad de comentarle a Patrick mi situación con aquel tipo de traje y ahora no paraba de burlarse de mí cada vez que hacía algo despistado o cuando no estaba en la tierra.

—Sácamelo. Quítamelo de la mente y te doy todo mi sueldo de un mes —le suplico, agobiada y dando un resoplo al final de mis palabras que levantan un mechón de cabello que cae sobre mi frente.

—¿Y si te metes en Tinder a buscar una pareja? —me ofrece, burlándose, sabe que no me meto en esas cosas —Estás buscando a un Romeo con el que te topes de casualidad, pero lo has encontrado y ahora resulta que no busca nada serio. Insisto —me mira fijamente, a modo de reproche —, recurre a Tinder.

—La última vez que me recomendaste una plataforma fue Omegle y vi más pitos que personas, Patrick —murmuro, para que la clientela no me escuche.

No estaba desesperada por tener un novio. Pero luego de descubrir lo que los novios pueden hacer...

—Bien —comprende, asintiendo en forma de disculpas —, viste pitos y lo entiendo, pero es eso o presentarte a alguien. Si el señor Grey no quiere tener nada serio contigo, puedes divertirte acostándote con él y ya —sigue burlándose, se encoje de hombros y se marcha a llevar el pedido a la mesa solicitada.

Me deja sola, con mis pensamientos alborotados y no sé qué hacer. Veo partir a mi amigo con su cabello oscuro excelentemente cortado y su contextura física delgada pero alta hablar con cierto carisma con los clientes. Incluso Patrick puede ser un buen candidato para pareja, pero es muy hermosa la amistad que tenemos para incluso, intentarlo.

 Puede que él tenga razón, quizás es momento de conocer a alguien para sacarme de la cabeza al señor ojos bonitos antes de que mi corazón decide latir sólo por él.

Mi celular vibra en el bolsillo trasero de mi pantalón. Lo saco, extrañada y lo desbloqueo. Mi corazón desemboca en cuanto leo un mensaje de Matt.

Es un Whatsapp.

Matt Voelklein: Buenos días señorita Steele ¿Es posible que tenga preparado para mí un cortado con dos muffins de vainilla en unos diez minutos?

Amy Steele: Sí.

Matt Voelklein: ¿Sigue ofendida conmigo? Tengo temor de que me arroje el café al ingresar.

Amy Steele: Estoy atareada. No puedo responder ahora. Su pedido estará listo cuando llegue. Que tenga buen día. Gracias por elegir Blue Moon.

¡¿GRACIAS POR ELEGIR BLUE MOON?!¡¿UN MONO ESTÁ ESCRIBIENDO MIS MENSAJES?!

Dios, quiero darme un bandejazo en el rostro por no leer antes de enviar el mensaje. Soy una idiotaaaa.

Seguro se burlará de mí por la oración final. Estúpida, estúpida.

Miro el reloj de mi celular, ya he perdido un minuto. Comienzo a preparar su pedido. Cortado y muffins. Los coloco en una bolsa de papel marrón y dejo todo listo para cuando él llegue.

Un café listo para el señor ojos penetrantes.

¿Por qué no me penetra otra cosa? Basta Amy.

Aunque mi buen humor siempre aumentaba cuando me levanta temprano para opacar lo horrible que era levantarse por la mañana.

Estaba enojada porque pensé que por fin podría iniciar mi vida sexual con un hombre sacado de revista o de esos que ves inalcanzables en Instagram. Pero él realmente estaba interesado en hacerme sentir un casi orgasmo para poder realizar un relato protagónico.

Debía ser sincera conmigo misma y planteárselo (solo si me lo preguntaba).

Estaba claro que el señor Voelklein no me veía más allá del relato. Eso me desánimo un poco.

—¿Señorita Steele?

Levanto la mirada, sobresaltada y detrás del mostrador estaba Matt Voelklein, con una playera blanca de mangas por debajo de los hombros y cabello húmedo, despeinado y tan fresco como siempre.

Me observa con una sonrisa renovada y yo consigo una parecida mientras coloco frente a él su pedido.

—Su café y muffins, señor Voelklein. Que tenga un bonito día —le deseo, con voz entre cortada y tratando de que su buen humor no me afecte.

Dios, es tan parecido al actor Matt Bomer que da miedo.

Cuando está por tomar la bolsa de papel por el borde, sus dedos largos y finos rosan los míos. Se me congela la respiración. Al instante vienen imágenes a mi mente de él acariciando mis pechos con una delicadeza estremecedora.

Suelto la bolsa, como si eso me hubiese provocado una corriente eléctrica y aclaro mi garganta, disimulando aquel contacto que ya no sé si fue intencional o no.

—No te daré ni un centavo, eso es lo que vine a aclararte. Sé qué todos los lunes vienes a beber aquí—me aclara, arrogante.

—No me interesa tu dinero.

—Hay un tipo que quiere comprarte.

Abro los ojos como platos y la miro. Trago con fuerza.

—¿Qué dijiste?—me tiembla la voz.

Sus ojos se ensombrecen.

—Eres mi mocosa y puedo hacer contigo lo que se me de la gana—carraspea, al ver que estoy a la defensiva.

—¡No!¿Acaso estás enferma?—salto de un taburete—¡¿Qué demonios te pasa?!

Mi madre sigue sentada, recibiendo su daiquiri de ananá y bebiendo de su pajita con toda la tranquilidad del mundo.

—Es un hombre que te vio bailar por varios años y quiere llevarte lejos de California—me sigue contando, sin afecto alguno—. Es buena persona. No es para tanto.

Quiero vomitar, estoy a punto de tener un ataque de pánico. De pronto me veo sofocada por la música, tanta gente. Tantas personas ajenas a lo que está sucediendo.

Tomo mi bolso, con las manos temblorosas. Dispuesta a alejarme de esa mujer.

—¡Si sales afuera él te estará esperando con unos matones!—grita mi madre detrás de mí.

Me paro en seco. Miro la puerta de cristal en donde ingresan clientes y la noche está detrás de los cristales. No veo a nadie que me resulte sospechoso, pero sé qué si Beatriz me lo advierte…

Me acerco a ella, bien cerca. Rostro contra rostro reprimiendo las ganas de llorar.

—¿Vendiste a tu hija?—pregunto entre dientes, con ira y con el corazón rostro—¡¿Acabas de venderme?!

Mi madre no se inmuta, ajena a mí y mira hacia delante como si fuera un estorbo.

—Tengo que asegurarme un buen dineral hasta el día de mi muerte—se encoje de hombros y su indiferencia me rompe el corazón—. Zinza no valía mucho dinero después de todo.

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