CAPÍTULO 12.
La veo sentada, bebiendo y observando su bebida, desinteresada. Cómo si no acabara de ofrecer la vida de un ser humano al mejor postor. Cómo si el dinero fuera el pecado que enerva su sangre, acrecentando su idiotez y cegando su razón. Me llego a plantear incluso si es mi culpa.
Me llego a plantear en qué momento fallé como hija para terminar vendida a alguien que me vio bailar alguna vez en aquel polvoriento club.
Nunca conocí la protección de mi madre, sólo la de mi abuela que fue la calidez y la sonrisa de mi desolada existencia. Una mujer independiente, brillante y de hermoso ser que pagaba mis clases de baile, me iba a ver en cada ensayo y nunca faltaba a ningún recital de la escuela.
Siempre despreció a Beatriz por sus malas decisiones y me alejó de sus ámbitos adictivos como drogas y noches de ausencia. Sabe quién donde estuvo mi madre mientras mis abuelos me criaban.
—¿Cómo pudiste hacerme esto? —aprieto los dientes, me duelen y las lágrimas queman mis ojos—¡¿Qué te hice?!¡¿Por qué?!¡Muerta antes de ser objeto de algún hombre!
—Tú ya no eres problema mío —suelta con indiferencia, sin mirarme y se encoje de hombros —. Terminaras de serlo cuando cruces la puerta de salida, cariño. Virgen vales más.
No puedo creer cómo está actuando. Tengo un nudo en la garganta y la observo beber su daiquiri.
Miro a los clientes gozando del lugar. Me llevo las manos al cabello. Quiero pedir ayuda. Necesito pedir ayuda. Salgo corriendo en dirección hacia el baño, evadiendo la multitud que baila música country vieja. Todo mi entorno es feliz, mientras que en mi interior me estoy derrumbando por dentro.
Abro la puerta del baño de mujeres. El olor a tabaco inunda mi nariz. Hay una vieja lamparita colgando del techo de cemento blanco con varias manchas de humedad en forma de salpicaduras.
Me topo con mi reflejo en un espejo inmensamente cuadrado y un lavamanos barato con una canilla de plástico. Las lágrimas nublan mi vista y hay varias chicas que me observan. Paso de ellas. Me encierro en el baño, en un cubículo.
Cierro la tapa del vater y me siento en él. Saco mi móvil con las manos temblorosas. Tengo el pulso acelerado. La luz de la pantalla me enceguece, le bajo el brillo. Una lagrima cae sobre el cristal mientras selecciono la sección de llamada.
Marco el novecientos once y cuando estoy a punto de apretar el icono de llamada, mi dedo flota sobre él, pero no lo toco. Pienso. Pienso.
Si mi madre se entera que llamé a la policía, aquel hombre que me está esperando fuera me encontrara de todas formas. No tengo duda de que es algún mafioso suyo. Es algo muy grande en lo que me ha metido. Tengo miedo.
Por primera vez en mi vida tengo mucho miedo. Ese hombre me hará algo malo. Me han vendido, soy un objeto más. Rompo en llanto.
—¡Mierda!¡Piensa, Amy, piensa! —jadeo entre lágrimas y sollozo en silencio mientras mis pies golpetean el suelo mientras meneo la cabeza.
Y la única persona que puede rescatarme de esta situación es...
Ay no. No él. Todos menos él. Ya lo he metido en aquel rollo de comprar el club.
No conozco a otra persona que no sea él. Me quiero morir.
Es llamarlo o ser secuestrada. Es llamarlo o ser secuestrada. Es llamarlo o ser secuestrada.
—¡Mierda! —golpeo la pared del cubículo con mi puño cerrado, exasperada.
Busco su número en la agenda de mi móvil y lo llamo. Me llevo el celular a la oreja y cierro los ojos. Deseando que contesté.
Jamás desee tanto en oír su voz.
—¿Amy?¿Estás bien? No esperaba tu llamado.
Abro los ojos de golpe.
El alma me vuelve al cuerpo y siento una leve esperanza que imana mi pecho. Una esperanza pequeña, pero ahí está.
Su cálida voz, preocupada, me hace temblar el corazón.
—Matt —mi voz suena un pitido y me tiembla, llorosa —. Ayúdame por favor, mi madre me ha vendido —susurro, con temor a ser escuchada por alguien de allí afuera o quizás mi madre entró al baño y yo no me he enterado.
—¡¿Qué?! ¡Dime dónde estás!¿Has llamado a la policía? —grita, me ensordece y creo que la potencia de sus palabras hacen que me sienta segura.
—Estoy en el bar Night love, encerrada en el cubículo del baño —mis palabras suenas atropelladas —. Mi madre está bebiendo algo en la barra y me ha dicho que me ha vendido a un hombre. No sé quién es. Tengo miedo. No puedo salir de aquí. Aquel tipo me está esperando afuera en un coche.
Su respiración es ruidosa en el teléfono. Suena agitado, con ira.
—Tu madre está enferma de la cabeza. No te mueves de allí.
Cuelga.
Me acurruco en el váter, subiendo las piernas contra mi pecho y me hago un bollito, abrazándolas y llorando contra mis rodillas.
No sé cuántas horas pasan hasta que escucho la puerta del baño abrirse con brusquedad y varios insultos de chica dirigidas a una presencia masculina. Levanto el rostro de mis rodillas, con mi cara completamente húmeda por las lágrimas.
—¿Amy?¿Estás aquí?
—¡Matt!
Salgo como puedo del cubículo, como si la desesperación por encontrarme con él me aumenta la adrenalina y abro la puerta de este.
Un cuerpo alto y viril está posicionado frente al cubículo. Sólo veo unos brazos tendidos a la altura de las caderas y una chaqueta de cuero negra. Sé qué es él, no pierdo tiempo en elevar la mirada y no tardo en abalanzarme sobre su pecho, abrazándola, atormentada, abrumada y con el alma destrozada.
Lo abrazo con mis manos alrededor de su cuello y hundo mi rostro en su piel que huele a una mezcla de jabón y gel. Inhalo su aroma y mojo su piel con mis lágrimas. Creo que lo interrumpí en plena ducha.
—¡Estás aquí! —me rodea con sus enormes brazos, con fuerza y me siento segura.
Me echo a llorar, no puedo hablar.
—Tu madre y aquel tipo se han marchado. No volverán a molestarte —me asegura, con tono de voz grave, preocupado.
Aparto mi rostro para estar a la altura del suyo y así, poder verlo.
Frunzo el ceño cuando él aparca a un costado de la carretera, en donde inician los campos y solo la luz de su coche ilumina un poco la calle y nuestro entorno.
—¿Qué hacemos aquí?—susurro, confundida.
Tiene el rostro impasible en dirección hacía delante y sus manos siguen sujetando el volante con una fuerza que marca sus venas.
—La persona la cual te ha comprado es mi padre—su mandíbula se tensa, está muy encabronado.
Ahogó un grito. Empiezo a respirar fuerte.
—¿Qué?
—Sí—me mira, con el rostro descompuesto—. Cuando llegué al bar, vi que afuera estaba estacionada la camioneta de mi padre. La patente hizo que la reconozca de inmediato. No tardé en darle una visita.
—¿Qué pasó?¿Por qué?¿Que te dijo—me temblaban las manos y quería vomitar.
—No esperaba encontrarme allí, supongo—emboza una tenue sonrisa que se esfuma en pocos segundos—. Discutimos, de las formas más horribles y llegamos a un trato.
El intenso silencio se establece en el coche.
—¿Qué…trato?—balbucee, con los ojos lagrimosos.
—Él te compró a nueve millones de dólares, Amy.
Cierro los ojos y dejo caer la cabeza contra el cabezal del asiento. Me echó a llorar. No puedo creerlo.
¿Mi vida vale eso?¿Acaso soy unos billetes verdes? Pienso en mí madre y el morbo de aquel hombre por comprar a una joven de veinte años. Cómo si fuera un pedazo de objeto que puedes adquirir en alguna tienda.
—Pero yo oferté más…—murmuro Matt, con voz queda.
Abro los ojos de par en par y lo encuentro mirándome, sin expresión alguna.
—Hice un trato con tu madre y le di más de veinte millones de dólares para que te dejará en paz.
—Matt —me tiembla la voz—¿Tú me compraste?
Tan sólo pensarlo me descomponía. Lo observé, cada gesto suyo. Estaba más perplejo que yo. Lo sabía.
—Era eso o dejarte a merced de mi padre o de otro hombre que podría hacer contigo lo que ellos quisieran. Y tú no eres un regalo para NADIE—carraspea, enojado—. Tú eres un ser humano, alguien que siente, no un objeto. Y tu madre ya no volverá a joderte la vida y yo…
Interrumpo sus palabras con un brusco pero apasionado beso.
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