Quiero denunciar a Beatriz Shells, mi madre biológica…
Esas fueron las primeras palabras en la estación de policía de California. Una mujer tomaba mi denuncia y mis declaraciones. No tardó en tomarme los datos necesarios y pedir una orden de restricción contra ella.
La trata de personas es ilegal, nefasto y sobre todo un tema cancerígeno en el mundo.
Lo que hice fue una prohibición cautelar decretada contra el inculpado con la finalidad de proteger a la víctima y que prohíbe a este residir o acudir a un determinado lugar o aproximarse o comunicarse con aquella.
Beatriz había querido venderme como si no valiera nada y no sólo recurrí a Matt para que ella me liberará. Sino que también, recurrí a la justicia para tratar de sacar de mi vida a esa mujer asquerosa y alejarla de mí.
Me tomaron la denuncia, cosa que agradecí y aunque había ido a la estación con el corazón en la boca y con un miedo inexplicable, con el papel en mi mano me sentía segura. Ahora debía aprobar la orden ante un juez y podría respirar del todo bien. Pero, había dado un enorme paso y solo esperaba que aquel hombre pudiera darme lo que yo buscaba: paz.
Matt me acompañó a realizar la denuncia a primera hora de la mañana. Pasó a recogerme y luego de hacerla, fuimos a desayunar. Pedí el día libre (cosa que nunca me atreví a hacer luego de varios años trabajando en el Blue Moon).
Elegí lo un té con leche y tostados de queso y Matt pidió un cortado con tostados también. Salimos a desayunar frente a un café pequeño e íntimo situado frente a la playa.
El mar se perdía en el horizonte y se aproximaba una tormenta en la lejanía.
Había muchísima humedad y si no fuera por el aire acondicionado del café estaría empapada de sudor.
Matt tenía la mirada hacia un costado dirigida al agua, observándola desde el enorme ventanal pulcro. Me permitía verlo, era hermoso y no sé por qué seguía ayudándome.
Me he pasado dando vueltas en la cama la noche anterior. Me costaba conciliar el sueño luego de todo lo que ocurrió con Beatriz.
—¿Cansada, Steele?—Matt me saca de mis pensamientos con sus palabras cálidas.
Levanto la mirada de mi desayuno y lo miró directo a los ojos. Puede que me haya salvado la vida más de una vez, pero me es imposible no sentirme intimidada por su penetrante mirada.
—No he dormido bien —murmuro.
Se inclina un poco sobre la mesa y toma mi mano por encima de ella, acariciándola con la yema de sus dedos. Puede que a simple vista su contacto sea algo sencillo, pero me resulta tan íntimo que retengo el aliento sin darme cuenta.
—Lo supuse. No ha sido una noche fácil para ti pero créeme que todo marchara bien a partir de ahora—me promete, con una media sonrisa.
Sus palabras son esa promesa que no quiero que se rompen en ningún momento y quiero mantenerme a flote con ellas, sin miedo a morir ahogada otra vez.
Se aclara la garganta y aparta su mano de la mía. Yo la observó marcharse y escondo nuevamente mi mano por encima de mí regazo. Si él la quita yo también…
—¿Cómo ha ido el relato? ¿Ha podido escribir sobre lo que hemos hecho?
Cambia de tema. Que astuto. Volvemos a lo profesional y por dentro agradezco que lo haga.
—Sí, lo he finalizado. Es breve. Sólo son dos hojas—le informo, levantando la taza de mi desayuno y así bebe de él, pero me detengo en cuanto estas llegan a mis labios—. Por lo poco que hemos hecho…no he podido aumentar el número de hojas.
¿Por qué demonios me ruborizo?
—Bien—asiente, modesto—. Supongo que deberíamos realizar otro encuentro…¿no cree? —me ofrece, con un cierto desinterés falso que ni yo me creo.
Sé qué por dentro se muere por hacerlo y yo no me quedo atrás.
Me cruzo de brazos sobre la mesa y frunzo el ceño.
—¿Qué idea tiene en mente, señor Voelklein?
—¿Entonces desea que ocurra otro encuentro? —parece sorprendido.
—Sí, pero con una condición.
—Soy todo oídos.
—Que parte de mis regalías de mis futuros libros a la venta logren pagar la deuda que tengo con usted.
Estaba a punto de darle un bocado a su tostado hasta que mis palabras fueron disparadas como flechas a sus oídos. Deja el tostado sobre el platillo blanco, sin dejar de mirarme.
—¿Disculpe?
—Quiero pagarle de alguna u otra forma. No he podido dormir preguntándome cómo puedo devolverle aquel dinero—me explico, realmente preocupada—. Si usted no acepta no podemos seguir trabajando juntos.
Pasmado, me observa en silencio. Traga con fuerza.
—He pagado para que usted logré recobrar su tranquilidad y ahora está inquieta por pagar una deuda que no existe—parece enojado—. Por supuesto que no aceptaré su dinero, Amy—suelta, añadiendo un ademan con su mano, ofendido.
—Si usted no acepta yo tampoco podré aceptar encuentros con usted para la realización de los relatos—me encojo de hombros, contraatacando.
Menea la cabeza y sonríe, mordaz.
—No aceptaré su dinero y no tiene ninguna deuda conmigo—repite, impaciente—. Por favor, olvídese del dinero.
—Mi nombre es Katherine. Usted es Amy Steele ¿no es así?
Es la voz risueña de una muchacha joven. Me pongo en estado de alerta y trato de recordar alguna voz familiar. Alguna bailarina…alguna vieja amiga de la escuela. Nadie viene a mi mente. Me pongo en estado de alerta. Esto podría tratarse de algún truco de Beatriz.
—¿Cómo me conoce? Yo no conozco a ninguna Katherine.
No pienso quitar el cerrojo de la puerta.
—Soy Katherine, hace un par de años hablé contigo sobre Beatriz, mi madre.
Abro los ojos de par en par.
—¿Qué?
Saco el cerrojo y abro la puerta con brusquedad.
Ante mi hay una muchacha que merodea por mi edad y es de estatura baja, cabello oscuro al igual que sus ojos y posee una hermosa y lisa tez morena.
Tiene lentes y creo que usa frenillos. Luce un vestido floreado naranja y unos zapatos negros con hebillas.
—¿Quién eres? —le pregunto, completamente confusa y esperando a que repita lo que ha dicho.
—Soy Katerine—se señala el pecho con uno de sus dedos, frunciendo el entrecejo—, la chica que vino a visitarte hace tres años atrás.
—¿Qué? —sonrió, incomoda—. Discúlpame, pero no recuerdo que tú y yo tuviéramos un encuentro.
Estoy a punto de cerrar la puerta, pero ella me frena empujando la puerta hacia mí, insistente. Me pongo en estado de alerta.
—¡Amy, dime que estás bromeando!—insiste, al borde de la irritación—¡Yo soy la verdadera hija de Beatriz!¿Llevaste a cabo el plan para alejarte a ella de ti?¿Pudiste regresar con tus abuelos?
Se me acelera el corazón. No entiendo nada de lo que dice. No sé si cerrarle la puerta, insistir para hacerlo, pero parece tan convencida con sus palabras que estoy asustadísima.
—Te confundiste de chica —me tiembla la voz, si es obra de Beatriz debo sacar a esta chica a patadas de aquí.
—¡Beatriz te secuestro cuando eras pequeña, Amy!¡Tus abuelos siguen vivos!
Comenzó a llover.
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