CAPÍTULO 16.
Me pongo los mejores aretes que tengo en mi estuche. Tengo los ojos inflamados por el llanto, cristalinos, pero estoy de pie, y no pienso caer. Trago con fuerza frente al espejo.
Hay una jovencita entristecida de unos ojos grises y cabello castaño larguísimo, lacio y que se hondean en las puntas gracias al rizador que acabo de apagar. Nariz pequeña, respingona, algo pálida por la falta de sol, cejas perfectamente depiladas y mejillas sonrojadas gracias al rubor que acabo de utilizar.
Paso rímel por mis pestañas, delineo un poco por encima de los parpados, trazando una línea fina en él para resaltar mis ojos y consigo un maquillaje liviano, para nada cargado. Natural.
Pinto mis labios con un labial rojo fuego. La idea es impresionarlo. Que mire mis labios y quiera cometer el peor de los pecados. De fondo suena Listen to me de Dirty Heads, con la intención de relajar un poco el ambiente de mi apartamento.
Mi gato me ha detectado triste y cada tanto se acerca a mí para frotarse en mis piernas con la intención de darme su apoyo. Oh Ronnie, si supieras lo triste que estoy.
Siento que alguien ha venido con la intención de abrirme el pecho y despertar lo que alguna vez se durmió.
La frustración de saber cuándo realicé un análisis de ADN me tenía inquieta, me arrebataba el sueño y no me dejaba en paz. Me pisaba los talones.
Pensé y pensé si en algún momento me golpeé la cabeza, caí desplomada al suelo y desperté de un coma en algún hospital. Pensé y pensé en qué momento pude realizar ese análisis y enterarme de que Beatriz nunca fue mi madre legitima.
Mis abuelos la nombraban, ellos decían que ella me llevaría si les ocurría algo. Estaba tan mareada que no sabía cómo afrentar toda la información sola.
Andaba por la casa en ropa interior y zapatos de taco aguja. Tenía unas bragas de encaje blanca, preciosa que hacía juego con el sostén de copa que levantaba fabulosamente mis pechos. Quería embriagarme, estar borracha con una botella en la mano.
Quería echarme a llorar.
¿Yo casada? Me reí. Eso era imposible. Yo no estaba ligada a nadie y el único tipo que me interesaba era un hombre multimillonario, joven y apuesto que sólo quería que escriba relatos para él y que me ha ayudado de problemas serios con Beatriz.
¡Todo involucra a Beatriz!
Mi cuerpo reacciona arrojando una maseta que está encima de mi mesada contra el suelo y se estrella contra el suelo, provocando un ruido seco. Mis ojos se llenan de lágrimas.
Por favor. Ya basta.
Algo le está pasando a mi memoria. Estoy colapsada y me falta el aire. Me siento en una silla, y trato de recobrar el aliento. Mi cabeza cae contra la mesa fría, pegando mi mejilla a ella y cierro los ojos.
Creo que me he casado. Creo que me he hecho un análisis. Lo creo. Y lo creo porque sé que ha pasado. Pero no tengo imágenes en mi cabeza que me lo hagan recordar. Sólo sé que lo he hecho.
No sé con quién he ligado mi vida para siempre. Lo desconozco y sé que, a partir de ahora, mientras camino por la calle me preguntaré si es con él con quien me he casado.
Es por eso que no eché a Katherine a la primera, porque sabía que lo que decía era cierto.
Tocan la puerta. Me sobresalto. Veo el reloj de pared circular, pegado en ella. Mierda, son las ocho y media.
Matt.
Estoy en ropa interior y mi maquillaje se ha corrido.
¡Mierda, mierda, mierda!
—¡En seguida voy! —exclamo, cantarina mientras trato a toda velocidad en colocarme el vestido.
Mi vestido es de color rosa pastel, de seda, con tiras muy finas sobre los hombros y que no llega hasta las rodillas. Es suelto, suave y elegante. Muy delicado con un escote pronunciado, pero para nada vulgar. Opté por unos zapatos blancos de tacón y deje mi cabello suelto para que caiga hacia un costado.
Tomé una toallita húmeda y borré todo rastro de maquillaje negro corrido por debajo de mis ojos. Listo. Estaba lista.
Abrí la puerta y el señor Voelklein estaba apoyado con una mano sobre el borde del umbral de mi puerta, con una sonrisa cálida. Era increíble ver cómo él resaltaba ante el pasillo de la entrada tan apagado y pulcro, grisáceo.
¿Acaso su energía tan fresca y renovada elimina en mí la tristeza? Siento que algo me atropella cuando lo miro, porque me toma siempre desprevenida su seductora belleza.
—Tan elegante y preciosa como siempre, señorita Steele —me dice, con un aire misterioso que repercute en mi piel.
Un deseo imperioso brilla con intensidad en sus ojos ardientes. Eso me estremece. Tiene una camisa blanca y por encima de esta lleva un saco largo y oscuro que le llega por debajo de las rodillas y unos jeans negros junto con unos zapatos a juego.
Supongo que afuera ha refrescado una vez más y agradezco llevar un saco por encima de mi brazo por si acaso.
—Señor Voelklein —sonrío, tímida en dirección hacia él y me tiende su mano.
La tomo, sin dudarlo y me hace girar en mi lugar para apreciar mejor mi apariencia.
—¿Lista? —me pregunta, sin soltarme la mano y acercándome un poco a él.
—¿Se quedará allí o vendrá a cenar conmigo? —me pregunta, todo recuperado y como si no hubiera pasado nada.
Me sonríe, seductor. Le causa gracia mi desconcierto.
Ha dejado de llover, pero el frio se cala en mi piel hasta que llegamos al coche y Matt enciende el calefactor.
Me regala una breve mirada, de esas que no puedes dejar de pensar con facilidad. Coloca las llaves en el encendido.
Salimos de allí y deseo con muchas ansias saber el destino...
Conduce por la carretera mientras que en la pantalla del reproductor de música del tablero suena Heather de Conan Gray. Relaja el ambiente. Me olvido de mis problemas.
No sé si contarle a Matt la información que me brindó una desconocida. No quiero arruinar la noche con mis problemas. Quiero alejarlo de todo aquello, mantenerlo al margen.
Ya he interrumpido en su vida y en su billetera.
—¿A dónde vamos? —le pregunto, curiosa.
—A mi casa —me responde mientras maneja con aire tranquilo y sin preocupación alguna.
—¿En serio? —las palabras salen de mi boca sin filtro alguno—. Que manera de impresionar a una chica, señor Voelklein.
Abro mis ojos, sorprendida. Nunca me ha llevado a su casa.
¿Esto es una señal del destino?¡Oh por Dios, su casa! ¿Qué sigue? ¿Conocer a sus padres? ¡Estoy nerviosa! Basta Amy, deja de adelantarte a los acontecimientos.
—Amy, yo no llevo chicas a mi casa —me aclara de inmediato, con aire ofendido.
Mierda. Le ha cambiado el humor. Que temperamental. Aunque sus dichos me halagan y no sé cómo tomarlas...
—¿Soy la primera?
—Siempre lo fuiste, Amy —oigo que dice, con la voz apagada y baja.
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