CAPÍTULO 17.
Tengo un nudo en el estómago. Desconozco si es por los nervios o por las expectativas de esta noche. Si, es totalmente por eso. Lo confirmo. Son las expectativas que nublan mi mente.
Estaciona frente a un gran edificio y me surge la intriga por saber si se trata de algún hotel suyo.
—Hemos llegado —me informa en voz baja.
Su mirada si intensifica. La mitad en la oscuridad de la noche y la otra mitad iluminada por las luces del tablero del coche y las luces de la calle. Se desabrocha el cinturón y yo lo imito. Estoy nerviosa. Él me intriga, muchísimo.
Apaga el coche, sale de él sin antes dedicarme una cálida sonrisa y lo rodea con una gran elegancia. Abre mi puerta, me coge de la mano y me ayuda a salir de él, todo un caballero.
La acera está mojada debido a la lluvia de hace unas horas. Las palmeras que están posicionadas en medio de la calle se agitan un poco. Las luces de la entrada al gran edificio me sacan de toda oscuridad.
Se levanta algo de viento y por instinto me aferro al brazo de Matt en busca de calor. Eso toma a Matt por sorpresa y me mira, extrañado, pero para nada ofendido.
—Lo siento... —susurro elevando el rostro para verlo a la cara y pretendo soltarme por exceso de confianza.
Él no me lo permite, me toma de la mano y me obliga nuevamente abrazarle el brazo, con una sonrisa risueña que me deja tranquila.
—No he dicho que me sueltes —me regaña con una media sonrisa.
Es un lujoso edificio de alrededor de veinte plantas con una inigualable arquitectónica. Veo vidrio y acero por doquier. La palabra Venicella figuran en un discreto tono metálico en las puertas acristaladas de la entrada.
Ingresamos luego de subir varios escalones de la entrada en un inmenso vestíbulo de vidrio, acero y piedras grises. A la distancia, hay un mostrador de mármol blanco que combina con el suelo y una chica rubia nos sonríe desde allí. Las luces son cálidas, hogareñas. Todo es impecable. Muy al estilo Matt Voelklein.
Matt me conduce al ascensor luego de darle un saludo a la distancia a la recepcionista. No hay nadie, está desierto. Supongo que la mayoría se encuentra en sus casas. El clima no es muy favorecedor que digamos como para salir.
Matt no me pretende que lo suelte en ningún momento, sigue con su mano por encima de la mía, sujetándome con delicadeza. No decimos palabra alguna. Creo que la timidez ha dominado mi cuerpo y preferimos callar, acogidos por la compañía del otro.
Subimos al elevador, él teclea un numero en el panel y este comienza a subir. Estamos solos dentro de cuatro paredes de espejos y barandales de acero gris. Tengo la mirada al frente, abrazada a su brazo como una garrapata y tengo la certeza de que me está mirando, curioso. Giro la cabeza, elevándola un poco porque es más alto que yo y lo encuentro mirándome. Tenía razón.
—¿Quiere una fotografía? —le pregunto, en tono de broma y con una ceja arqueada.
Él sonríe entre dientes y aparta la mirada. Le ha causado gracia y eso me pone de buen humor.
—Escritora, bailarina ¿puedo decir que ahora es modelo? —se burla, juguetón.
—¿Modelo? Tan sólo míreme —me rio—. No podría serlo por más que lo intentara.
Creo que por el hecho de que estamos solos se aparta para quedarse frente a mí. Mi trasero se pega contra uno de los barandales del ascensor ante su cercanía que no me incomoda en absoluto, es más, me intriga.
Trago con fuerza. Pega su mano en la pared del ascensor, a la altura de mi cabeza y se apoya en ella para ayudarse a inclinarse. Su rostro está a centímetros de la mía.
Levanta mi barbilla para que mis ojos se encuentren con los suyos.
—Puede intentarlo conmigo, si desea —me dice con una voz seria que impone.
Se me acelera el corazón cuando veo que tiene intenciones de besarme una vez más. Dios, creo que incluso podría superar el beso que me dio cuando estábamos en la puerta de mi apartamento. Pero las puertas del ascensor de abren, avisando que hemos llegado a nuestro destino y toda chispa de romance se desvanece en sólo segundos.
—Bueno, puede intentarlo después —se echa hacia atrás, riéndose.
—Fue un buen intento, galán —lo felicito, encogiéndome de brazos y saliendo del ascensor—. Le doy un nueve sobre diez.
—Veremos si esta noche pueda aumentar esa calificación.
Oh, cuanto deseo que eso suceda, pienso reprimiendo una sonrisa.
Salimos directo a un vestíbulo completamente blanco, vacío y sólo con cuadros colgados y de techo muy alto. El silencio que hay es algo inquietante. No se oye ni un alma.
Llegamos al final de este y Matt abre con una tarjeta electrónica la puerta doble inmensa.
Me quedo boquiabierta cuando las luces se encienden en cuanto ingresamos. Estoy de pronto en un monstruoso salón. Y digo monstruoso por lo gigantesco que es.
La pared del fondo es de cristal y da a un balcón con magnifica vista a la ciudad en plena noche. A mi izquierda a un imponente sofá en forma de L en el que podrían sentarse cómodamente unas siete personas. Frente a él una chimenea ultramoderna de acero inoxidable. El fuego encendido llamea con suavidad.
A mi derecha, junto a la entrada, está la zona de la cocina. Toda negra, con la encimera de mármol oscura y una barra en la pueden sentarse varias personas. Junto a la zona de la cocina, frente a la pared de cristal, hay una mesa de comedor con unas cuantas sillas. Los cuadros predominan en las paredes y parece más una galería que una vivienda. Es impresionante. Matt me toma desprevenida y toma mi abrigo para poder colgarlo en unos de los ganchos de la entrada. También toma mi bolso y hace el mismo procedimiento.
El lugar es tan grande que me sorprende que un hombre como él no se sienta solo en un sitio como este.
—¿Puedo ofrecerle algo de beber? ¿Vino, quizás?
—Sí, por favor. Gracias.
—¡Ah! —exclamo, agarrándome las cienes, me duele, algo me está quemando.
Efusivas imágenes penetran mi visión, de esas que te atraviesan, como flashback que poco a poco empiezan a unirse con un hilo conector invisible. Empiezo a asimilar,a entender. Es abrumador, asfixiante.
Abandonada en la puerta de uno de los graneros de unas personas mayores, acobijada por la mujer que me vio crecer y que pronto muere. Las visitas inesperadas de una mujer vestida de blanco que me visita cada cumpleaños y que sólo yo puedo ver...
Me cuida, me abraza, pero luego me arrebata mi identidad. La diosa de la caza, los animales salvajes, el terreno virgen, los nacimientos, la virginidad y las doncellas, que traía y aliviaba las enfermedades de las mujeres. Hija de Zeus y Leto, hermana gemela de Apolo, y junto a ellos integra el panteón de los doce dioses olímpicos.
Arte...
Artemisa...
Artemisa inmortal y muy poderosa. Sus poderes especiales incluían la puntería perfecta con el arco y la flecha, la capacidad de convertirse a sí misma y a los demás en animales, curación, enfermedades y control de la naturaleza. Control, curación y enfermedad...poder de meterse en tu mente para cubrir algo que no desea que sea destapado.
La diosa tiene el cabello castaño oscuro, una corinilla de flores pequeñas en su cabeza y un vestido blanco que le llega hasta los pies...me sonríe, me hace reír mientras me cuenta un cuento en plena niñez. Ha jugado conmigo a escondidas a tomar el té en mi habitación. Lo recuerdo. Sus visitas para repetirme que me protegerá pase lo que pase...que soy su pequeña.
No puede tenerme en el Olimpo, me explicó una vez. Es mi madre biológica, me susurró en algún encuentro lejano.
Los doce dioses del olimpo me bendicen y me veo castigada. Me arrebatan lo que sé de ellos para protegerme de alguien...de alguien a quién amo en la tierra...
La voz de Matt, se vuelve lejana, está asustado ante mi dolor y agonía. De ese dolor que me obliga a inclinarme sobre mis rodillas mientras hundo mi rostro en las manos para soportar el ardor que se expande por la coronilla y repercute en mi cuello, la nuca. Como si alguien me estuviera tocando con una mano hecha de fuego la cabeza...
Abro los ojos, me incorporo y tomo una gran bocanada de aire, como si hubiese logrado salir de un mar en el que me he estado ahogando hace ya tiempo. Me encuentro agitada, no logro respirar con normalidad...
Tengo a Matt frente a mí, aterrado, sus manos aprietan mis hombros. Tiene el rostro rojizo y descompuesto por el reflejo de las llamas en su piel. Sus pupilas, consumidas por sus iris claros.
El calor me golpea como la realidad en este preciso momento.
—No somos de aquí ¿verdad? —logro decir, remojando mis labios y con los ojos humedecidos.
Veo que relaja los hombros un poco, sin dejar de sujetarme.
Niega con la cabeza lentamente y con un gran pesar que me pone la piel de gallina.
Sé quién soy.
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