CAPÍTULO 7.
En medio de la noche, madrugada para ser exacta, me encontraba con un remolino de ideas que partían en dos mis pensamientos. Trataba de procesar lo que acababa de hacer y era una sensación de incertidumbre que involucraba mi futuro, mi presente y pasado.
Matt Voelklein me miraba directo a los ojos, serio. Se encoje de hombros, sereno mientras que mi rostro, perplejo, trata de entender su acción.
—¿Acabas de...? —me llevo las manos al cabello y miro al frente, viendo como pasan los coches con sus luces blancas por la carretera —¿Qué?¡¿Por qué?!
—No iba a permitir que esa mujer haga lo que quiera contigo —espeta, encendiendo nuevamente el coche —. No iba a permitir que le haga eso a cualquier chica. A cualquier ser humano.
—Pero... ¡su dinero! —froto mi frente con los dedos, sin poder salir de mi asombro.
Mi madre...recibirá toda esa cantidad de dinero y es posible que así, me deje en paz.
—¿Dinero? —se ríe y me hundo en mi asiento, viendo como pone el auto en marcha y otra vez nos adentramos en la carretera—. Es lo que menos me importa en este preciso momento, señorita Steele.
Estoy al borde del colapso. Un colapso que implica un llanto de emoción y lo único que quiero hacer es abalanzarme sobre él y abrazarlo.
No tengo palabras, me quedo muda.
—No sé si darles las gracias o lanzarme en sus brazos para no soltarlo —musito, con voz queda.
La luz de los autos que pasan le iluminan el rostro por momentos y luego vuelve a estar a oscuras. Pero lo veo sonreír, a labios cerrados y menea la cabeza.
¿Qué estará pensando? No me atrevo a preguntarle. Y creo que con lo que le he dicho expuse
—Tratemos de que no ocurra ningún accidente, así que quédese en su asiento por favor —me ordena, pero sé que lo he puesto de buen humor.
—¿Y qué hará en aquel sitio? Es decir ¿seguirá siendo un club nocturno o cambiará el negocio?
—¿A usted la hace feliz bailar?
—Mucho más que eso, señor Voelklein.
—Entonces seguirá bailando, pero podemos dejar la zona VIP de lado. Podemos eliminar los bailes exclusivos y podemos ubicar a las bailarinas en diferentes puestos, en sus propios caños y que bailen para un público mixto —me ofrece —. Pueden seguir bailando mientras el resto de las personas bailan también ¿qué le parece la idea señorita Steele?
Se me llenan los ojos de lágrimas mientras lo observo conducir. No puedo creer que me liberara de un peso mental que tanto me ha costado soltar. No me estaba salvando a mí, sino a todas esas mujeres que podían estar en peligro si yo me hacía a un lado y le daba la contra a mi madre.
—Haré lo que usted me pida que haga, señor Voelklein —le confieso, con un deje de esperanza en mi voz —. No sabe lo mucho que esto significa para mí. Para las bailarinas ¡para todas!
—Sólo intento devolverle esa paz que merece.
—Y no sabe cuánto ha logrado con un simple llamado ¿realmente no puedo arrojarme a sus brazos ahora? —le digo, riéndome.
—No se mueva de su asiento—repite, autoritario —. Colóquese el cinturón.
—Lo siento —hago lo que me pide.
Miro a través de la ventanilla, con una sonrisa en mis labios. Vuelve a ser ese hombre frio e intimidante que conocí. Pero...no era un congelador después de todo.
Abren la puerta del coche. Me sobresalto, abriendo los ojos de golpe y por un instante me encuentro perdida hasta que logro entrar en razón de dónde me encuentro.
Matt me mira sosteniendo la puerta, esperando a que me despierte.
¿En qué momento me quedé dormida? Meneo la cabeza, confusa y me desabrocho el cinturón como puedo. Pero aún no conecto mis movimientos con mi cerebro.
—Permítame.
De pronto, Matt se inclina hacia mí para desabrocharme el cinturón con seriedad. Si me lo propongo, podría inclinarme hacía delante y olerle el cabello castaño despeinado. Huele a una colonia que me deja satisfecha.
Levanta la mirada hacía mí, y sonríe, con el entrecejo fruncido. Aparto la mirada, se ha dado cuenta que lo estaba observando demasiado. Es que es muy guapo y es imposible no verlo cuando lo tengo tan cerca.
No me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración hasta que él se incorpora para abrir un poco más la puerta.
Me ofrece su mano para sacarme del coche, la cual acepto luego de tomar mi bolso.
—Lo siento, no pretendía quedarme dormida —le confieso, mientras bajo.
Estamos en un aparcamiento subterráneo, que está lleno de coches estacionados y es muy pero muy amplio. Está desierto, es todo gris y amarillo, no hay nadie caminando por allí y hace frio.
—Luego del baile que he presenciado, es difícil no quedar agotada —señala, cerrando el coche y me echa una mirada fugaz, divertido.
De pronto me olvido del frio y mis mejillas se incendian ante su comentario. Aún no puedo sacarme de la cabeza el baile que le he claramente dedicado.
Empezamos a caminar. Yo lo sigo a él porque claramente no sé cuál es la entrada a su hotel.
—¿Por qué se acercó a mí mientras bailaba? —me atrevo a preguntarle.
Camina con paso seguro, yo trato de imitarlo, pero mis piernas están sumamente agotadas.
—Creí que podía acercarme un poco más al escenario para ver el espectáculo —contesta, encogiéndose de hombros y con una indiferencia que me desconcierta —. Ya sabe, en los teatros se está más cerca de él.
—Ah —musito.
Si estuviera interesado en mí podría haber coqueteado con su respuesta ¿no? Me abrazo a mí misma, hace frio, demonios. Me desanimo y lo observo un instante mientras nos encaminamos a un ascensor que no tarda en abrir sus puertas.
—¿Por qué no creería eso “jamás”?—pregunta, confuso mientras levanta dos dedos de cada mano para simular las comillas.
Trago con fuerza. Me siento nerviosa al instante y mi corazón empieza a latir con velocidad.
—Otra pregunta suya que no responderé—le digo, ruborizada y tratando de evadir sus ojos grises puestos en mí.
Sé que ha embozado otra sonrisa pero no voy a dejarme derretir por ella. Aunque mi inconciente sí quiere hacerlo.
—Su habitación es al final del pasillo a la derecha—informa, levantado su musculoso brazo y lo señala.
Aquel gesto hace tensar su camisa. Dios, deja de mirarlo estúpida que se dará cuenta que te estás mojando las bragas por él.
—¿Cuántas habitaciones tiene este piso?—le pregunto dándome la vuelta, asombrada.
A pesar de ser muy amplio y sé que lo es, no salimos del pasillo de la habitación porque ya es tarde y quiero meterme a la cama.
Está de pie, con los brazos cruzados y parece entretenido mirándome mientras observo todo.
—Una sola habitación.
—¿Qué?¿Y usted dónde dormirá?
El señor Voelklein se dirige a la puerta y mis ánimos caen al piso.
¡No que no se vaya!
—Dormiré en una habitación del piso de abajo—responde, tranquilizándome al ver mi cara de pánico—. Aunque la cama es extremadamente grande, no le quitaré ese privilegio de tenerla para usted sola.
—Usted mencionó que la cama es grande…
De pronto la tensión entre los dos está expandiéndose por todo aquel pasillo, una tensión sofocante que entrecorta mi respiración y y sumándole que me está observando con sus ojos brillantes, con un misterio no soy capaz de describir.
Entonces, no lo veo venir y se acerca a mi, con paso seguro y me quedo helada cuando sus labios me regalan un casto y breve beso en la frente.
Remojo mis labios, como auto reflejo y agacho la mirada, sorprendida por tu gesto tan tierno y acogedor.
Su rostro está tan cerca del mío.
—Buenas noches, señorita Steele—me desea, con una voz profunda que me eriza la piel.
Lo veo dirigirse a la puerta de espaldas hacía mí y esta es muy ancha, muy grande. Deja la tarjeta arriba de la mesita y con una última mirada dedicada a mí, abre la puerta y desaparece.
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