El clímax de un millonario romance Capítulo 8

CAPÍTULO 8

Meterme en aquella cama enorme era una experiencia divina y algo a lo que no estaba acostumbrada a tener para mí. Sí, mi cama era grande pero no podía igualarse con aquella. Tenía un grueso edredón blanco y almohadas que eran similares a las nubes.

Me metí en la ducha apenas Matt se marchó ya que tenía un sudor seco que ya comenzaba a irritarme la piel. Me desnudé y me metí en el agua tibia. Esta no tardó en llevarse todo mi esfuerzo por aquel baile.

Un baile que me llevó a pensar en el señor Voelklein. Dios, aún seguía recordando sus ojos mientras veía cada movimiento que hacía. Mis partes íntimas y todos mis sentidos se convierten en un fuego intenso cuando recuerdo su mirada cálida que parece ocultar una doble intensión.

No tardo en meterme desnuda a la cama, aprovechando mi soledad y porque no llevo conmigo un pijama. Todo ha quedado en casa y eso me hace recordar que mi gato seguro se ha adueñado de ella.

Me meto en la cálida cama, y es resulta imposible no cerrar los ojos, satisfecha y cómoda. Oh que lindo. Malditas camas de hoteles que siempre logran que no quieras marcharte de ellos.

Pienso en lo que ha hecho él. Su compra imprevista de Zinza y eso me provoca un nudo en el estómago. No sé si mi madre deba enterarse que él lo ha hecho por mí y para mantener a salvo a las bailarinas. No sé hasta dónde llega la generosidad de aquel tipo que se presentó un día en el café, pero sé qué, si se lo permite, puede regresarte la tranquilidad. Cosa que ha hecho conmigo.

Aún desconozco si esa decisión tendrá que ser saldada algún día. Estamos en un mundo donde siempre debes dar algo a cambio y no sé si Voelklein sea la excepción.

¿Me puedo permitir desconfiar de tanta bondad?¿Es permitido o él ya ha hecho cosas para que eso no ocurra conmigo?

No tardo en quedarme dormida y soñar con ojos grises.

____

La luz que inunda la habitación me arrebata el sueño. Esta pasa a través de mis parpados cerrados y busco inútilmente escabullirme debajo del edredón hasta que recuerdo poco a poco que no estoy en mi apartamento.

Imágenes de la noche anterior me golpean la cabeza y me avisan a gritos que no estoy en mi cama...si no, en el hotel del señor Voelklein.

Frunzo el ceño con mis ojos en cuanto empiezo a escuchar murmullos que provienen detrás de las paredes dentro de la misma habitación ejecutiva. Murmullos de mujeres. Trato de agudizar mis oídos para poder oír mejor. Aunque no es una tarea difícil, ya que todo se encuentra en silencio porque estoy en el piso más alto del maldito mundo.

Primero está el cielo y luego el hotel. Una sonrisa florece en mis labios. Soy chistosa cuando me despierto por las mañanas y más si es en un horario temprano.

—...acabo de verlo en un piso anterior a este. Salió de su habitación—murmulla una voz cantarina —. Está más bueno que comer patatas fritas con la mano.

—¿Tendrá esposa? —le pregunta la otra voz, curiosa.

—Dudo que tenga esposa. Un hombre tan apuesto como él debe disfrutar de su soltería. Yo si fuera así de lindo también estaría soltero.

Creo que son las chicas de limpieza, sino ¿por qué otra razón estarían dentro del piso?

—¿Te imaginas que sea como el caso de la Cenicienta?¿Que se fije en una de las dos mientras limpiamos? Tan solo pensar eso me da un orgasmo.

—Gracias por darme una fantasía en la cual pensar esta noche. El señor Voelklein es todo lo que una chica desea —ambas se ríen por lo bajo y oigo que se marchan.

Me incorporo sentándome en la cama, apoyándome en mis propios codos mientras observo la puerta. Me rio por lo bajo al escucharlas. Es claro que aquel tipo tiene vueltas locas a todo el servicio de limpieza. Meneo la cabeza y trato de despabilarme.

Me atrevo a salir de la cama desnuda porque me encuentro completamente sola y me asomo al inmenso ventanal que me ofrece una vista de rascacielos. Oh mi Dios.

Siento un raro vértigo cuando veo los pequeños edificios y toda la costa de Santa Mónica bajo mis pies. No sé qué hora es. Giro la cabeza en dirección al reloj digital y su número rojo marcan que pasan de las ocho de la mañana.

Ruedo los ojos. Maldito horario de trabajo. Desde que trabajo en el café Blue moon incluso los fines de semana me levanto temprano. No puedo permitirme dormir hasta tarde porque mi cuerpo se despierta automáticamente.

Vuelvo mis ojos al paisaje mientras los dedos de los pies se hunden en la alfombra gris del suelo. Estoy desnuda, no llevo ninguna prenda y estiro los brazos tras lanzar un sonoro bostezo. Total, nadie puede verme desde aquí. Incluso me atrevo a decir que es una libertad tan hermosa que cierro los ojos y sonrío, agradecida.

Toda tranquilidad se esfuma en cuanto la puerta de mi habitación se abre bruscamente y yo, a modo de autoreflejo me cubro los pechos atravesandolos con un brazo y con mi otra mano me cubro los partes intimas y grito, sobresaltándome. Entro en pánico en cuanto giro la cabeza para ver de quién se trata y veo que el señor Voelklein por poco tira la bandeja de desayuno.

—¡Mierda!¡Lo siento, lo siento! —se disculpa, con palabras atropelladas y nervioso —¡No lo sabía...yo, lo siento!¡Mierda! —cierra los ojos apretando los parpados con fuerza mientras tiene en su mano la bandeja. No sabe si salir de la habitación o quedarse allí sin ver nada. Está indeciso.

—¡No sabía que vendría a esta hora! —me excuso, con los labios temblándome.

Busco rápidamente la bata blanca que te ofrece el hotel y que está en los pies de la cama. Me tiemblan los pies por aquella situación embarazosa mientras me la coloco.

¿Me ha visto el culo?¡ME HA VISTO EL CULO!¡QUE ME PARTA UN RAYO! Aunque mi trasero estaba de, cierta manera, tonificado y bonito porque bailo desde muy pequeña. No tengo que estar insegura sobre mi cuerpo. Todos somos hermosos pero ¡Demonios!

Paso las mangas por mis brazos y la envuelvo en mi cuerpo rápidamente, anudando con su cinta de seda alrededor de mi cintura. Incluso algo tan simple como eso me lleva mucho tiempo porque los nervios no me dejan pensar.

—Puede abrir los ojos —balbuceo, un poco más tranquila.

—No tengo que experimentar el sexo para saber cómo es. Si escribiera sobre un asesino serial, no tendría que volverme uno para describir sus acciones—me defiendo, haciéndole frente—. En mis relatos puedo tomar el control por más que no viviera la experiencia de lo que escribo.

Se sienta en el borde de la cama, rostiéndome la mirada con sus cejas levantadas.

—No deja de sorprenderme, señorita Steele. Bailarina, escritora…asombrosa.

Oculto una sonrisa.

Desayunamos en cielo, así llamaba a aquel piso en mi mente.

Matt se encontraba pensante mientras bebe su café sentado de la cama. Sé que es muy temprano para entablar una conversación, pero su silencio en inquietante.

¿En qué estará pensando? Mastico mi tostada untada en queso crema y frutos secos, observándolo detenidamente. Atenta.

Matt levanta su rostro hacia mi y me sonríe, curioso, al ver que lo estoy mirando más de lo normal.

—¿Por qué me mira tanto?—sonríe, de manera angelical y como si eso le divirtiera.

—Estoy viendo su rostro para poder narrarlo mejor—miento.

—¿Tiene en mente lo que quiere ver hoy?—su voz se agrava un poco y se torna profunda, se lleva el borde de la taza de café a los labios.

—Desnudo y con una mujer.

Escupe el sobre el edredón, en shock. Me mira con los ojos bien abiertos. Cómo si esperara a que diga que es una broma.

—¿Qué?—dice, meneando la cabeza y a punto de echarse a reír.

Me inclino hacia él hasta que mi rostro queda a escasos centímetros del suyo. Vuele a colonia masculina y a jabón. Una mezcla que endulza a cualquier mujer.

—Quiero presenciar el clímax de un millonario—inquiero, y le obsequió una sonrisa hacía el costado.

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