El camino se recorrió en silencio. Cuando entró al ático. Suspiró. Sentía que verdaderamente era su hogar. No por la comodidad y las hermosas vistas. Era simplemente porque Ian estaba ahí.
Lo primero que hizo fue buscar a Ian en su despacho. Necesitaba verlo y quedarse por un buen rato entre sus brazos. Rodeada de aquel calor que le decía que estaba segura. Él no estaba.
Fue a la habitación que estaban compartiendo como una pareja consolidada y casi se le salen los ojos al verlo como se colocaba el pantalón de chándal que usaba para dormir. La vio reflejada en el espejo y le sonrió.
—¿Cómo te fue? —preguntó de manera casual.
Caminó hasta donde estaba y lo abrazó. Él la besó y sintió como si todos los problemas hubiesen desaparecido y solo existieran ellos en ese momento. Cuando terminó de besarla él colocó su frente sobre la de ella.
—Todo estuvo muy bien —contestó muy alegremente—, me daré una ducha.
—Perfecto. ¿Has comido? —hizo la pregunta, pero esta vez colocando su gran mano sobre su vientre.
Sin dejar de sonreír ella le colocó la mano en la mejilla.
—Sí —puso la mano libre encima de la de él mucho más grande—, ya lo hice.
Luego se alejó para dirigirse al cuarto de baño.
—Debí esperar unos minutos más, para ducharme contigo.
Ella sacudió la cabeza y cerró la puerta. Se desvistió y se metió bajo la ducha. Su mente voló hacía lo que había visto, hacia Andrew y Mónica. No quería ni siquiera imaginarse desde cuando esos idiotas le habían estado engañando. No sabía si comentarle a Ian lo que había visto.
Minutos después ella salió con una toalla envolviendo su cuerpo. En ese preciso momento el sonido de su teléfono celular hizo eco en toda la habitación. Se acercó hasta la mesita de noche y tomó el teléfono. Era un mensaje de whatsapp de Karla y cuando la abrió eran las fotos de Andrew y Mónica. No se dio cuenta de que tenía a Ian detrás de ella.
—¿Quién te ha enviado esa foto? —preguntó quitándole el teléfono de las manos.
Diana colocó un mechón de cabello detrás de su oreja. Señal de nerviosismo.
—Karla y yo los vimos esta tarde en el centro comercial —contestó a Ian, mientras él devolvía el aparato a sus manos.
—No quería que te enteraras de esta manera —dijo él con pesar.
Diana hizo un gesto con su cabeza y abrió mucho los ojos.
—¿Ya lo sabías?
Ian asintió.
—Esa es la razón por la cual Mónica accedió a darme el divorcio.
—¡Oh! —exclamó—. ¿Desde cuándo lo sabes?
Él buscó una de sus camisetas limpias en el armario y se la colocó como si fuese una niña. Los acomodó en la cama hasta que ella quedó encima de su pecho.
—Cuando me enteré me fui a Brasil —estaba jugando con su cabello—. Si hubiese sabido que Daren te iba a contratar en la empresa no me hubiese quedado ocho meses. Tampoco le habría dado la oportunidad a Andrew de tenerte.
La besó encima de su cabeza.
—Tal vez las cosas fueran diferentes.
—Eso es cierto —la abrazó más fuerte —. Te aseguro que ya tendrías mucho tiempo casada conmigo y este no fuera nuestro único hijo —acarició su abdomen.
—¿Qué vamos a hacer ahora con ellos?
—Absolutamente nada. Mónica y yo estamos divorciados, y es libre para hacer su vida como quiera. Aunque te confieso que me preocupa la obsesión de Andrew contigo.
Diana se soltó de su agarre y se colocó a horcajadas sobre él.
—También me asusta. Pero le hemos dedicado mucho nuestro tiempo a ellos —rozó sus labios con los de él—. Creo que es hora de pensar en nosotros y hacer lo que verdaderamente queramos.
Lo besó como si la vida se le fuera en ello. Era hora de pensar en ellos. En su vida juntos. En su relación. En su familia. En el hijo que era una bendición para ambos. Diana tenía miedo de que el amor que sentía por Ian no fuese correspondido. Más aún que solo fuese un capricho para él.
Pero al ver por todas las cosas con las cuales él estaba lidiando le hizo cambiar de opinión. Se quitó rápidamente la camiseta de Ian.
—Estoy completamente de acuerdo.
Diana comenzó besando su cuello mientras él con la punta de sus dedos acariciaba lentamente su cintura. Fue bajando lentamente dando besos húmedos por todo el amplio pecho y mordisqueó y lamió al plano pezón masculino.
Sintió a Ian vibrar de placer. Con sus manos libres lo ayudó a deshacerse del pantalón de chándal. Ian para dormir no utilizaba ropa interior. El deseo y la lujuria podían notarse en su cuerpo a través de su gran erección.
—No sé qué está pasando conmigo —musitó un poco frustrada, mientras se deslizaba un poco más abajo y reposaba una mano sobre el abdomen trabajado de él—. Tal vez son las hormonas del embarazo, te necesito —en sus ojos se reflejaba un poco de vergüenza que se resaltaba el rubor de sus mejillas—. Te necesito, todo el tiempo.
Ian sonrió con satisfacción masculina y enarcó una ceja.
—¿Antes no? —preguntó curioso.
—Antes... —acarició sus testículos delicadamente—. Sólo eras mi amor platónico —pasó la lengua por la punta de su miembro y saboreó como si fuese un cono de helado—. Inalcanzable.
Él acarició su cabello cuando sintió aquella caricia con su lengua húmeda y caliente. Cerró los ojos y apretó los dientes para controlarse un poco. ¿Es que acaso ella no lo sentía? Estaba más que listo para calmar su necesidad.
—Nunca te vi como mi tutora, Diana —su voz era gruesa por el deseo; Tratando de mantener la calma para no ceder al impulso de tomarla y ponerla de espaldas sobre el colchón y enterrarse en ella. —Siempre fantaseé con esto.
—Me encanta saber lo necesitado que está tu pequeño y apretado coño por mí —solo la acariciaba. torturándola. Aún no le daba lo que ella quería.
—No —negó ella con la cabeza—. Te necesito ahora... por favor.
Ian introdujo dos dedos de un solo golpe y Diana comenzó a montar su mano.
—¡Oh Nena! —exclamó fascinado—. Eso es... pero voy a darte algo que será mejor para ambos.
Sacó los dedos de su interior y luego sin previo aviso se enterró hasta la empuñadura en ella. El grito de placer-dolor de Diana era música para sus oídos.
—¿Estás bien? —preguntó durante fracciones de segundo que se mantuvo inmóvil dentro de ella, para permitir que se ajustara a él.
—Sí —contestó gimiendo.
Lentamente ella comenzó a mover sus caderas haciendo que sincronizaran sus movimientos.
—Diana, esto es perfecto —la alababa con cada embestida. Para él, ella era perfecta con cada envite él solo deseaba que ella entendiera que era suya y que era por tiempo indefinido. El matrimonio era solo la vía para que los demás supieran que ella tenía dueño.
—Ian…siempre haces que pida más —suplicaba.
Aceleró más las estocadas. Ambos necesitaban la liberación. —Estas tan cerca nena. Solo un poco más —la instaba a que los llevara a ese punto que hacía que el cuerpo se les estremeciera de deseo. Los dos estaban muy cerca de correrse.
—¿Necesitas más? —preguntó Ian con los dientes apretados.
Podía sentir como sus testículos comenzaban a ponerse duros y su miembro a hincharse cada vez que Diana se apretaba a su alrededor.
—Sí —gimió—. Te necesito.
Él también la necesitaba desesperadamente para poder llegar a la cumbre del éxtasis.
Los gemidos de Diana cada vez eran más entrecortados, su cuerpo temblaba de anticipación, solo se escuchaba el eco en la habitación de sus respiraciones. Lo que lo impulsó a acelerar sus estocadas. Tampoco fue que pudo aguantar mucho a su quinto envite.
Los jadeos de Diana fueron seguidos de gruñidos masculinos. Chorros espesos de semen calmaban los espasmos de los músculos vaginales de ella. Con cada gota derramada y recibida afirmaba lo que ya ambos sabían. El amor que sentía el uno por el otro habían creado una vida. No la casualidad de un encuentro casual. No un error.
Ian esperó a que ambos se calmaran un poco, colocó la frente en su espalda.
—¿No te hice daño? —preguntó un poco preocupado en ese momento.
Ella no dijo nada, solo negó. Luego el salió de ella despacio y los giró ambos lentamente para acomodar a Diana sobre su pecho.
—Ian... —susurró besando su pecho— dentro de siete días estaremos casados.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: EL EROR PERFECTO