Narra Luciana.
Días después...
Salí de la ducha, pero antes de salir del baño escuché la voz de Abel. Abrí la puerta, tenía la toalla todavía envuelta a mi alrededor, encontré a Ericka sentada en su escritorio con su computadora portátil abierta.
—Lo sé, papá. Créeme. Es solo ética —mencionó ella.
—Eso no importa. Quiero que hagas lo mejor que puedas. Estás ahí para la estudiar—le respondió él.
Ericka comenzó a hablar sobre sus otras clases, mientras yo le echaba un vistazo a su pantalla. Los ojos Abel estaban sobre mí, el calor de su mirada quemaba a través de mi toalla. En ese momento la dejé caer al suelo, dejándome completamente expuesta. Mí amiga siguió hablando, despistada de lo que realmente estaba haciendo. Esto era demasiado arriesgado, pero extrañaba desesperadamente esa oscuridad en la mirada de Abel. Luego me di la vuelta y me agaché para agarrar mi toalla, dándole la mirada que él quería. Esa acción me hizo sentir que yo tenía el control. Me dolía el coño de lo excitada que estaba, me arrepentí de haber empezado todo esto, porque lo único que quería era que él me tocará y me follara.
—Y si termino álgebra a tiempo, planeo ir a este festival—dijo ella. Rápidamente me envolví en mi toalla y recogí algo de ropa antes de que Ericka se diera cuenta de que estaba en plena exhibición para su padre—. Vendrás conmigo verdad Luciana—murmuro ella dándose vuelta para buscarme.
—Hola, Señor Brown—lo saludé ya una vez que estaba vestida—. Acompañaré a Ericka para que no se meta en problemas—agregue con una media sonrisa.
—Hola, Luciana—respondió, mi piel se calentó por su tono, mi cuerpo palpitaba ante su intensa mirada—.¿Cómo te ha ido en la universidad en está semana?¿ Te has portado bien?—quiso saber, aunque su pregunta tenía otras intenciones.
Ericka se rio.
—Genial, considerando que le dio a nuestro compañero de psicología su número—respondió mí amiga por mí.
Los ojos de Abel se entrecerraron y en sus labios se formaron una mueca de molestia.
—¿Vas a contestar si él llama, Luciana?—preguntó él, había mucho significado en su tono de tranquilidad. Luché por no ponerme nerviosa por su reacción.
—No voy a contestar, no estoy interesada en nadie en estos momentos—respondí, para que mi amiga se diera cuenta que no tenía la intención de salir con Edwin y así evitar que me metiera en problemas con Abel.
Abel se despidió poco después, pero está vez solo veía a Ericka, claramente quería ignorarme. Cuando se terminó la llamada, solo esperaba no haber firmado mi sentencia de muerte por nuestro pequeño y sucio secreto a causa del incoveniente del número telefónico, ya que Abel me había dejado claro que yo era de él y de nadie más.
El resto de mi semana fue una mierda. Desde la llamada, no lo volví a ver y a pesar de lo patética que era, revisé de nuevo mí celular. Había estado tentada de llamarlo, convencerlo de que no fui yo quien le dio mi número a Edwin, bueno no directamente, pero me preocupaba que hubiera terminado conmigo porque había roto una de sus reglas. Para el viernes, mi estómago estaba tan revuelto que le envié un mensaje de texto a Ericka diciéndole que no me sentía bien y que me iba a saltar la clase de psicología. Solo necesitaba una siesta y una ducha larga para aclarar todas mis dudas. Minutos después llegué al dormitorio, abrí la puerta, pero mis ojos se posaron en el hombre que ocupaba un espacio en la silla del escritorio de Ericka. Se veía serio, sentado con una pierna sobre la otra, robándome el aliento con su atuendo de negocios.
—Abel —jadee, sorprendida de verlo. Mi boca se seco de repente. Estaba congelada en mi lugar, mirando los dos botones abiertos de su camisa de vestir que dejaban al descubierto su pecho—.Ericka... ella está en clase—le dije un poco nerviosa.
—Sé dónde está mi hija. Me dejó la llave en la recepción para que la esperará aquí. Me dijo que te viniera a ver ya que no te sentías bien —explicó, luego se puso de pie tranquilamente, dando dos pasos lentos hacia mí—.¿No te sientes bien, Luciana?—preguntó
Estaba luchando por encontrar una respuesta a su pregunta. Su presencia era demasiado abrumadora.
—Me estoy sintiendo bien—respondí.
—Bien—comentó, eliminando el espacio entre nosotros, dejándome sin más remedio que retroceder hasta la mitad de mi armario—.Tenemos reglas. Tienes reglas— dijo agachándose para que su respiración patinara a lo largo de mi cuello.
Su presencia era abrumadora, dominante, creando un remolino de mariposas en mi vientre.
—No respondí. Él llamó, pero no le respondí —le explique nerviosamente, sentí un temblor de calor subiendo y bajando por mi columna.
—¿Es por eso que estás enferma, niña?— su mano agarró mis pantalón y los bajó.
—Sí—conteste, mi voz fue ronca.
Empujó mis bragas a un lado, metiendo un glorioso dedo dentro de mí, encontrándome húmeda y palpitante.
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