Narra Luciana.
Días después...
Me estaba poniendo un par de jeans cuando la puerta se abrió. Ericka entró burbujeante y de buen humor.
—Me fue muy bien en el proyecto de ética—me contó—. ¿ Ya te vas a clases?—preguntó.
—Me alegro por ti, ética será pan comido de ahora en adelante—la anime—. Si, tengo la clase de historia universal—respondí a su pregunta.
—¿Qué tal si salimos esta noche? Podemos ir a comer hamburguesas y luego ir a ver una película, ¿qué te parece?—interrogó entusiasmada.
Su propuesta me encantó. Extrañaba nuestros lugares de reunión. Nuestras noches de chicas.
—Cuenta conmigo—respondí con una sonrisa.
Su rostro se iluminó con mí respuesta.
—¡Estupendo! Tengo clases hasta las cinco. Te llamaré para encontrarnos en el restaurante—añadió.
Asentí con la cabeza luego salí corriendo a clase. Nunca he sido una mujer atlética, pero tenia menos de tres minutos para llegar a clase. Subí los escalones y entré a clase justo cuando la señora Robinson comenzó.
—Lo siento—me disculpe, tratando de ver una silla vacía. El problema es que, cuando llegas tarde a una clase tan grande, los únicos espacios vacíos estaban en el frente. Tomé un asiento en la primera fila. La señora Robinson no se veía feliz por mi llegada tardía, pero siguió adelante.
—El miércoles discutimos algunas de las tribus de América, pero hoy .. Sin embargo, en ese momento un golpe en la puerta hizo que la maestra se detuviera, la atención de la clase se interrumpió. Mire hacía la puerta, había un repartidor, este sostenia una pequeña caja. Mi maestra recibió la caja, luego el repartidor se fue. Su rostro giró, su expresión no era de felicidad. Más bien de molestía. Ella me miró fijamente—.No estoy segura si lo saben, pero esta clase no es un correo postal. Le sugiero a todos que envíen sus paquetes a su lugar de residencia y no a mi salón de clases —dijo como una advertencia para todos. Caminó luego hacia mi silla y me entregó la caja. Lo agarré, pero ella no lo soltó de inmediato. Me lanzó una mirada penetrante y luego lo soltó. Después me dio la espalda, para continuar con la clase.
Avergonzada tomé la caja y la metí en mi bolso. Tomé el lápiz y me dispuse a copiar. Pero mi teléfono vibró dentro de mí bolsillo de mí jeans. Lo saqué con cuidado entre mis piernas para que la maestra no lo viera. Era un mensaje de texto de Abel.
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