Narra Luciana.
Llegamos frente a la puerta de su habitación privada, una vez abierta, me arrojó hacía adentro. Su humor no había cambiado, luego la puerta se cerró detrás de nosotros.
—¿Querías mí atención? Entonces ahora lo tienes—me dijo.
—No es por eso que ...
—Quítate la ropa—dijo interrumpiéndome.
—¿Qué? ¡No!—respondí.
—Solo te lo diré una vez más, de lo contrario te la quitaré yo mismo, pero si lo hago, será después de que te ponga sobre mis rodillas—me advirtió.
Respiré profundamente. Los nervios revolotearon en mí estómago mientras las mariposas pululaban para aumentar los latidos de mí corazón. Sus ojos se volvieron negros, su amenaza me asustaba, pero a la vez me emocionaba. Sin embargo, no tenía intensiones de ceder.
—No—le recalque.
El hombre frente a mí se transformó. Sus ojos se oscurecieron cuando la contracción de su mano vibró a su lado. Sus cejas se arrugaron y vi como su mandíbula se bloqueó amenazando con romperse. El calor se extendió hasta mí coño
—¿Qué acabas de decir?—preguntó furioso.
—Dije que no—respondí con firmeza.
Dio unos pasos y se acercó a mí, levantó su mano para entrelazar sus dedos alrededor de mí cuello. El control que tenía sobre mí no era amenazante. No intentaba hacerme daño, pero su toqué prendió fuego a mí piel. Luché por no presionar mí cuerpo contra el suyo y rogarle que me tomara y me hiciera suya.
—¿Por qué me trajiste aquí—interrogue—.Tú me metiste en esto y deberías terminar lo que empezaste —susurre, finalmente admitiendo que quería jugar su pequeño juego.
—Eres un niña mal portada—me dijo.
—Y tu eres un cobarde— contraataque. Su mano se detuvo alrededor de mí cuello, lo cual me permitió caer de rodillas frente a él. Sus ojos brillaban de ira, pero una pequeña chispa de curiosidad se asomó—.Me obligaste a venir aquí y querer cosas— mencioné, llevé mis manos a su pantalón de traje y tiré de su cinturón—.Ahora tienes que cumplir con tu deber conmigo—agregue.
No me detuvo cuando le desabroché el cinturón para sacárselo del pantalón.
—¿Y qué deber es ese?— preguntó, perdiendo algo de hostilidad en su voz.
—Enseñarme—respondí, baje su cremallera, con mí mano inestable, agarré su polla, la cual ya estaba dura. No podía evitar que me temblará la mano. Respiré hondo y ...
En es instante se sostuvo con fuerza de mis caderas para darme la vuelta, mí estómago golpeo la cama. Una punzada de nervios me atravesó por la anticipación. Sus dedos se clavaron en mis caderas levantando mí trasero. Me dio una nalgada: Un golpe, dos golpes y tres.
—Aprenderás a cuidar tu lengua conmigo—murmuró dándome un cuarto golpe—.¿Me entiendes?—agregó dándome una quinta y sexta nalgada.
Joder, mí culo estaba en llamas. Mi coño estaba mojado, no tenía intenciones de obedecerlo.
—No puedo ofrecer ninguna garantía—respondí, luego sentí otra nalgada.
—Tu maldita boca. Vas a aprender a como usarla—dijo, su voz fue ronca. Dejó de pegarme y el sonido del papel rasgándose lleno la habitación. Utilizó su rodilla para separarme mis piernas de una patada—.Joder, tu pediste esto. Recuérdalo—agregó, en ese momento fue cuando lo sentí entre mis muslos, con las dos manos en mis caderas. Mis ojos se cerraron con fuerza ante la inesperada oleada del placer provocada por su polla. Él se retiró y el placer se disipó con la misma rapidez. No hizo ninguna pausa para darme tiempo de adaptarme a lo grueso que era. Justo cuando la punta de su polla rompió mi entrada de nuevo volvió a golpearme. Mi cuerpo subió por el colchón y un gemido ahogado se escapó por mi garganta. Una oleada de sensaciones estalló entre mis piernas con cada asalto. Abel lanzó un rugido de placer—.¿Es esto lo que querías? ¿Joderte? ¿Romperte?—preguntó follandome fuertemente, una y otra vez. Una mano soltó el agarre mortal de mi costado, y lo llevó hacia mi coño para frotar con fuerza mi clítoris—.¿Finalmente has perdido la voz? ¿ Te he dejado sin palabras?—agregó burlándose de mí.
No tenía palabras, estás simplemente no se formaron. Solo sentimientos, sensaciones. Todo lo sentía apretado, mi piel, mi estómago y mis entrañas. Mi orgasmo comenzó a encenderse. Me apreté sobre él, mis ojos se cerraron de nuevo de golpe mientras mí orgasmo explotaba.
—!Oh Dios, Abe!l —gemí largo y tendido.
Su mano dejó mi clítoris. Pasando sus dedos por mi cuero cabelludo, agarró los mechones en su fuerte agarre y tiró hacia atrás, dejándome sin más remedio que someterme y permitirlo. Me montó con fuerza hasta que lo sentí hincharse y palpitar. Un gruñido salvaje llenó la habitación mientras su propio orgasmo irrumpía violentamente a través de él.
Pasaron unos segundos antes de que soltará mi cabello y cayera encima de mí. Los latidos de mi corazón se estrellaron contra el colchón. Era casi imposible con su cuerpo pesado cubriendo el mío recuperar el aliento. Inhale lentamente, esperando calmar el pulso en mi pecho, de mi cabeza y entre mis piernas. Traté de concentrarme en cada inhalación lenta, él me arrastró hacia él una vez acomodado sobre la cama, coloqué mí cabeza en su pecho dónde segundos después cerré los ojos, luego me dejé llevar por Morfeo.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El padre de mi amiga