Narra Luciana.
Tres semanas después ...
Cuando Ericka y yo llegamos a la casa, agarre la manija de la puerta con anticipación. No podía esperar para salir de este auto y estirar mi pierna acalambrada. Más aún, no podía esperar para deshacerme de esta maldita bota. Todo parecía estar sanando bien, esperaba que la cita del jueves me hiciera caminar libremente.
—Oye, te dejaré en la entrada. Tengo que ir a hacer algo. Dile a papá que llegaré tarde, ¿de acuerdo?
Miré a Ericka con curiosidad. Algo todavía le pasaba. No era propio de ella que no quisiera entrar primero para ver a su padre. Si no estuviera tan ansiosa por entrar para ver a Abel, la interrogaría. Así que lo dejé pasar y tomé nota mentalmente de taladrarla más tarde.
—Sí, claro—respondí y salí estabilizándome. Cuando me dejó en la entrada se fue, la vi alejarse en su auto. Cuando ingresé había silencio, caminé por la cocina con poca luz, mi bota estaba repiqueteando contra las baldosas de mármol. Eran más de las seis de la tarde, así que Abel debería estar en casa—. ¿Abel?—grite, pero no recibí respuesta—.¿Qué demonios? Dijo que estaría en casa—dije en voz alta, luego me dirigí hacia su oficina, pero esta estaba vacía—.¿Hola? ¿Estás aquí Abel?—pregunte, pero no tuve respuesta, tomé mi celular para ver si me había perdido algún mensaje de texto de él, sin embargo, en ese momento dos manos se envolvieron mis ojos. Mis nervios se dispararon hasta que el aroma del perfume de Abel ingresó a mis fosas nasales. Luego quitó sus manos, me di vuelta para verlo.
—Bienvenida a casa nena—dijo, su voz era baja, muy seductora. Estaba desesperada por estar a solas con él—. Te he extraño—agregó tocando mí mejilla.
—También te he extrañado—le dije rodeándolo con mis brazos—. Pronto tendremos tiempo para ponernos al día —le dije recordando que pronto serían los exámenes finales de este semestre y luego de eso venía un receso de un par de semanas para tomar unas pequeñas vacaciones.
—No te preocupes por nada, seguiré cuidando de ti hasta que te recuperes por completo—murmuró.
—¿Qué quiere mí chica? Debo alimentarte antes de devorarte—mencionó Abel, con sus dedos empujó mi camisa a un lado, reclamando mi piel desnuda, su otra mano desapareció entre mí jeans, mis párpados se cerraron con su toque—.Mmm ... parece que mi chica quiere postre antes de la cena—agregó también en un tono ansioso. Un segundo dedo encontró su camino a mi coño húmedo. Él me tomó para cargarme entre sus brazos, asegurándose de no golpear mi bota contra nada para llevarme a su habitación. Mañana sería mí cita con el médico, solo esperaba que me quitarán la bota. En un tiempo récord, los dos estábamos desnudos, sello sus labios sobre mi coño dolorido. Él lamió, chupó y mordió mí clítoris hasta que mi orgasmo atravesó mí cuerpo. Luego se arrastró sobre mí, abrió mis piernas y me penetró—. Joder, te extrañé—mencionó, él se retiró y volvió a entrar—.Nunca te dejaré salir de esta habitación todo el tiempo que estés en casa—añadió, mi espalda se deslizó por las sábanas, luego pase los dedos por su cuero cabelludo.
—Te amo—jadee abriéndome más para él. Mi respiración se volvió pesada y Jadee por otro orgasmo. Con una embestida más echa la cabeza hacia atrás, él también gruñó con su propia liberación.
—Yo también te amo—dijo capturando mis labios, sellando nuestro amor con el beso más eufórico de la existencia.
Solo esperaba que está felicidad fuera para siempre como los cuentos de hadas.
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