Enamorándose de la inocencia romance Capítulo 4

Paulina se quedó mirando con rabia la figura de Adriana que se retiraba.

«¿Cómo puede una celebridad de primera como ella ser tan pesada? Si se niega a pagar, la demandaré y revelaré su verdadera identidad a todo el mundo. Humm, ¡no soy de las que bajan la cabeza así de fácil!».-

Con esa idea en mente, entró en el elevador, enfurecida. Paulina acababa de salir del hotel y estaba a punto de entrar en su auto cuando sonó su teléfono.

Cuando contestó la llamada, sonó la voz de Gabriel.

-Señorita Vidal, soy Gabriel Bonilla. ¿Olvidó su anillo?

Atónita, Paulina miró sus dedos, ahora descubiertos, y se dio cuenta de que, así era, había dejado su anillo.

-Ah, sí, es mío. Ni siquiera me habría dado cuenta si no me hubiera llamado.

De hecho, compró ese anillo para que la gente pensara que era una mujer casada y no le diera problemas innecesarios. El anillo en sí no era caro.

Gabriel dijo:

—Si tiene tiempo, venga por favor. El Señor Licano le entregará el anillo en persona.

Se produjo un breve silencio, y Paulina respondió entonces:

-No hace falta, Señor Bonilla. Ese anillo no es tan importante para mí, así que no quisiera molestar al Señor Licano. Puede disponer de él.

Al otro lado del teléfono, Gabriel se sorprendió de su respuesta mientras miraba a Roberto, que estaba a su lado.

—Ya veo —respondió.

Sin embargo, Roberto ya no estaba interesado en su conversación. Se dio la vuelta y tiró el anillo sobre la mesa antes de entrar a su habitación para cambiarse.

En ese momento, alguien llamó a la puerta.

Gabriel abrió la puerta y saludó de manera amable a la persona.

-Señorita González.

Adriana borró rápido la sonrisa de su rostro y preguntó con voz enfermiza:

-¿Dónde está Roberto? -Se puso de puntitas e intentó asomarse a la suite.

El abuelo de Roberto la había llamado antes, afirmando que a su nieto le gustaría cenar con ella. Por eso, en cuanto se enteró, se apresuró a ir al Hotel Plaza e incluso reprogramó su agenda de rodaje para adaptarse a la repentina invitación a cenar.

Sin embargo, de alguna manera, Gabriel se las arregló para bloquear su vista y respondió con calma:

—Se está cambiando de ropa. Pero me ordenó llevarla al restaurante de la azotea, así que por favor venga conmigo. —Y así, cerró la puerta detrás de él de inmediato.

Al no poder ver a su prometido, Adriana se molestó, pero no se atrevió a ofender a Roberto. Así, no tuvo más remedio que seguir a Gabriel de manera obediente.

Media hora después, Roberto apareció en el restaurante de la azotea del hotel.

El hombre se había puesto un traje recién lavado, pero sin corbata. Por lo tanto, parecía más informal que de costumbre.

Adriana vio entonces a Roberto y se levantó para recibirlo con elegancia.

-Roberto, hace tiempo que no nos vemos. ¿Puedo quedarme esta noche contigo?

Ella se mordió el labio inferior con timidez, enviándole una evidente indirecta. Sin embargo, Roberto no le dedicó ni una mirada más y se marchó enseguida.

Le había prometido a su abuelo que la acompañaría a cenar, y eso era todo. Nada más y nada menos.

De pie junto a ellos, Gabriel habló con aire despreocupado:

—Vamos, Señorita González. La llevaré a casa.

Adriana, por su parte, estaba abrumada por la ira y la frustración, así que se desquitó con Gabriel.

-Señor Bonilla, ¿para quién es ese anillo?

No había necesidad de mentirle, así que Gabriel respondió

con sinceridad:

—A alguien que vino a entregar flores antes se le cayó el anillo. El Señor Licano lo recogió por casualidad.

«¿Alguien vino a entregar flores? ¿Era la mujer con la que había tropezado antes?

Entonces, ¿por qué estaba jugueteando con él durante la cena? ¿Coincidencia? No lo creo. ¡No soy tan tonta!».

-¡Es ella! -Apretó los puños con fuerza mientras miraba en la dirección en la que Roberto se había marchado, su expresión se contorsionó en un feo ceño.

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