Sabrina se sorprendió un poco por su repentino cambio de humor ya que no sabía qué había hecho mal; de todos modos, se arrodilló.
-Abuela...
-No te atrevas a llamarme abuela. Dime gran señora Quiroga, como María. —Ágata la miró por el rabillo del ojo.
-Gran señora Quiroga, ¿qué hice mal? Por favor, explíqueme.
«¿En verdad me pide que me arrodille frente a ella? Qué anticuada».
—¿Qué crees? —respondió Ágata apartando la mirada.
Sabrina lo pensó por un instante, enderezó la espalda y respondió:
—No tengo ¡dea. Por favor, explíqueme, gran señora Quiroga.
-Eres terca y vulgar. No te casaste con Emiliano por voluntad propia, ¿verdad? Si es así, ¿por qué lo defendiste más temprano? -preguntó Ágata en un tono intimidante.
—De hecho, no estaba dispuesta a casarme con Emiliano cuando mis padres me lo dijeron. —Sabrina se apresuró a responder-. Sin embargo, durante la boda me di cuenta de lo apuesto que es, es muy probable que su aspecto de celebridad me haya convencido. Puede que sea un poco tonto, pero me hace sentir a gusto y, ya que estamos casados, quiero hacer que funcione.
Ágata la analizó con el ceño fruncido por unos segundos y luego suavizó el tono.
—Levántate. María, dale una silla.
Sabrina se puso de pie con los dientes apretados. Emiliano la había torturado tanto la noche anterior como esa misma mañana, por lo que sus rodillas estaban ampolladas e hinchadas; no pudo evitar masajearlas al ponerse de pie. Al mismo tiempo, Ágata observó su reacción y esbozó una leve sonrisa.
«Puede que pronto tenga un bisnieto».
Cuando María llevó la silla, la colocó junto a la silla mecedora de Ágata y Sabrina se sentó con cuidado. De repente, Ágata se quitó su brazalete de jade despacio y lo deslizó por la muñeca de Sabrina mientras suspiraba:
—Esto te queda bien, yo perdí mucho peso cuando envejecí, así que ya no me queda.
Sabrina no sabía nada sobre jades, pero el brazalete era una esmeralda translúcida; era obvio que era costoso. Estuvo a punto de rechazar el regalo de Ágata, pero ella le agarró la muñeca y la detuvo.
—Gran señora Quiroga, esto es demasiado costoso. No puedo aceptarlo...
—Solo lo mantendrás a salvo por mí. —La interrumpió—. Confío en que cuidarás muy bien de Emiliano. No sé cuánto tiempo más pueda ayudarlo y, dado que te gusta, cuida bien de él por mí. De lo contrario, tu familia perderá el proyecto y tu padre... —Se detuvo—. Olvídalo, no lo diré en voz alta. Solo ten eso en cuenta.
Se despidió de María y salió de la casa con sigilo.
Luego de retirarse, dio un paseo por el jardín sin prisa mientras se acostumbraba a la residencia Quiroga, la cual era como un antiguo castillo que consistía en tres casas separadas.
La casa principal, la cual ocupaban Lorenzo y su familia, era un edificio de tres pisos hecho de ladrillos rojos. Detrás de la casa principal, a la izquierda, había una casa de dos pisos, en la cual se quedaba Ágata y, a la derecha, había una casa de tres pisos un poco más pequeña con una cúpula en lo alto. Desde lejos, la singular cúpula de vidrio pintado brillaba bajo la luz del sol. Sabrina estaba intrigada, así que se acercó más, esperaba poder entrar para una breve visita, pero la puerta estaba cerrada. No solo eso, sino que las cortinas también estaban cerradas en el interior, lo cual le daba un aire misterioso.
Permaneció frente a ella por un rato y luego regresó a la casa.
Los sirvientes realizaban sus quehaceres en silencio, no había nadie más que ellos. Cuando pasaron junto a ella, se enfocaron en sus tareas y la ignoraron por completo, como si fuera invisible. Daba un poco de miedo caminar por la casa vacía, incluso a plena luz del día. Sabrina aceleró el paso y pensó en regresar a su habitación para llamar a Sergio mientras que Emiliano no estuviera cerca; quizá, su padre le permitiría hablar con Federico esa vez.
Subió las escaleras corriendo, bajó la cabeza, dio un giro y, sin advertirlo, chocó con una pared. Levantó la mirada, confundida, y se dio cuenta de que se había topado con un desconocido.
—Lo lamento, por favor, discúlpeme.
—¿Eres la nueva esposa del retrasado?
En lugar de apartarse del camino, el extraño colocó el brazo alrededor de los hombros de Sabrina con descaro.
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