Sabrina le apartó la mano y examinó al hombre que estaba parado frente a ella. Tenía más o menos la edad de Emiliano y se parecía a él; era alto y apuesto, pero Emiliano lo superaba por completo.
«Debe ser Ornar Quiroga, su medio hermano».
-Sabes que soy la esposa de Emiliano, ¿verdad? Ahora, ¡largo!
Sabrina estaba indignada por sus terribles modales, pero para su incredulidad, Ornar se acercó un poco más y le susurró al oído:
—Un sirviente me dijo que tú y Emiliano consumaron su matrimonio anoche. No puedo creer que ese tonto sepa cómo tener sexo. ¿Te dio placer?
Ese día, Ornar había regresado del exterior con sus padres y, luego de bajarse del avión, Lorenzo y Magdalena fueron a la empresa de inmediato. Por su parte, él regresó a la residencia de los Quiroga ya que planeaba burlarse de la nueva esposa de Emiliano, pero tras inspeccionarla más de cerca, se sorprendió al ver lo hermosa que era. Había algo en ella que lo hechizó, a pesar de que lo miraba con desdén.
—¡Escoria!
Sabrina le dio un codazo y levantó la mano; estaba a punto de darle una lección, pero antes de que pudiera golpearlo, Ornar la tomó del brazo y la sostuvo.
—Oh, eres peleadora... Eso me gusta. Ese retrasado no sabe nada, ¿por qué no vienes a mi habitación? Te mostraré lo que es un hombre de verdad.
Dicho eso, la arrastró detrás de él y se dirigió a su habitación. Sabrina se apresuró a sujetarse de la esquina de una pared con miedo.
—Gritaré por ayuda si no me sueltas. Eres el hermano de Emiliano, por el amor de Dios. ¿Cómo te atreves a aprovecharte de su esposa? ¿Cómo te verán el resto de los Quiroga? -declaró furiosa.
-Vamos, inténtalo, grita con todas tus fuerzas. Solo están los sirvientes en la casa y ninguno de ellos se atreve a molestarme. -Ornar la arrastró a la fuerza y enseguida llegaron a su habitación.
Sabrina intentaba escapar como una presa que intenta huir de la boca de su depredador; se aferró al picaporte de la puerta por su propia vida y juró no soltarlo, ya que no podía imaginarse lo que ese pervertido le haría una vez que entraran al cuarto. Por desgracia, no podía competir contra su fuerza.
-¿Hola? ¿Qué quieres?
-¿Mami? Soy yo. Mami, ¿dónde estás? -Resonó la vocecita de Federico.
Sabrina había logrado controlarse, pero luego de escuchar su voz, las lágrimas volvieron a brotar como una catarata.
-Fede, cariño, ¿cómo estás? ¿Comiste y dormiste bien sin mí? -dijo forzando una sonrisa.
—Mami, te extraño tanto que soñé contigo —exclamó Federico-, Mami, ¿cuándo me llevarás a casa? Me dijeron que fuiste a un lugar lejos. ¿Por qué no me llevaste contigo?
Antes de que terminara de hablar, ella rompió en llanto.
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