Felicidad efímera romance Capítulo 47

Solo entonces las dos asistentes de ventas comprendieron la identidad de la mujer parada frente a ellas, y lamentaron su insolencia, deseando con fervor el poder arrodillarse y rogar el perdón de Renata.

Esta última no comprendió lo que ellas estaban diciendo. Llamó a su asistente y le ordenó hacer un seguimiento de este asunto. Ivonne miró a Renata; aún no podía creer que la mujer fuera un pez gordo, que podía cerrar una tienda con una simple llamada.

—Oye, ¿estás aquí para comprar ropa? —le preguntó Renata.

—Sí —contestó ella.

—Entonces, ¿viste algo en esta tienda que sea de tu agrado? —le preguntó la mujer.

Cualquier pieza de ropa en la boutique de primera calidad costaría al menos cien mil. Cuando ella todavía estaba con los Landero, Ivonne recibía lotes de ropa de edición limitada de última moda y esta marca de ropa, estaba entre las que ella recibía en aquel entonces.

—No puedo permitirme esta ropa —dijo con claridad Ivonne.

Ella quería dirigirse a niveles más bajos y comprar algo de ropa casual para cambiarse.

—Señorita, la Señora Renata no se refiere a que usted pague por ellos. Está diciendo que puede tomar lo que le guste y llevárselo a casa —le explicó el asistente de Renata.

Él sabía que, a Renata, por lo general, no le gustaba interactuar con otras mujeres. Por eso, le sorprendió que la joven de alguna manera consiguiera caerle bien a la mujer, en tan solo unos minutos.

—Oh, está bien. No puedo aceptar esta clase de regalos —dijo Ivonne, mientras movía sus manos con desdén.

El precio de cualquier pieza en la tienda equivalía con facilidad al ingreso anual de cualquier persona ordinaria. Ivonne no creía que fuera apropiado, el solo tomar cualquier cosa que le gustara.

Justo en ese momento, Sebastián llegó y reconoció al instante a Renata, entonces la llamó:

—¡Tía Renata!

Ivonne inclinó su cabeza hacia un lado y notó que Sebastián había comprado una taza de chocolate caliente. Él se enfrascó en una conversación con la mujer de mediana edad y parecía ser muy cercano a ella.

—¿No vas a presentarme? —dijo Renata, mientras le lanzaba una mirada a Ivonne.

Ella comprendía lo que era ser joven y estar enamorada. Por eso, sabía a qué estaba jugando Sebastián. Una cita en un día lluvioso le recordó a Renata sus días de juventud.

Sebastián se acercó más a Renata y le dijo algo. La mujer sonrió mientras miraba a Ivonne. Entonces, volvió a mirar a Sebastián, había pasado algo de tiempo desde la última vez que se vieron y no pudo evitar notar que ya no era un niño y que ya era tiempo para que tuviera novia.

—Comprendo. Ya no voy a molestarlos más. Apresúrense y cámbiense, de lo contrario, van a pescar un resfriado. Siempre has sido del tipo que se enferma con facilidad —dijo Renata.

—Tía Renata no va por ahí ofreciendo su ayuda. ¡Debes haberle agradado! —se burló Sebastián.

Ivonne apenas y lo miró sin decir nada. Entre más conocía al hombre, más comprendía que no sabía nada de él.

«No creo que solo sea un profesor universitario».

Muy pronto, el asistente de Renata la escoltó, mientras dejaba la boutique. Mientras tanto, Sebastián le dio el chocolate caliente a Ivonne y dijo:

—Aún está caliente. Bebe un poco para que entres en calor.

—Gracias —murmuró la joven.

Ella no pensó mucho en la oferta de Renata. Al final, no tomó nada de la boutique y compró un juego de playera y pantalón de mezclilla por tan solo cien. Sebastián la llevó a su casa y se fue a prisa, al recibir una llamada.

Después de tomar sus llaves, Ivonne tomó todas sus cosas y se mudó de nuevo a la pequeña casa. Llamó a un cerrajero, quien cambió al instante el cerrojo, mientras ella se preguntaba, cómo había obtenido sus llaves Ximena en primer lugar.

Al siguiente día, cuando el huracán había pasado, Ivonne se presentó al trabajo. Ximena había llegado desde temprano, y se puso furiosa al ver a Ivonne. Nunca había sido del tipo que reprimiera sus sentimientos. Por eso, irrumpió en el lugar de la otra.

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