Al día siguiente, Ivonne recibió una llamada de su mejor amiga, Ana, durante el trabajo. La familia de Ana la obligó a acudir a una cita a ciegas, en especial sus padres, que incluso recurrieron a amenazarla de muerte. Sin embargo, ella se encontraba en el extranjero y no podía regresar al país en ese momento.
Según Ana, su pareja era un profesor universitario de unos treinta años. Sus padres eran profesores, así que creció en una familia de académicos. Por lo tanto, el hombre se consideraba decente y era un buen partido.
Sin embargo, después de platicar unos días con él por Internet, Ana se dio cuenta de que su forma de pensar y sus valores eran demasiado diferentes, lo que hizo que dejara de gustarle. Ana también quería sentar cabeza con alguien, pero no encontraba al hombre adecuado.
Ese día, su compañero de cita a ciegas le pidió de repente que se encontraran, lo que dejó a Ana desorientada, así que no tuvo más remedio que pedir ayuda a Ivonne.
—Ivonne, eres la única persona que puede ayudarme en este asunto. Estoy segura de que sabrás qué hacer.
Ana era la mejor amiga de Ivonne, así que esta sabía que la primera había estado aferrada a cierto hombre durante todos esos años. Después de salir del trabajo, Ivonne fue al lugar de la cita a ciegas acordada de antemano. Al cruzar la puerta, vio al hombre sentado a la mesa. Era muy diferente a como Ana lo describió. El hombre era sobresaliente y llamativo, lo que lo hacía destacar entre la multitud.
Vestía formal, con una pulcra camisa blanca y pantalones negros. Por supuesto era más guapo que un hombre común. A juzgar por el vaso de agua a medio llenar que había sobre la mesa, Ivonne supuso que ya llevaba un rato esperando. «Está vestido de forma inmaculada y es paciente por haber esperado tanto tiempo».
Antes de asistir a la cita a ciegas, Ana compartió algunos detalles con Ivonne, lo que hizo pensar a esta última que su compañero de cita a ciegas sería un viejo calvo, pero no fue así.
—Hola, soy Ana Sánchez.
De inmediato fue al grano sin dar tiempo al hombre a reaccionar. El hombre frunció el ceño al verla. «Ella es…».
Al ver sus cejas fruncidas, Ivonne supuso que al verla no le interesaba. Por lo tanto, se armó de valor y decidió resolver el asunto lo antes posible.
—¿Tienes casa matrimonial?
Antes de que pudiera terminar la frase, Ivonne vio las llaves del auto de Sebastián Montaño sobre la mesa. Era imposible no reconocer aquel logotipo después de haber vivido tres años en la Residencia Landeros. Conducía un Maserati, un vehículo que valía el precio de una casa.
—¿Tienes ahorros? Nuestros gastos serán bastante altos si seguimos juntos. De momento no tengo trabajo, así que tendrías que cargar con la gran responsabilidad de ganar dinero para mantener a nuestra familia.
—Mis ahorros me bastan para mantenerte.
Ivonne parpadeó. De pronto se sintió perpleja y perdida, porque todos sus intentos de obtener su desaprobación habían sido inútiles. Por fortuna, poco después les sirvieron la comida. Ivonne miró hacia abajo y se concentró en comer. De forma inesperada, vio un tenedor adicional que entraba en su campo de visión. Sebastián colocó un trozo de jamón en su plato. Levantó la vista y se encontró con sus ojos. Había una leve sonrisa en su rostro.
—Verte mientras saboreas la comida me abrió el apetito.
Sebastián la miró sorprendido. «Es ella. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Ahora es algo más madura, por eso no la reconocí antes».
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Felicidad efímera