El teléfono de Ivonne vibró. Lo miró y se dio cuenta de que era un mensaje de texto del cuidador que decía:
«Ivonne, tu madre está muy feliz hoy. Ha estado planeando su alta».
Ivonne estaba preocupada por su madre. Por eso, el cuidador le enviaba actualizaciones cuando no podía visitarla en el hospital. Vio cómo caía una lluvia torrencial y se quedó aturdida.
«Tal vez sea el destino».
Tras meditarlo un rato, pudo reflexionar.
«Son mis hijos y no tienen nada que ver con Jonathan. En unos días obtendremos el acta de divorcio. Para entonces, cortaremos los lazos por completo. Mamá pudo criarme bien sola. Aunque es un reto para mí mantener a dos hijos con mi salario actual, trabajaré más duro. Si el costo de la vida es demasiado alto en Colinas del Valle, puedo mudarme a un lugar menos estresante y dar a luz ahí».
Mientras Ivonne pensaba, le pareció sentir los movimientos súbitos de los bebés. Era como si sus gemelos estuvieran de acuerdo con sus planes. La más mínima respuesta de sus embriones bastó para darle el consuelo y la esperanza que la impulsaron a seguir adelante.
«Haré lo que pueda y los protegeré a ambos».
Asintiendo, creyó que lo mejor estaba por llegar para su familia. Los hombres de Ximena vigilaban a Ivonne, hasta el punto de que pudieron tomar fotografías de Sebastián cuidando de ella en el hospital. Cada una de esas fotos mostraba lo íntimos que eran.
—Jonathan odiará aún más a Ivonne cuando las vea —dijo Karen—. Ahora ya no es más una amenaza.
Ximena se aferró con fuerza a las fotos.
«Esto es solo el comienzo para hacerla permanecer en la lista negra de Jonathan».
Ella orquestó un episodio en el que se desmayó e ingresó en el mismo hospital que Ivonne. Mirando por la ventana el cielo oscuro, le preocupaba que Jonathan no la visitara. De pronto, tuvo una idea.
—Jonny, estoy vomitando mucho... Me pregunto si estoy embarazada.
Jonathan frunció el ceño ante sus palabras.
«¿Embarazada? Está claro que no tomé ninguna precaución cuando me drogaron aquella noche. Si es verdad...».
—No es como su madre para nada.
«Esa mujer es alguien que nunca puede estar quieta».
—Le diré a mi madre que la extraña mucho.
Exasperada, Renata firmó con rapidez los papeles y deseó no tener que volver a ver a Jonathan.
—Señora Renata, por favor, quédese con su brazalete de esmeraldas. —José se lo entregó mientras hablaba.
Jonathan echó un vistazo a las palabras grabadas en la pulsera. Se dio cuenta de lo preciosa que era para Renata, y comentó:
—Guárdela bien, Señora Renata. Como es algo que codicia y arrebata a los demás, podría perderlo en cualquier momento.
Renata se quedó sin habla. No esperaba que Jonathan lo supiera después de tantos años. La pulsera de esmeraldas era una imitación que le regalaron hace veinte años. Por aquel entonces, Conrado gastó una lucrativa suma en comprar una pulsera de esmeraldas para la madre de Jonathan como recuerdo y Renata también hizo que su marido buscara una idéntica para ella.
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