Haciéndolo mío romance Capítulo 34

Con una sonrisa pretenciosa, Mayra se burló: 

—¡Solo quiero que sepas que Josué es mío! ¡Él me ama a mí! 

Era obvio que lo decía para ponerle sal a la herida. Si fuera la yo de antes, mi corazón se sentiría herido tras sus palabras, pero ahora no me perturbaba; esas palabras rencorosas ya no podían lastimarme. 

—Eso no tiene que ver conmigo. Oh, por cierto, gracias por mostrarme los verdaderos colores de Josué. Si no fuera por ti, me habría casado con este cretino y tendría una vida miserable. Gracias por evitar que arruinara mi futuro. 

Fingí una expresión agradecida, con el sarcasmo en mis ojos apenas oculto. Por supuesto que se me rompió el corazón cuando Josué me engañó con Mayra, pero, mirándolo por el lado amable, me di cuenta de que no valía la pena casarse con ese hombre. Aunque fue una decisión difícil de tomar, no me arrepiento de dejarlo. Sabía que había elegido bien. 

Por otro lado, Mayra podía darse cuenta de que la estaba insultando, por lo que puso una cara furiosa. Al lado de ella, Josué frunció el ceño ante mis palabras; me miró con decepción como si fuera yo quien lo traicionó. Mirándolo, sonreí de manera sarcástica. 

«¡Este hombre sin duda es un patán! ¡Él es quien me engañó! No solo eso, ¡tienen un hijo ilegítimo! ¿Y ahora me ve como si yo lo hubiera traicionado a él? ¡Qué patético!». 

—Andrea, de hecho, me enteré de la condición de tu padre; después de todo, estuvimos juntos por siete años, así que quise estoy aquí para visitarlo. 

Josué sonaba sincero y gentil, pero sus palabras me revolvieron el estómago. Antes de que pudiera decir algo, Natalia se me adelantó y dijo: 

—¿Estás aquí para ver al señor García? Creo que su condición empeoraría si te ve. Josué Centeno, engañaste a Andrea. ¿Cómo te atreves a presentarte a su padre? Eres un sinvergüenza, igual que esa perra de allí; ustedes son el uno para el otro. 

Con una cara larga, Natalia sonrió burlona. Ella me vio pasar un momento difícil los días después de mi ruptura, por lo que desahogó su furia con Josué al difamarlo. Tras oír sus comentarios sarcásticos, Josué puso el ceño fruncido sin decir una sola palabra. Por lo regular, en la oficina, sus subordinados lo halagaban y lo acogían, por eso se miraba infeliz cuando Natalia de repente lo menospreció.  

Sin embargo, no podía discutir con ella en público, porque la mayoría estaría del lado de la mujer, y nadie apoyaría a un traidor. Al ver a la multitud agrupándose, me rehusaba a ser el hazmerreír, así que me le acerqué a Josué y le dije con frialdad: 

—Aprecio tu amabilidad, pero creo que mi mamá y mi papá preferirían no verte. Será mejor que te vayas. Además, se terminó todo, ¡así que no vuelvas a aparecerte frente a mí de nuevo! 

Desde el día que lo vi en cama con Mayra, lo di por perdido; desde entonces, terminó todo para nosotros. Frunciendo el ceño, Josué me fijó la mirada; al oír mis palabras, se lo notaba un poco preocupado. 

—Andrea, solo estoy preocupado por ti. 

—No necesito tu preocupación. Josué Centeno, de ahora en adelante, espero que tu mujer y tú se alejen de mí. Me repugna verles las caras —le dije. 

Ignorando la furiosa mirada de Josué, abandoné la escena con Natalia. Se suponía que hoy sería un día feliz porque mi papá por fin se sometería a la cirugía, pero, al final, Josué y Mayra arruinaron mi estado de ánimo con su aparición. 

«¡Qué malnacidos tan desesperantes! ¡Aj! Si tan solo me dejaran en paz». 

Con la mirada fría, me quedé en silencio mientras volvíamos a la sala del hospital.  

Con las cejas enfurecidas, Natalia se me quedó mirando; después de dudarlo un poco, me preguntó: 

Pronto, me subí al coche para ver a Miguel con unas gafas de sol, que le cubrían la mitad de la cara; tenía un aura de dignidad. Mientras me le quedé mirando su perfil de lado, me preguntó con un tono de impaciencia: 

—¿Ya terminaste de verme? 

Su voz me hizo recobrar los sentidos; de inmediato, dejé de verlo a la cara. 

«Oh, no, ¿me le quedé viendo por tanto tiempo?». 

Carraspeé antes de preguntarle: 

—¿Me estabas buscando? 

Mientras tanto, mantuve mi vista al frente, evitando verlo. Miguel me volteó a ver y me preguntó con frialdad: 

—¿Aún estás involucrada con Josué Centeno? 

Su pregunta me sorprendió; cuando comprendí a lo que se refería, lo miré con el ceño fruncido, sintiéndome disgustada.

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