Haciéndolo mío romance Capítulo 69

Las prendas que colgaban en el vestidor eran puras camisas y trajes; incluso los zapatos que había eran en su mayoría de cuero negro.  

«Vaya, vaya… casi todo lo que hay aquí son trajes. En realidad, no veo ninguna prenda casual en ningún lado.» 

Agarré una camisa cualquiera de Miguel y me la puse. Mi camisa ya no servía para nada, por lo que no tenía más remedio que utilizar una de sus camisas. Después de todo, no podía salir y andar desnuda por la casa. Su camisa era tan grande que me llegaba hasta los muslos y, aunque me parecía un poco raro, era mucho mejor que estar andando con mi camisa rota. 

Miguel estaba sentado en la sala de estar con sus piernas cruzadas de manera elegante cuando regresé al primer piso; mientras que lo observaba desde lejos, podía sentir el aura de realeza que emanaba de él. Miguel volteó a verme por el lado de su hombro cuando escuchó mis pasos y, en el momento que vio que llevaba puesto una de sus camisas, la expresión seductiva en sus cejas se arrugó considerablemente.  

Al mirar a sus ojos, de repente pude recordar que él tenía misofobia. 

«¿Será posible que la apariencia en sus ojos en este momento sea de reproche porque estoy usando su camisa?» 

—Mi camisa está rota, así que no tuve más opción que usar una de las tuyas por el momento; pero no te preocupes, la lavaré antes de devolvértela —le expliqué tan rápido como pude, estaba nerviosa mientras lo miraba.  

Me sentía un poco insegura debido a que la tomé sin su permiso. Pero a pesar de eso, él me seguía viendo de pies a cabeza; no podía comprender sus pensamientos y era por esa misma razón que me sentí más nerviosa.  

—Pensándolo bien, creo que mejor me la quitaré. 

Agaché mi cabeza y me di media vuelta para regresar arriba y cambiar mi camisa después de haber dicho eso con poco entusiasmo.  

«¡Pero qué tacaño! ¿En verdad es necesario hacer esto cuando lo único que quería era tomar prestada su camisa por un rato? ¡Esto no le perjudica en nada!» 

Pude escuchar la voz de Miguel cuando estaba a un paso de llegar a las escaleras. 

—Déjatela, ya que la tienes puesta. Yo no había dicho nada —dijo con una voz plácida. Cuando me giré, lo miré con deleite mientras que una extraña sensación de emoción me pasó por el cuerpo. 

—¿Por qué sigues parada ahí? ¡Ponte a cocinar, rápido! ¿O acaso esperas que yo cocine?  

La voz de Miguel resonó una vez más cuando empecé a caminar a hacia él. Me detuve en corto y lo miré con disgusto antes de quejarme ante él: 

—¿Por qué debo de cocinar cuando tú tienes amas de casa?  

Pero Miguel me tomaba con impaciencia. 

—¡Qué bocona eres, Andrea! Las amas de casa tienen el día libre, ¡así que tú tienes que cocinar! 

Tal y como él lo había dicho, yo ya no tenía excusa para rechazarlo. Solté un suspiro y arrastré mis pies hasta la cocina. 

Cuando llegué hasta el refrigerador de la cocina y lo abrí, fui sorprendida por lo poco que había en los estantes, lo único que había era tomates y huevos.  

—Voy a suponer que tú no sueles comer aquí, porque en este refrigerador solo hay unos cuantos ingredientes —le dije a Miguel en exasperación después de mirar los ingredientes dentro del refrigerador. 

—Es en rara ocasión que como en casa, ya que me dedico a entretener a mis clientes casi todos los días —me respondió Miguel, quien estaba tomando café en la sala de estar sin la más mínima preocupación en el mundo. 

Me quedé sin palabras ante su respuesta y encorvé mis labios. 

—¿Qué estás haciendo, Andrea? ¿Mezclaste todo para hacer esta comida para cerdos?  

«¿Disculpa? ¿Comida para cerdos? ¿Cómo se atreve a decir eso? Me la pasé dando vueltas por toda la cocina por horas, ¿y él se atreve a decir que lo que preparé es para los cerdos? ¡Esta vez se ha pasado de la raya!» 

—Miguel Sosa, ¿qué quisiste decir con eso? ¡Debiste de haberme dicho que no querías comer en vez de hacerme perder el tiempo! 

A pesar de la poca calidad de la comida, la hice con mucho cariño; fue por esa razón que estaba muy disgustada cuando él menospreció mi esfuerzo.  

—¿Soy yo quien no quiere comer o tú quien lo saboteó con la intención de hacerlo? ¿Cómo se supone que deba alimentarme cuando esto es todo lo que cocinaste para la cena?  

Miguel cruzó los brazos y se me quedó viendo con fastidio. Como respuesta, lo miré llena de furia, pero no quería seguir discutiendo con él, así que me senté y empecé a comer. Ni siquiera había almorzado después de estar en movimiento todo el día, por lo que mi estómago había estado rugiendo desde hace mucho y, como resultado, estaba bastante satisfecha por tener mi tazón de fideos con huevos y tomate. 

Cuando Miguel se dio cuenta de que yo había empezado a comer, me siguió viendo con sus cejas completamente apachurradas y con un rostro lleno de disgusto; pero después de unos minutos, empezó a perder la batalla al ver lo contenta que estaba. Del otro lado de la mesa, Miguel se quedaba viendo a los huevos revueltos con tomates que quedaban, como si estuviera considerando si debía comer.  

—No sabe tan mal como te lo imaginas, prueba un poco si no me crees —insistí mientras levantaba una ceja.  

Miguel me miró con duda cuando me escuchó. Después de un largo rato, decidió mezclar los huevos y los tomates con los fideos que preparé. Mi humor mejoró de repente cuando vi que probó la comida, a pesar del gesto de disgusto que llevaba puesto.  

Miguel se sirvió un buen bocado con el tenedor y se le quedó viendo por un largo rato antes de que abriera la boca y lo intentara comer con miedo. Puede ser que en verdad no estaba tan malo después de todo, porque empezó a comer al gusto segundos después. Incluso empezó a comer más rápido que yo, pero sin perder la elegancia en cada movimiento que hacía. Esta era la primera vez que él probaba mi cocina y, por alguna extraña razón, sentí una sensación cálida en mi pecho.  

Sonreí un poco, pero no lo suficiente para ser notorio; acto seguido, agaché la cabeza y continué comiendo en silencio. No tardamos en dejar vacíos nuestros tazones.  

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