"Oye, después de esta comida, vuelves con tus padres biológicos y no vuelvas a nuestra casa".
Terminando de acomodarse a la mesa, Amara Montalvo se topó con las palabras apresuradas de su madre, o más bien su madre adoptiva, Ramona Marín, quien le urgía que se fuera de una buena vez.
Hacía como medio mes, Amara se hizo unos chequeos y Ramona se dio cuenta de que el tipo de sangre de esta hija no coincidía con el de su esposo Efrén Pinto ni con el suyo, unas pruebas de ADN más tarde, se enteraron de que la hija que habían criado durante dieciocho años no era su hija de verdad. Entonces, empezaron a investigar y con ayuda de un detective privado, dieron con su verdadera hija, Gisela Pinto.
Ramona siempre había sentido que Amara no encajaba del todo en su familia y, la verdad, nunca le había dado mucho amor fraternal. Ni siquiera en su nombre se esmeró mucho; le puso Amara, que empezaba con "A", y le dejó el apellido Montalvo, negándose a darle el suyo y en ese momento que habían encontrado a su verdadera hija Gisela, ella estaba encantada. En cuanto a Amara, la familia Pinto había rastreado a sus padres biológicos que ese día iban a buscarla.
Amara observaba la mesa llena de delicias, el banquete más opulento que jamás había tenido en esa casa, y a la vez, su última comida allí. Gisela, sentada luciendo un vestido de marca, le sonreía: "Come todo lo que puedas, hermana. Es un pequeño detalle de papi y mami, he oído que en tu casa pasan apuros. Vives en un pueblito, nada que ver con nuestra ciudad Arcadia, no sé si te vas a adaptar, ay".
Ramona miraba a Gisela con ojos llenos de ternura: "Si se adapta o no, ese es su propio hogar. Gisita, eres demasiado noble".
Amara la miró y, sorprendentemente, pudo ver en ella una madre amorosa. Antes, ella la miraba con pura frialdad; pero en ese momento, sus ojos se posaban en Gisela como si quisiera ponerla en un pedestal. Cuando ésta última llegó a la casa, Efrén y Ramona le pidieron que desocupara su habitación y compraron decoraciones nuevas para que su verdadera hija se instalara; le consiguieron un piano y, al enterarse de que le gustaba bailar, le prepararon un estudio de danza; mientras tanto, a Amara la relegaron a una pequeña habitación en el extremo norte de la casa.
Gisela, incómoda, agarró su brazo: "Mami, no te enojes, ¿qué pasa si te haces daño?".
Ramona, aferrando la mano de Gisela, le dijo con cariño: "Solo nuestra hija Gisela se preocupa por mí. Nadie conoce a una madre como su hija, nosotras sí que somos madre e hija de corazón".
Amara, con una mirada helada, subió a su habitación, bajó con su mochila al hombro y se preparó para irse. Gisela, al ver que ella estaba a punto de marcharse, recordó algo sobre su matrimonio arreglado y tratando de parecer razonable y comprensiva, dijo: "Mamá, mejor dejemos que la hermana se quede, ella todavía está comprometida con el Sr. Lemos, si se va, ¿quién se casará con él?", su observación hizo que tanto Efrén como Ramona pensaran en esa situación.
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