La seducción del director general romance Capítulo 10

Sergio le bloqueó el paso y frunció el ceño mientras olía a tabaco y alcohol. Era el tipo de olor que solo podía proceder de un club. De repente, tenía una mirada amenazante y la interrogó:

—¿Adonde fuiste anoche?

-Acompañé a Lidia al club militar. -Blanca simplemente dijo la verdad. No tenía nada que ocultar.

Sergio le lanzó una mirada de desprecio.

—Me das asco.

-Lo mismo digo -terminó de hablar y salió por la puerta.

—Espera. —El hombre dijo con frialdad. Blanca se volvió para mirarlo. Los ojos severos de Sergio se dirigieron hacia los platos de la mesa y dijo-: Llévate todo esto, están tan sucios como tú. No quiero intoxicarme con la comida.

Blanca lo miró en silencio, pues su corazón le dolía en cada latido después de sus palabras. Por muy sucia que estuviera, solo se había acostado con un hombre, aunque no fuera por voluntad propia, pero el hombre que la despreciaba se había acostado con innumerables mujeres. Blanca pudo sentir cómo la ira la invadía.

-Bueno. En efecto, no te mereces la comida que hice — dijo con frialdad y se dirigió a la mesa.

Con un solo movimiento, los platos se estrellaron en el suelo. La comida y la salsa salpicaron por todas partes. Una mirada asesina salió de los ojos de Sergio mientras agarraba el brazo de Blanca. Ejerció mucha fuerza, como si quisiera romperlo.

—Limpia esto antes de irte.

-¡Sigue soñando! -Blanca replicó y lo hizo sentir desesperado. Antes de que pudiera reaccionar, él la tomó por el cuello al instante siguiente y comenzó a estrangularla.

Blanca jadeaba. Lo miró con ojos llenos de odio. Su matrimonio era un infierno para ella, así que no sería del todo malo que todo terminara ahí. Sergio iría a la cárcel si la mataba. Eso era mejor que cargar con los agravios ella sola y no poder hablar con nadie a pesar de la miseria que sentía.

Las comisuras de la boca de Blanca se alzaron en una enigmática sonrisa. Parecía abarcar malicia y determinación. Aturdido por ello, Sergio la soltó. Perdió toda su energía y se desplomó con ambas manos clavadas en el suelo. Los fragmentos de cristal de los platos rotos se le clavaron en las palmas de las manos y rezumaron sangre.

Sergio la miró con condescendencia.

-Vete y no vuelvas a venir aquí nunca más.

Blanca se levantó con los ojos mirando hacia abajo. La sangre goteaba a través de sus puños cerrados y se formó un charco de color rojo en el suelo. Se dirigió directamente a la puerta, sin mirar a Sergio.

«Los seres queridos sufrirían tu pérdida, mientras que los enemigos se regodearían en ella. Sin embargo, para alguien que se despreocupa por ti, no significaría nada». Se dijo a sí misma que no debía afligirse, estar triste o llorar.

En una farmacia, Blanca estaba limpiando su herida y aplicando yeso en ella. Solo entonces, Lidia llamó.

—Blanca, ahora estoy fuera de tu casa. ¿A qué hora volverás?

Blanca también tenía preguntas para Lidia. Quería saber qué había pasado anoche y cómo había acabado en la casa de ese jefe.

—Ya voy en camino.

Poco después, Blanca llegó a su apartamento. Al ver a su amiga salir del ascensor con el rostro cabizbajo, a Lidia le dio un vuelco el corazón.

-Lidia, ¿qué pasó anoche? -Blanca fue directamente al grano.

-Em... Yo también estaba borracha, así que no recuerdo lo que pasó. Justo iba a preguntarte lo mismo -dijo Lidia con cargo de conciencia.

-Ains... Yo tampoco. Pasa -dijo Blanca mientras abría la puerta. Detrás de ella, Lidia se sintió aliviada de que su amiga no presionara.

Al entrar en la casa, le llamó la atención la bolsa de cosméticos que había sobre la mesa.

-¡Genial! ¡Es Guerlairñ ¿Te sacaste la lotería? Son muy caros. -Lidia abrió la caja de regalo de inmediato con los ojos abiertos por el asombro—. ¡Estos deben costar al menos unos cuantos miles!

-¡¿Qué?! -Blanca se llevó un susto.

Ella pensaba que como mucho eran unos cientos. ¡¿Pero unos cuantos miles?! ¿Cómo iba a pagarle? No tenía tanto dinero.

Lidia encontró un recibo en la bolsa de la compra. Lo miró y lo agitó en el aire.

-Ves, lo sabía. Veintitrés mil. ¿Desde cuándo tienes tanto dinero?

-Eso no es mío. ¿Puedes ayudarme a venderlos? -Blanca no sabía qué hacer con ellos.

-¿Por qué venderlos? ¿No es rico Sergio? -Lidia volvió a meter el recibo en la bolsa.

La mirada de Blanca se tornó sombría. Luego, dijo con firmeza:

—No aceptaré su dinero.

Lidia con una risita.

Blanca también pensó lo mismo, ya que no era bueno estar en deuda con alguien durante demasiado tiempo. Entonces sacó de su bolso el papelito con el número de Gael.

Lidia le echó un vistazo.

—«Gael». A juzgar por su excelente caligrafía, puedo ver que es una persona refinada y con conocimientos. Sin duda, un talento difícil de encontrar -dijo.

Blanca le lanzó una mirada extraña.

—Es un desperdicio que no seas una adivina.

-Sin duda, yo también lo creo. Ahora, date prisa y llámalo. -La instó Lidia.

Blanca fue a marcar el número del hombre. Solo tres timbres y alguien respondió el teléfono.

“Hola, soy Blanca -dijo Blanca de forma incómoda.

¿Sí? —Llegó su profunda voz desde el otro lado del

teléfono.

-Llegaré dentro de una hora para devolverle el dinero. ¿Está bien? -Blanca fue directamente al grano.

—Sí. —Gael colgó después de decir eso.

-¿Eso es todo? -Lidia se sorprendió.

-Y para él, eso es decir mucho. -Blanca se rio.

Al escuchar eso, Lidia se quedó sin palabras.

-Tengo un par de zapatos nuevos para ti. No me quedan y sería un desperdicio tirarlos porque son de marca. -Lidia dijo en un tono jovial y un brillo apareció en sus ojos.

-Gracias. -Blanca no se lo pensó demasiado.

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