-No ha dicho nada en absoluto. -Gael dijo impasible.
Blanca se sintió aliviada cuando escuchó eso. No quería quedarse ahí por más tiempo.
-Le agradezco que me haya acogido anoche, Señor.
Ahora me voy. -Se levantó y agradeció a Gael con respeto.
—Llévese los cosméticos -le ordenó Gael.
—No, no debería.
—Los compré especialmente para usted. Nadie más lo va a usar si no se lo lleva. -Gael sonó aún más frío.
Eso asustó a Blanca. Tomó la bolsa de cosméticos y dijo:
-Oeme su número de cuenta bancada, le transferiré el dinero cuando vuelva.
-Venga a la base militar si quiere devolver el dinero -dijo al tiempo que anotaba su número en un papel y se lo pasó a Blanca-, Llámeme cuando esté aquí.
—De acuerdo. —Ella tomó el papel con cortesía.
El hombre le echó una mirada pensativa e hizo una llamada.
-Acompaña a la Señorita Mondragón a la salida -ordenó por teléfono.
Ese era el día libre de Blanca. Cuando llegó a casa, dejó los cosméticos sobre la mesa y se cambió. Después, fue al hospital psiquiátrico a visitar a su madre, Beatriz Reyes.
Desde que sus padres se divorciaron, su madre se volvió mentalmente inestable. Hace cinco años, empezó a recibir tratamiento con la ayuda de Sergio y estaba en vías de recuperación.
Sin embargo, el incidente de hace tres años en el que Blanca fue secuestrada y violada había sido un completo golpe azotador para su madre. Su mundo se desmoronó y se produjeron casos de agresión. A causa de ello, se vio obligada a ingresar en el hospital psiquiátrico y desde
entonces no había vuelto a salir.
Con un sentimiento de culpa, Blanca entró en la sala.
Beatriz estaba sentada junto a la ventana, aturdida. Sus ojos estaban hundidos. Blanca tomó un peine, se acercó y empezó a peinar el cabello de su madre. Beatriz se dio la vuelta y miró a su hija. Luego, preguntó:
-¿Cuándo vendrá mi hija a verme?
Los ojos de Blanca estaban abatidos. Tras terminar de atar el cabello de Beatriz, se sentó frente a ella y le dijo con suavidad:
-Mamá, soy Blanca.
Al escuchar eso, Beatriz se detuvo un momento. Después, miró a Blanca de arriba abajo y luego miró detrás de su hija. Su rostro reflejó una expresión de pánico y preguntó:
-¿Dónde está Sergio? ¿Por qué no vino contigo? ¿Hay algún problema entre ustedes?
Blanca forzó una sonrisa y la tristeza nubló sus ojos.
Cuando Beatriz se derrumbó hace tres años, amenazó a su hija con su muerte para que se casara con Sergio. En ese entonces, Blanca no pudo recomponerse y acabó casándose con ese hombre.
Si su madre hubiera estado sana y no hubiera sido torturada por sus incidentes de entonces, ¿la habría obligado a casarse con Sergio?
-Estamos bien. Me trata muy bien. Ah, mamá, me van a ascender a Subdirectora -dijo Blanca con una sonrisa.
-¿Entonces por qué no está aquí para verme? Dile que venga mañana. Sin excusas -insistió Beatriz con una mirada escéptica.
—Tiene que trabajar mañana —explicó Blanca.
Beatriz abofeteó el rostro de su hija y le gritó:
-¡Ven con él la próxima vez! Si no, no tienes que venir nunca más. Tomaré eso como si nunca hubiera tenido una hija.
Las mejillas de Blanca ardían de dolor al mirar los ojos inyectados en sangre de su madre. Si su madre no tuviera este comportamiento violento, nunca le pegaría, ¿cierto?
-De acuerdo, mamá. Lo entiendo. -Blanca miró hacia el suelo, tratando de ocultar el par de ojos llorosos bajo sus largas pestañas.
-¡Fuera! Sal ahora mismo o te mataré. -Las pupilas de Beatriz se dilataron de ira.
-¿Y quién te dio permiso para hacer eso? -La voz de Sergio se volvió fría.
—Ja. —Blanca dejó escapar una risa socarrona—. Yo misma.
Y colgó. Blanca frunció el ceño y la irritación brilló en sus ojos, pero como necesitaba un favor de él, debía soportarlo. Solo entonces se abrió la puerta eléctrica.
Sergio entró y la miró con un brillo en los ojos y una sonrisa socarrona apareció en su rostro.
-¿Has venido a disculparte? ¿No quieres el divorcio?
Blanca no creía que tuviera nada de lo que disculparse.
-Sergio, si quieres el divorcio, no me opondré, pero tengo una condición. -Blanca no quería insistir más.
Solo necesitaba que la acompañara a visitar a Beatriz una vez al mes. Al dejarlo libre, también se liberaba a sí misma.
Un destello agudo apareció en los ojos de Sergio. Fijó su ardiente mirada en ella y dijo:
-¿Sabes a qué clase de mujer detesto más? -Blanca lo miró sin comprender. Sabía que no tendría nada bueno que decir. El hombre gesticulaba mientras hablaba. Sin ocultar su disgusto hacia ella, dijo-: la que se viste con un delantal, lleva zapatillas y no se molesta en cuidar su aspecto. ¿De verdad crees que eres lo suficientemente buena para mí? ¿De dónde sacaste la confianza para negociar conmigo?
Blanca miró a Sergio con indiferencia y dijo:
-Si le digo a todo el mundo que tienes un hijo ¡legítimo, supongo que tu carrera se verá afectada.
-Ese niño no es mío. ¿Crees que habría permitido que eso sucediera? Estás pensando demasiado -dijo Sergio con altanería.
-Si juegas con fuego, al final te quemarás. Una vez que nos hayamos divorciado, podrás hacer lo que quieras. Solo necesito que visites a mi madre conmigo una vez al mes. -Blanca intentó negociar.
Sergio soltó un bufido.
-¡¿Una vez al mes?! ¿Cómo se te ocurrió semejante cosa? Incluso ahora estás recurriendo a tales medidas. Lástima, eso no va a funcionar conmigo.
—Ya te expuse mi condición. Piénsalo y hazme saber tu decisión. -Blanca no quería seguir discutiendo con él, así que tomó su bolso del sofá y se dirigió hacia la puerta.
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