La seducción del director general romance Capítulo 5

En un lujoso fraccionamiento a las faldas de una montaña del Distrito Abundancia. En la habitación poco iluminada y llena de una fragancia de manzana. En la cama rosa con sábanas arrugadas Sergio estaba sentado con los ojos entreabiertos. Como sus gruesas y negras pestañas le cubrían los ojos, no vio a Pamela Cervantes, que había aparecido de repente ante él.

Abrió sus labios sonrosados con sensualidad. Era como un ángel hecho por un escultor, con una apariencia física exquisita, un carácter encantador y una sonrisa siempre seductora en el rostro. La mujer que estaba hincada ante él complacía sus partes más sensibles con su lengua mientras lo invitaba con una voz encantadora.

-Lo quiero.

Suplicó la mujer. Él bajó la cabeza y dejó escapar una sonrisa traviesa mientras le levantaba la barbilla.

-¿Lo quieres? Mhmm. Hoy estoy un poco cansado, quizás otro día.

Dijo Sergio con frialdad mientras se levantaba y entraba en el baño. Esta noche le pareció poco interesante. Salió del fraccionamiento poco después. Una vez que llegó al exterior, llamó a Blanca. El móvil sonó una, dos, tres veces... Y Blanca no contestó.

Curvó sus labios de manera siniestra mientras murmuraba:

«Estás jugando tus jueguitos conmigo, ¿verdad? Muy bien.

Entonces marcó el número telefónico de su apartamento en el centro de la ciudad. De nuevo, el teléfono sonó una, dos, tres veces... Su paciencia se estaba agotando poco a poco.

-¿Hola? -La sirvienta de la casa contestó al teléfono con sueño.

-¿Dónde está la Señora? -Sergio preguntó con frialdad.

-¡Ah, es usted, Señor! La Señora no ha regresado todavía.

-Hoy no está de guardia, ¿verdad? -La expresión de

Sergio se volvió más fría.

—No, no está de guardia.

Sergio colgó en cuanto la sirvienta dijo eso. «Blanca, ¡¿además ahora vas a pasar la noche fuera?!». Condujo más rápido hacia el hospital. Blanca volvió al hospital y sacó su móvil del cajón.

Había una llamada perdida de Sergio a las 2:31 de la madrugada. Dejó escapar una sonrisa triste y no volvió a guardar el aparato en el cajón. Sacó unas vendas adhesivas y antiséptico del cajón y se dirigió al espejo antes de inclinar el cuello. Había una cicatriz en el lugar donde la aguja la había pinchado.

No se notaba a menos que alguien la mirara de cerca. De todos modos, para estar segura, se puso una vendita en la herida. Se sentó de nuevo en la silla y aplicó el antiséptico en las heridas del brazo con un poco de algodón. Después de curarse, descansó en la cama.

¡Clac!

La puerta se abrió de un empujón. Blanca se sentó de inmediato. Al verla, una encantadora sonrisa se dibujó en el tenso rostro de Sergio. Metió las manos en los bolsillos y caminó despacio hacia ella:

-Hoy no estás de guardia, ¿por qué no te has ido a dormir a casa?

Blanca miró la marca en su cuello, «¡acaba de terminar sus asuntos!».

-¿Por qué estás aquí? -preguntó ella ignorando la pregunta de él y se puso los zapatos mientras se levantaba.

-Solo pasaba por aquí -dijo Sergio con indiferencia. Entonces se fijó en el vendaje de su cuello. Dejó escapar una sonrisa sarcástica-: Blanca, ¿cuándo aprendiste a ganarte la simpatía de los demás haciéndote daño?

Sus párpados se movieron mientras la humedad comenzaba a formarse alrededor de sus ojos. Se limitó a mirarlo en silencio, sin llorar ni discutir. La sangre goteaba de su corazón.

—¿Sabes por qué me casé contigo de todos modos a pesar de saber lo mucho que me odias? —preguntó

Blanca. Sergio se detuvo un momento y levantó las cejas mientras la miraba a los ojos. Ella dejó escapar una sonrisa. Su sonrisa era tan hermosa como una flor. Sergio se encontró un poco perdido dentro de su sonrisa.

«Porque quería verte sufrir. No tenía ninguna prueba de que tú y tu amante me secuestraron, así que solo podía esperar hasta hacerte caer conmigo —dijo Blanca con decisión. Sergio le apartó el rostro.

-Tendrás noticias de mi abogado. Me voy a divorciar. Ni sueñes con hundirme contigo, dijo Sergio de forma irracional.

Se dio la vuelta y empezó a limpiarse la mano con una toalla de papel que tomó de su escritorio, era como si hubiera tocado algo sucio. Arrugó la toalla de papel, la arrojó al cubo de la basura y se marchó cerrando la puerta tras de sí.

Cuando Blanca se sentó en la cama y miró la puerta bien cerrada, sus ojos empezaron a llorar. Volvió a tumbarse en la cama y cerró los ojos, pero el dolor de su corazón empezó a extenderse de nuevo. Una vez lo amó con toda su alma. ¿Pero qué significaba su amor para él?

Él fue quien le propuso casarse, la engañó y se divorció. Se sentía como un payaso, ridiculizado para la diversión de los demás. El dolor en el pecho la asfixiaba. Se encogió y se abrazó con fuerza, como si así pudiera calentarse y no morir de frío. No pudo dormirse hasta el amanecer.

En la base.

Gael estaba revisando los documentos que el Teniente Saldaña le había dado y frunció el ceño mientras la culpa llenaba sus ojos. No sabía que su vida había sido tan miserable después de casarse. Ella y su marido vivían separados; tenía una mala relación con sus suegros y su madre vivía en un asilo. Según sus averiguaciones, su esposo tenía dieciséis amantes. Prácticamente tenía una nueva mujer cada dos meses y medio. Gael cerró la carpeta que tenía en la mano y ordenó al Teniente Saldaña:

-Visita a la jefa del hospital y asegúrate de que la asciendan a Subdirectora.

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