La seducción del director general romance Capítulo 7

-Bebe un poco más. -Lidia convenció a Blanca de beber más para asegurarse de que la droga hiciera efecto. La cabeza de Blanca latía con fuerza. Como pensó que el agua la pondría sobria, bebió unos cuantos tragos más. Se sentía tan inflamada y se le revolvió el estómago. Sin poder aguantar más, como pudo corrió al baño y vomitó. Su cabeza se sintió peor después de eso.

Mientras Lidia se aferraba a Blanca, le preocupaba que vomitara todo el contenido de su estómago, incluida la píldora. Si sucediera eso, sus esfuerzos serían en vano. Puso de nuevo el vaso en los labios de Blanca.

»Te sentirás mejor después de beber más agua. —Blanca no dudó y bebió el agua restante. Poco después, Blanca pudo sentir que el calor subía por su columna vertebral y empezaba a extenderse por el resto de su cuerpo. Su vista empezó a nublarse y se sintió mareada. Solo podía apoyarse en Lidia. Ella la ayudó mientras se dirigían a la habitación privada Diamante, donde llamó a la puerta.

Gael abrió la puerta. Las miró fijamente con sus profundos

ojos y dijo muy seco:

-¿A quién buscan? -Lidia se quedó asombrada por su aura.

Tenía un aspecto aún mejor de cerca que la dejaba sin aliento. Decidió ir por todo con tal de encontrar la felicidad de su buena amiga.

—Tu novia está borracha. Por favor, llévala a casa. —Lidia empujó a Blanca hacia él.

Manteniéndose alerta, Gael la esquivó. Volvió los ojos hacia Blanca con brusquedad y se atemorizó. Al ver que casi se caía al suelo, extendió con agilidad la mano para atraerla hacia él. Como Blanca aún se sentía mareada, se apoyó en su hombro. De inmediato, un fuerte aliento a alcohol llegó a su nariz y con titubeos, miró hacia la puerta. La mujer de antes ya no estaba.

—¿Es tu novia? —Samuel miró a Blanca con sorpresa y sonrió—. Es bonita. Parece que a mi hermana se le va a romper el corazón.

Blanca tenía los ojos medio cerrados. Sintiéndose asfixiada por el calor, jalaba el vestido del cuello y apenas pudo murmurar:

-No me siento bien.

Cuando Gael miró hacia abajo, casi pudo ver sus pechos. Iba a quedar expuesta por completo si seguía con eso. La levantó de espaldas frente a Samuel.

—Voy a enviarla a casa -dijo con demasiada seriedad.

-Pero aún no hemos llegado al punto importante de nuestra discusión. -Samuel se levantó.

—Tu discurso armado fue muy excesivo. Fue una pérdida de tiempo. Hablaremos del resto por teléfono. -Se fue, llevando en brazos a Blanca.

Blanca miró a Gael aturdida. Todo lo que veía eran figuras borrosas y era incapaz de saber a quién miraba. Incluso empezó a alucinar. El malestar que tenía iba en aumento. Sentía demasiado calor y estaba algo húmeda por el sudor. Era vergonzoso.

Después de que Gael entrara en el ascensor exclusivo para VIPs, ella sostuvo el rostro del militar con las manos. Gael se congeló y miró inmóvil hacia el frente.

—¿Me quieres esta noche? —Le preguntó Blanca en voz baja.

Un ceño fruncido apareció en el rostro inexpresivo del hombre. Sus profundos ojos se fijaron en ella.

Los recuerdos de hace tres años lo invadieron. Podía recordar con claridad cómo se sentía estar dentro de ella. Bajo los efectos de la droga, no era capaz de actuar con coherencia ni de controlarse. Por lo tanto, no podía detenerse, aunque ella se lo pidiera. Su deseo era insaciable.

-Estás ebria. -Gael dijo con frialdad y apartó la mirada.

Blanca no se rendía. Se preguntó si en realidad era tan poco atractiva como para que él no quisiera tocarla. Volteó el rostro de Gael hacia ella y lo besó. El tiempo se detuvo en una colisión de sentidos cuando sus labios se encontraron. Gael se quedó congelado. No respondió, ni dio un paso atrás.

La lengua de ella exploró en lo más profundo de su boca con delicadeza y deseo y dejó escapar un gemido entre sus respiraciones.

Gael sintió que su estómago se tensaba. El hecho de que ella estuviera ebria y diera el primer paso había aumentado el atractivo. Era más madura y hermosa que hace tres años.

Él era la razón por la que había pasado de ser una niña a ser no solo una mujer, sino una mujer aún más fascinante.

¡Ding!

El ascensor se abrió. Gael se dio la vuelta y se dirigió a toda prisa hacia el auto.

Blanca le robó una mirada. No le resultaba familiar. Estaba asustada y, a la vez, llena de curiosidad.

Sergio y ella estaban casados. ¿No habrían hecho ya todo lo que haría una pareja casada? Sus ojos brillantes ya estaban enrojecidos por su ardiente deseo, así que asintió con timidez. Los ojos oscuros de él brillaron al escucharla. Con su rostro cincelado, preguntó con su habitual voz grave:

—¿No te arrepientes?

-No me arrepiento. -Blanca estaba segura.

El Teniente Saldaba se enrojeció de vergüenza al escuchar la conversación. Preguntó con duda:

-Jefe, ¿debo estacionar el auto al lado de la carretera o ir

a un hotel?

-A la base militar -ordenó Gael.

Se inclinó hacia delante y la besó en la boca. La sangre corrió por su cuerpo mientras la reclamaba con urgencia con sus labios, como si no pudiera esperar a devorarla. Sus manos se deslizaron por su cuerpo y rodearon su pecho. Luego, centímetro a centímetro; se arrastraron hacia el costado.

Blanca dejó escapar un suave gemido. Aparte del misterioso hombre de hace tres años, nadie más la había tocado allí.

Era un lugar muy sensible y su cuerpo temblaba al ritmo de sus dedos. Le sorprendió su reacción.

«¿No me digas que nunca lo había hecho con Sergio? Pero eso es imposible. Llevan tres años casados».

Se sintió incómodo ante ese pensamiento. Apartó esa idea de su mente y la abrazó más fuerte, luego profundizó su beso. La humedad de sus alientos se mezclaba en el espacio tibio y cerrado. Cada respiración era más urgente, caótica e íntima. La temperatura del auto seguía en aumento...

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