La seducción del director general romance Capítulo 8

En cuanto llegaron a la base militar la llevó al dormitorio y la colocó en la cama. Sus cuerpos siguieron fundiéndose el uno con el otro. En un instante, su vestido cayó al suelo y dejó al descubierto el sujetador negro que llevaba. Él lo desabrochó con un rápido movimiento y se lo quitó.

Su cuerpo era como lo recordaba, exacto al de hace tres años. Cada centímetro de su ser estaba excitado. Acercó su boca y mordisqueó... Chupó... Y disfrutó cada momento.

Los gemidos de ella fueron la chispa que despertó sus más profundos deseos. Los pantalones le estorbaban cada vez más y luchaba por resistirse. Sus labios recorrieron la longitud de su pecho, hasta su estómago... Y más allá. No quería repetir su error de hace tres años, en el que solo le provocó dolor.

La piel de Blanca se estremeció ante su contacto, despertó una sensación que nunca antes había experimentado y la asustó. Era como si un chorro de líquido caliente brotara en algún lugar de su interior;

estaba punto de estallar.

—Sergio, más suave —dijo Blanca mientras se estremecía.

Gael se congeló y detuvo sus acciones. Con el ceño fruncido, miró su rostro enrojecido con sus indescifrables ojos oscuros. Los ojos de ella estaban cerrados y sus pestañas revoloteaban.

Se dio cuenta de un grave problema. Ella no sabía quién era él. Los ojos de Gael se entrecerraron y sus cejas se fruncieron. Con inquietud, se levantó. Una parte de su cuerpo ya se erguía con firmeza.

Gael se dirigió con grandes zancadas hacia el baño y abrió la ducha. Mientras el agua fría corría por su cabeza, su expresión se ensombreció. Permaneció bajo el chorro hasta que la tensión que sentía disminuyó. Cuando salió, Blanca ya se había quedado dormida y su ropa seguía esparcida por el suelo.

Sus largas y delgadas piernas estaban un poco dobladas. Podía ver sus abdominales. Sexy y encantadora, pero fría. Le puso la ropa y le recargó la cabeza con suavidad en la almohada. Tras cubrir a Blanca con una manta, Gael se sentó junto a la cama con la mirada fija en ella. La habitación estaba en silencio, como si la apasionada escena de antes fuera solo un sueño. Fue él quien arruinó su primera vez hace tres años.

«¿Soy yo la razón de que la relación con su marido esté tan distante?».

Gael experimentó de repente un sentimiento de culpa hacia Blanca.

Justo en el momento en que se levantó y salió de la habitación, el Teniente Saldaña le entregó una píldora anticonceptiva y le dijo:

—Jefe, si se toma esto antes de 72 horas, no quedará embarazada.

Gael frunció las cejas.

—Ella no necesita esto.

-¿Está en su período del mes? -preguntó sorprendido el

Teniente Saldaña.

Gael le lanzó una mirada fría. La frialdad era como una daga que le atravesaba. El Teniente Saldaña no se atrevió a mirarlo y bajó la cabeza.

Cuando miró la píldora en las manos del Teniente Saldaña, Gael tenía una mirada indescifrable y dijo:

-No la he tocado.

-¿Qué? -El Teniente Saldaña se quedó boquiabierto por un momento.

«Así que el jefe aún no se ha saciado. Qué desafortunado...».

No tenía ni ¡dea de cómo el jefe se las arreglaba para ser tan bueno en la práctica de la abstinencia.

-Haz que una sirvienta se ocupe de ella y tú, olvídate de esta noche -ordenó Gael.

—Anotado —respondió el Teniente Saldaña.

-Además, consíguele algunos cosméticos. Los más caros

-añadió Gael.

-De acuerdo. -El Teniente Saldaña miró a su jefe con desconfianza.

«¿En qué pensará el jefe? No solo no aceptó lo que ella le ofreció por su voluntad, sino que mandó comprar cosas para esta mujer».

No podía entender en absoluto. Cuando Blanca se despertó a la mañana siguiente, su cabeza palpitaba por la fuerte resaca. Se sentó y miró a su alrededor. La alfombra era de color verde militar. Había dos libros colocados en orden en la mesita de noche. Uno de ellos estaba cerrado y tenía un separador entre las páginas, mientras que el otro era un libro en ruso lleno de notas.

Colocó el conjunto de cosméticos femeninos que tenía en la repisa.

-Usa estos también. No uso productos de mujer. -Gael salió del baño después de decir eso. La marca de los cosméticos llamó la atención de Blanca. Todos eran productos de Guerlain. Un frasco de crema hidratante de 30 mi costaba más de 500. En definitiva, no era algo que pudiera permitirse. Salió del baño con la bolsa de cosméticos y encontró al hombre sentado en el sofá, recto y elegante.

Estaba absorto por completo en la lectura del libro en ruso. En la mesa de centro, frente al sofá, estaban unas papas, una rosquilla, leche y sopa. Blanca se acercó a él, pero el hombre ni siquiera levantó la cabeza, como si no estuviera allí.

-Em... No puedo aceptar esto. -Blanca dejó caer la bolsa de cosméticos junto al sofá.

Seguía concentrado en el libro. Parecía que solo quería ignorarla. Blanca se sintió muy incómoda y estuvo a punto de marcharse. Justo al dar un paso hacia la puerta, la profunda voz de Gael la alcanzó: —Termina la comida de la mesa antes de irte.

Al escuchar eso, miró hacia Gael, pero él seguía sin mirarla. Si no fuera porque eran las únicas dos personas en la habitación, ella habría pensado que él estaba en charla con otra persona. Blanca se sentó a la mesa.

»EI plato de sopa te ayudará con la resaca. Bébela primero —dijo de nuevo Gael.

Blanca lo miró indecisa. Era evidente que no la miraba a ella. Pero, ¿por qué sentía que él lo sabía todo? Su cabeza seguía con palpitaciones, así que se terminó el plato de sopa con rapidez.

Blanca seguía con grandes dudas. Gael se comportaba de forma tan extraña con ella. ¿Podría ser que ella hubiera dicho algo mientras estaba borracha ayer?

-¿Dije algo inapropiado mientras estaba borracha ayer? -

Blanca estaba preocupada.

Pasó una página con gracia y contestó con despreocupación:

-¿Crees haber dicho algo inapropiado?

—¿En realidad dije algo? —Un rubor de vergüenza corrió por las mejillas de Blanca. Forzó una sonrisa incómoda en su rostro y dijo-: Me ha contado un amigo que me pongo a decir tonterías cuando estoy ebria. Por favor, no tome en serio nada de lo que he dicho.

Gael por fin levantó la cabeza y le lanzó una fría mirada con sus incomprensibles ojos oscuros. Su nerviosismo y vergüenza se mostraban sin duda en el rostro. Eso puso a Blanca al límite.

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