Los ojos de Maya Torreblanca se abrieron de par en par y se quedó boquiabierta, así como sin palabras.
Ella llevaba trabajando ahí mucho tiempo, pero nunca había presenciado que alguien tan generoso como el señor Cruz apostara doscientos millones de un sentón.
Tomás le susurró en voz baja.
—Señor, está bien si quiere que su apuesta sea más pequeña. Las cosas irán mal si perdemos una apuesta tan grande.
Después de todo, Tomás Dávila pertenecía al bajo mundo y comprendía como eran las apuestas en las peleas de boxeo en ese lugar.
En cuanto los peleadores entraran en la arena, el ganador sería quien el organizador indicara.
Si Nataniel le apostaba doscientos millones al Buda de los Ocho Rostros, el organizador en definitiva le ordenaría que perdiera la pelea.
Sin embargo, Nataniel seguía inmutable y remarcó.
—Está bien. Siempre y cuando yo diga que él gane, él tendrá que hacerlo.
De inmediato, Tomás entendió.
«¡Los ganadores y perdedores serán determinados por el General!».
Doscientos millones estaba por encima del límite de la tarjeta de crédito de Tomás. Por lo que Nataniel sacó una tarjeta centurión para que Maya pudiera realizar su apuesta.
Por tercera vez esa noche, Maya estaba estupefacta. La tarjeta Centurión era una que solo podía ser obtenida si recibías una invitación y podía ser usada en todo el mundo. Solo había un grupo limitado de personas que podían usarla y no había límite de crédito para esta tarjeta.
En definitiva, quienes poseyeran esa tarjeta eran individuos extraordinarios.
¡Alguien había apostado doscientos millones!
Las noticias le llegaron rápido a Enrique López, quien era el jefe de la arena.
—¿Qué? ¿Alguien del cuarto de al lado apostó doscientos millones a que Buda de los Ocho rostros ganaría la pelea?
—Sí, señor —respondió el hombre de forma respetuosa
Los Sosa y José Miranda se quedaron sin palabras también.
Habían conocido a mucha gente que apostaban en este tipo de peleas, pero era la primera vez que se encontraban con alguien con bolsillos tan profundos.
Entonces procedió a los bastidores para informarle al Buda de los Ocho rostros el momento en el que tendría que rendirse.
En el otro cuarto Nataniel sacó su teléfono y le envió un mensaje de texto con tranquilidad a César Díaz diciéndole que quería que el Buda de los Ocho rostros ganara la pelea.
El Buda ya había hecho un acuerdo con Enrique y estaba a punto de entrar al octágono para la pelea.
No obstante, justo antes de entrar, su teléfono sonó de pronto, ¡su mentor lo estaba llamando!
Le respondió con rapidez y escuchó lo que tenía que decirle. Aunque estaba muy sorprendido asintió y replicó.
—Sí señor, sé lo que debo hacer.
Con rapidez los dos combatientes se enfrentaron en la arena. La audiencia estaba exaltada y gritaban a todo pulmón.
Mientras tanto, Enrique le marcaba al número de Nataniel y se burló cuando contestó.
—Joven hombre, como se atreven tú y Tomás Dávila a entrar a mi territorio y causar problemas. En definitiva, ganaré la apuesta de doscientos millones que acabas de hacer. ¡Solo espera! ¡Ja, ja, ja, ja!
—Esta noche, perderás todo lo que tienes, confía en mí —replicó Nataniel sin miedo alguno.
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