La venganza de un grande romance Capítulo 66

Una cicatriz parecida a un miriápodo era visible en la cabeza calva de Serpiente de Cascabel, lo que lo hacía verse muy fiero y rudo.

Con una voz baja preguntó.

—Jefe, ¿qué quiere que haga?

Enrique apuntó a Tomás, quien estaba en medio del caos y le dijo.

—Destrúyelo.

—Sí jefe.

De inmediato, Serpiente de Cascabel se sumergió en la multitud, empujando a sus hermanos y acercándose a Tomás con una mirada asesina en su rostro. El cual al notar que este extrañamente fuerte hombre se acercaba a él, reaccionó con rapidez y le envió una patada voladora a su pecho.

¡Zas! El pie de Tomás aterrizó en el pecho de Serpiente de Cascabel.

Por lo general la fuerza de esta patada era suficiente para romper un grueso árbol. No obstante, no tuvo efecto alguno en Serpiente de Cascabel quien parecía como si estuviera enraizado al piso.

Los ojos de Tomás se abrieron de par en par debido a la sorpresa y antes de que pudiera reaccionar, Serpiente de Cascabel lo sujetó de uno de sus tobillos y lo arrojó al piso como si de un saco de patatas se tratase.

¡Pum! Tomás colapsó en el suelo y tiró a dos hombres con el impacto. A pesar de ser un hombre grande y fuerte, sus movimientos eran veloces en extremo. En cuanto arrojó a Tomás comenzó a correr con largas zancadas. Usando el momento que había ganado, saltó en el aire y aplastó a Tomás con su cuerpo pesado como piedra. Pesaba más de ciento cincuenta kilos y ese era peso suficiente como para aplastar a cualquiera.

Cuando Javier y los demás vieron esto, gritaron.

—¡Tomás, cuidado!

Todas las miradas estaban dirigidas a la figura junto a Tomás.

El hombre vestido con pantalones negros y una camisa blanca. Estaba de pie, era alto y larguirucho. Una expresión furiosa estaba escrita en su rostro. ¡Era nada más y nada menos que Nataniel Cruz!

¡Todo mundo estaba impactado! Incluso Maya Torreblanca lo miraba con la mayor incredulidad posible. Este hombre que lucía tan gentil, quien había gastado dinero solo para poder obligarla a hacer flexiones… ¡Tenía una aterradora habilidad para pelear!

Enrique y los demás estaban con la boca y los ojos abiertos de par en par. No podían creer lo que acababan de presenciar. La patada de Nataniel casi había matado al mejor peleador del Centro de Boxeo Hierro. El mismo boxeador al que Enrique había entrenado en persona.

Los hombres de Enrique lo miraron pasmados y retrocedieron unos cuantos pasos por instinto. Al notar esto, Enrique gritó a todo pulmón:

—¿De qué tienen miedo? ¡Solo es un hombre! ¡Somos más que él! ¡Todos, destrúyanlo!

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