Estela seguía jugando con su muñeca en la alfombra y no podía evitar mirar a Roxana de vez en cuando. A pesar de la distancia, se las arregló para escuchar la conversación con claridad.
Al oír que Roxana le preguntaba a su padre por qué había expulsado a aquellos dos agradables niños, Estela frunció el ceño, confundida. Esperaba escuchar que su padre le explicara que ya había dejado de lado tal idea, pero el hombre no habló durante un buen tiempo. Debido a eso, la niña hizo una mueca de enfado. «¡Papi es un mentiroso y un mal hombre! ¡Me prometió que no haría que expulsen a Andrés y a Bautista, pero lo hizo de todos modos! ¡No volveré a confiar en él!». Al pensar en eso, Estela tiró su juguete al suelo con rabia y corrió escaleras arriba sin mirar atrás.
Luciano escuchó a su hija subir corriendo y sintió un dolor de cabeza de solo verla. Era fácil deducir que la niña había escuchado su conversación y lo había malinterpretado una vez más, lo que provocó otra de sus pequeñas rabietas. Si él no se explicaba, era probable que se enfadara aún más.
—Hace unos días, hablé con el director del jardín de infantes, pero, después de que Estela hiciera todo un berrinche, le pedí que no los expulsara —explicó Luciano con voz grave mientras se masajeaba la sien—. La verdad es que desconozco de lo que está hablando. Si quiere, puedo ir a preguntarle por usted.
—¿Por qué debería creerle? —preguntó con calma Roxana y pensó que el hombre mentía—. La decisión ya está tomada y el director del jardín de infantes obedece sus órdenes. Como es de esperar, él va a apoyarlo sin importar lo que le diga. Luciano, ¿en verdad piensa que soy tonta?
No estaba del todo equivocada.
Luciano sintió que el dolor de cabeza comenzaba a presionarle el cráneo y quiso seguir explicándose, pero la mujer que tenía delante ya se había incorporado.
Al pensar en lo que podría sucederles en un futuro, Roxana se sintió abrumada por la culpa hacia sus pequeños. Comenzaron a enrojecérsele los ojos una vez más y un sinfín de lágrimas le cayeron por las mejillas como si fueran perlas de un collar roto.
Por fin le había quedado claro que Luciano nunca aceptaría a Andrés y a Bautista como sus hijos. Desde ese momento, los niños solo contaban con ella, por lo que tenía que ser fuerte por ellos. Por fortuna, lo único que debía hacer era no ir al jardín de infantes, lo cual era una buena oportunidad para trazar límites claros con Luciano.
A partir de ese día, se aseguraría de que no tuvieran nada que ver el uno con el otro.
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