Al escuchar el tono de voz de Luciano, Abril se puso muy tensa y se esfumaron con rapidez las esperanzas que tenía. En circunstancias normales, se arreglaría antes de encontrarse con Luciano, pero como él le había pedido que llegara en treinta minutos, solo tuvo tiempo de tomar su bolso y salir corriendo. Su casa estaba bastante lejos del restaurante, por lo que el taxista tuvo que ir a toda prisa para llegar a tiempo.
Cuando entró al lugar, Luciano ya la estaba esperando. Estaba sentado junto a la ventana y levantó la cabeza cuando escuchó que se abría la puerta; tenía una mirada muy sombría.
—¿Qué ocurre, Luciano? —preguntó Abril mientras se sentaba frente a él; era evidente que se sentía culpable.
Luciano tenía un aura aterradora mientras la miraba en silencio. Abril apretó los puños por los nervios, pero continuó sonriendo.
—¿Dejaste a Ela hoy por la mañana? —dijo el hombre.
—Sí. La señora Fariña me pidió que la ayudara, así que lo hice.
Al escucharla, Luciano suspiró molesto.
—¿Mi madre también te pidió que te reunieras con el director del jardín de infantes y que expulsaras a dos niños en nombre de Grupo Fariña?
Abril palideció al instante, ya que no esperaba que la descubriera tan pronto. Después de pensar durante unos segundos, se le ocurrió una excusa.
—Vi a esos dos niños intimidando a Ela cuando la llevé allí; me enfadé y enfrenté al director del jardín de infantes. —Miró nerviosa a Luciano y continuó—: ¡No podía soportar ver cómo molestaban a Ela, Luciano! Estoy segura de que me entiendes, ¿verdad?
—Así es —respondió luego de levantar una ceja—. Pero me gustaría saber dónde ocurrió esa situación.
Al levantar la cabeza y ver cómo el hombre la observaba, Abril sintió un escalofrío en la espalda; sabía que el hombre no estaba mintiendo. Antes de ponerse de pie, volvió a mirarla de manera apática.
—¡Luciano! —exclamó.
Se volteó y le habló inexpresivo:
—¿Inventarás otra excusa? Será mejor que me des una explicación convincente.
Los labios de Abril temblaban y bajó la cabeza en silencio. «No importa lo que diga; en cuanto vea las cámaras de seguridad, sabrá que mentí». Cuando levantó la mirada de nuevo, él ya no estaba. El terror que sentía la mujer se transformó en ira y odio. «¡M*ldición! ¿Cómo es que todo resultó así? Luciano se enteró de lo que he hecho y todo por culpa de esa pequeña z*rra. ¡Es una molestia! ¡Debería haberla matado esta mañana!».
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