Roxana supuso lo que él estaba planeando y no pudo evitar anticipar lo que Estela diría. Aunque se sintió frustrada cuando vio que la niña sacaba un lápiz y un papel de su bolso, no lo demostró en su mirada.
—No se preocupe. Ella acaba de empezar a mejorar y todavía necesita tiempo para estabilizarse. Probablemente solo hable cuando está emocionada por algo, así que tengamos paciencia.
Luciano asintió en silencio y estuvo de acuerdo. El hecho de que la niña dijera algo ya era un buen avance; por lo tanto, no debía exigirle demasiado, sino dejarla mejorar de forma natural.
Estela escribió durante un rato y se tomó un tiempo para pensar; luego, al final respondió a todas sus preguntas. Luciano y Bautista la escucharon con atención y le dieron respuestas alentadoras.
La actuación de la beluga había terminado, pero los tres niños seguían mostrándose reacios a marcharse. Roxana vio que aún tenían tiempo y los dejó jugar en el parque marino. El hombre no estaba seguro de por qué había ido allí ese día; así que los siguió y acompañó a Roxana y a los niños en su recorrido. Durante ese tiempo, los tres tiraban de Roxana mientras corrían para jugar con ella; parecían haberse olvidado de Luciano. Este miró lo felices que eran y tuvo una inexplicable sensación de que se habían olvidado de él. Ya era bastante penoso que Roxana, Andrés y Bautista lo ignoraran, incluso Estela lo hacía.
Mientras tanto, Camilo había recibido instrucciones de no molestarlos; por lo tanto, siguió a Luciano en silencio desde la distancia. Había sido testigo de cómo su familia lo dejaba de lado unas cuantas veces. Sin embargo, él los seguía en silencio; por lo tanto, el asistente no podía dejar de compadecerse. «El señor Fariña nunca había sufrido semejante humillación. Todo el mundo en Horneros conoce Grupo Fariña. ¿Quién se atrevería a ignorarlo? Tal vez solo estas cuatro personas que tiene adelante».
Luciano podía intuir que Andrés y Bautista lo excluían; a fin de cuentas, todavía estaban disgustados por la conversación que tuvieron durante aquella cena. El hombre no esperaba que aún guardaran rencor por ese asunto. Después de averiguar el motivo, no dijo nada, sino que los siguió en silencio.
Roxana estaba desconcertada; Estela llevaba casi una semana en su casa, no creía que a la niña le faltara algo. Pronto se acercaron Luciano y Camilo, con una caja grande cada uno.
—¿Qué es esto? —Ella frunció ligeramente el ceño.
Una de las cajas contenía unas figuritas de robot de edición limitada, mientras que la otra tenía autos pequeños y modelos de robot de alta tecnología; todo parecía costoso. Roxana conocía todo aquello porque a sus hijos les gustaban esos juguetes; por lo tanto, reconoció al instante lo que Luciano había llevado y comenzó a sospechar. «Nada de esto parece algo que le interesaría a Estela; en cambio, son juguetes que les gustan a Andrés y Bautista».
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