Abril salió del probador después de un rato.
—Nada mal. Este es el indicado —dijo Sonia satisfecha al ver su atuendo.
Tras esbozar una sonrisa, la joven se dio vuelta para mirar a Luciano.
—¡Llegaste!
Él se limitó a asentir impasible; ella fingió que no le importaba su actitud distante y dijo sonriendo:
—La señora Fariña me invitó a venir a que me confeccionaran el vestido. ¿Qué te parece? ¿Acaso no es bonito? —Tras decir eso, dio una vuelta para mostrárselo.
A Luciano no le gustó que su propia madre le tendiera una trampa, así que cuando oyó eso, respondió con un breve movimiento de cabeza y contestó:
—Sí.
Abril se sintió avergonzada al ver la actitud tan indiferente del hombre; sin embargo, mantuvo una sonrisa. Sonia, por su parte, al final se levantó y dijo:
—Ya que ella también va a la residencia Quevedo, debería venir con nosotros.
La joven sonrió.
—¡Gracias, señora Fariña!
Tras darle las gracias, miró a Luciano con timidez; él frunció el ceño y pronunció:
Roxana sonrió y le dio las gracias de forma amable. El padre del joven, Zacarías Quevedo, también le dio las gracias.
—Durante todos estos años, hemos buscado innumerables médicos para tratar la enfermedad de mi padre. A diferencia de ti, ninguno pudo curarlo, gracias. A partir de ahora, no dudes en pedir ayuda a la familia Quevedo siempre que nos necesites.
Al oír eso, Roxana quiso negar el gesto cortésmente, pero Alfredo intervino:
—¡Por supuesto! La doctora Jerez deberá seguir controlando mi salud en el futuro.
Ella guardó silencio y sonrió con los labios fruncidos. Frida no se alegró cuando escuchó cómo sus padres la halagaban. Luego, escudriñó los alrededores mientras buscaba a Luciano y a Abril y, cuando se dio cuenta de que ninguno de los dos estaba allí, miró expectante hacia la entrada. «¡Veamos si esa mujer puede seguir sonriendo cuando aparezca Luciano junto a Abril!». Sin embargo, no tuvo que esperar mucho porque unos minutos después, él apareció en la entrada de la mansión.
—¡Luciano ya llegó! —exclamó Frida para llamar la atención de todos.
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