La verdad de nuestra historia romance Capítulo 158

Roxana guardó silencio después de saludarlos. Como Alfredo no le dio la oportunidad de irse, no tuvo otra opción más que quedarse a escuchar su conversación. Sonia retiró la mirada y se dirigió hacia el anciano con seriedad.

—¡Qué bendición es para la familia Quevedo ahora que usted está bien!

El hombre sonrió y asintió antes de darse vuelta hacia Roxana.

—Todo es gracias a la doctora Jerez. Sin ella, todavía estaría postrado en la cama.

En cuanto dijo eso, todos giraron para mirar a la joven.

—En efecto, la doctora Jerez es la salvadora de la familia Quevedo —intervino Hilda.

Con esas pocas palabras, hizo que Sonia y los demás dirigieran su atención hacia Roxana, quien frunció un tanto el entrecejo y sonrió.

—Sin embargo, yo no me llamaría salvadora. Como médica, solo hacía mi trabajo. Estoy muy contenta de haber curado al gran señor Quevedo.

Alfredo sintió más admiración cuando vio lo humilde que era. A Sonia se le desfiguró el rostro al notar la actitud del anciano; sin embargo, mantuvo su sonrisa y dijo sarcásticamente:

—No está nada mal para una joven doctora como ella. Hemos buscado a muchos profesionales de renombre y ninguno lo ha conseguido. ¡Qué sorprendente!

Aunque parecía que Sonia la estaba alabando, Roxana podía percibir la hostilidad en esas palabras, por lo que se desilusionó y la ignoró. Abril no estaba contenta porque todos fijaban su atención en Roxana y, en cuanto hubo silencio, soltó el brazo de Sonia y se acercó a Alfredo.

—Gran señor Quevedo, va a vivir una larga vida y sin estrés ahora que ha sobrevivido a la enfermedad —le dijo en un tono pícaro.

El anciano desvió su atención hacia ella y sonrió al escuchar eso.

—¿Por qué lo dices?

—¡Bueno, eso es lo que dice la gente! Sé que va a vivir una larga vida y con gran prosperidad. —Sonrió.

—Sé que eres una buena persona y te mereces el mérito de haber buscado esos médicos durante los últimos años. Caso contrario, habría sufrido más —dijo sonriendo.

Hilda se apresuró a consolarla también.

—Fuiste muy considerada, Abril. De hecho, ¡has tratado al gran señor Quevedo como a tu propio abuelo! Estamos muy agradecidos. —Tras decir eso, recordó cómo, a lo largo de los años, Luciano también había contribuido a curar a Alfredo—. Luciano, tú también; gracias —añadió.

En respuesta, este asintió con ligereza:

—Solo estábamos cumpliendo con nuestros deberes como la generación más joven.

Al escuchar eso, Hilda enseguida miró sus atuendos y no pudo evitar decir:

—Lo mejor de la vida viene en pares, ¿verdad? Ya que has estado junto a Abril durante tantos años, ¡supongo que nos encontraremos de nuevo en tu fiesta de compromiso!

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