Cuando la escucharon quedaron sorprendidos. Habían conocido a muchos médicos reconocidos que intentaron tratar a Alfredo, pero esa era la primera vez que escuchaban a alguien pedirles que le quitaran la ropa.
—¿Es necesario? —preguntó Jonatan con cautela tras ser el primero en reaccionar.
Roxana lo miró de forma extraña.
—Estoy por tratar al gran señor Quevedo y la ropa me impide que lo haga con facilidad. ¿Puede alguien ayudarme? Por favor, háganlo rápido.
Todos en la habitación, incluido el equipo médico, intercambiaron miradas. Desconocían por qué era necesario quitarle la camisa al paciente para el tratamiento. Jonatan vaciló antes de apretar los dientes y dar un paso adelante. Al ver que su hermano cedía, Frida se alarmó.
—¿Qué clase de tratamiento es este? ¿Por qué…?
Antes de que pudiera terminar, vio a Roxana sacar una caja de madera pintoresca de su maletín médico; era un objeto similar a un pergamino. Después de desenrollarlo, vieron cientos de agujas de plata grandes y pequeñas bien organizadas.
Frida estaba asombrada cuando la vio y se quedó en silencio.
Roxana se centró en sacar las agujas que necesitaba antes de desinfectarlas con alcohol; no le prestaba atención a lo que decía Frida en lo más mínimo.
Frente a ella, Jonatan empujaba a Alfredo hacia él con gran dificultad. Con una de las manos estabilizaba el cuerpo mientras que con la otra le quitaba la camisa. Como Alfredo estaba inconsciente en ese momento, no podía cooperar, por lo que la tarea le resultaba más difícil.
Luciano, con los ojos ensombrecidos, miró lo que Roxana hacía.
Jonatan asintió con una expresión seria. Luego, ella miró a Luciano, quien no reaccionó. Suspiró profundo y comenzó a insertarle las agujas a Alfredo en el cuerpo. Después de que colocó la primera aguja, se escuchó un grito.
—¿Qué está haciendo? ¿Cómo puede insertarle una aguja en ese punto de acupuntura?
Frida era quien habló. Si bien tenía antecedentes médicos, no estaba familiarizada con la acupuntura. A pesar de eso, podía darse cuenta de que lo que Roxana hacía era un peligro. Era incluso posible que una persona común y corriente pudiera morir por lo que hacía Roxana, así que el riesgo era mayor para Alfredo. Frida se tensó y el miedo fue evidente en sus ojos.
—Si no sabe hacerlo, entonces no lo haga. ¿Qué está haciendo? ¿Está tratando de matar a mi abuelo? —Cuando terminó de hablar, empujó a Roxana con fuerza.
Roxana escuchó sus dudas, pero la ignoró ya que planeaba dónde ponerle la segunda aguja. Fue por eso por lo que no se imaginó que la empujaría; la tomó desprevenida, así que perdió la estabilidad por un momento y casi hizo que se cayera hacia un costado, pero cayó en brazos de Luciano.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La verdad de nuestra historia
Me atrapo...